Actualmente hay la generalización – y a veces fundada en argumentos sólidos y reales – de que el capitalismo actual representa la negación de la libertad tal y como es concebida por la mayor parte de la población. Por un lado se habla de un nuevo liberalismo, los gobiernos, desde la década de los años ochenta, con el advenimiento de las políticas económicas y sociales de Ronald Reagan y Tatcher, han seguido un modelo cuyos cimientos se encuentran sobre el liberalismo clásico, llevándolo a una nueva dimensión con la política económica del monetarismo. No son pocas las críticas que se le hacen a este modelo, y entre las más comunes encontramos la siguientes: gracias al capitalismo se hace más grande la brecha entre ricos y pobres, pocos son los que tienen y muchos son los desposeídos; la globalización sólo ha unificado las condiciones de miseria entre todos los pueblos, arrebatando incluso la identidad de los mismos; no es cierto que la globalización mejore las condiciones de vida, sino que sólo es favorable para las empresas y las grandes empresas multinacionales.
Si bien quedaron atrás las constantes críticas provenientes de la escuela marxista -ahora casi exclusiva de la vida académica y de ciertas redes en internet-, la socialdemocracia ha hecho un acto de renovación en el marco de una sociedad en que, al parecer, el mercado, después de todo, es inevitable e incluso deseable. Es gracias a esto, y al recuerdo de un viejo economista inglés de apellido Keyenes, que entre los gobiernos se haya gestado una quimérica política: la economía social de mercado, de la que España es un claro exponente. El argumento es contundente: «para solucionar los problemas de desigualdad social creados en parte por la globalización, es deber del estado garantizar el bienestar del pueblo». Y, ante un mundo que enfrenta una crisis alimentaria y una financiera, no resulta extraño el advenimiento de nuevas políticas económicas que revivan al estado como un agente más en la economía, en contraposición a los postulados ahora llamados neoliberales.
¿Pero qué tan cierto es que el capitalismo y su aparente fase superior, la globalización -tirando por los suelos la vieja teoría leninista que establece que el imperialismo era la última etapa-, ahonda las problemáticas sociales y no es sino un instrumento del que se valen las empresas para acumular riqueza a expensa de la gente? Si bien es cierto que las grandes corporaciones se han visto beneficiadas, hay que aclarar que, como tal, el capitalismo de libre mercado no representa estos ideales. Citando a Jorge Valín:
Mucha gente, de forma errónea, asocia el capitalismo al llamado capitalismo de amigotes (crony capitalism), monopolios, lobbies y pactos empresariales con el Estado
En realidad, lo más importante es la frase final de la cita y es lo que nos llevará al centro de este artículo. Como corriente filosófica y económica, el liberalismo no contempla al estado como parte de la acción del hombre, y sin embargo se ha visto últimamente que ha sido el mismo gobierno el que ha adoptado una postura que retoma al liberalismo, pero enfocándolo desde la posición del funcionario público. El hecho de esta contradicción aniquila por completo el concepto de liberalismo como tal y, también, del capitalismo. A diferencia de lo que pensaba Marx, el estado no es un instrumento que sirve únicamente a la burguesía, en realidad -y sin ahondar en la teoría de clases, pues ya tendremos ocasión para hacerlo-, sino una figura social que representa la clase que ejerce coacción sobre las otras. No es, por el contrario, el capitalista quien directamente explota al trabajador, sino el estado es el que, por medio de otros métodos, coacciona incluso en el marco de la legalidad, valiéndose, entre otras cosas, del sistema económico. Para el caso que nos ocupa, el capitalismo de estado es su herramienta de acción y la globalización un instrumento más.
Per se, el capitalismo como categoría bien definida, no representa un modelo de explotación que vuelve más ricos a los ricos. Es, más bien, la figura del estado la que, en complicidad muchas veces con diversas clases de la sociedad -empresarios y sindicalistas por igual-, resulta causante de los problemas injustamente adjudicados a un sistema de libre comercio. Y esto es así por la sencilla razón de que la libertad es verdadera cuando ésta aparece espontáneamente, como el mercado, un espacio tan antiguo como la humanidad misma y presente en la sociedad primitiva. Capitalismo es, en pocas palabras, un régimen de libertad económica y personal donde los individuos son libres de manejar su propiedad del modo que mejor crean. Por tanto es necesario precisar que existe una profunda diferencia entre el capitalismo de libre mercado y el capitalismo de estado, y es éste último el que se encuentra siendo víctima de las críticas por parte de gente que se adhiere al pensamiento de la izquierda, pero que también encuentra un fuerte reproche entre aparentes colegas capitalistas. De manera tal que no es posible hablar de libertad total en tanto exista una clase que, así se valga de un régimen de propiedad privada y libre comercio, se sustente bajo la coerción y la intromisión en dimensiones ajenas.