Dubai es el paradigma del capitalismo más excecrable, un capitalismo de extremos sociales, con jeques árabes viviendo en el lujo supremo gracias al dinero del petróleo, con ciudadanos saudíes sobrellevando el día a día con soltura y con emigrantes del resto de Asia acudiendo en masa a encontrar un empleo casi siempre mal pagado. Un capitalismo que malgasta recursos y hace del consumo insustancial su bandera.
Una bandera que ha tenido que arriarse ante la crisis financiera que afecta a todo el mundo y que ha terminado por llegar a Dubai, emirato que parecía inmune hasta ahora. Las construcciones faraónicas que pueblan las calles de la ciudad y los proyectos sobrevalorados que han ideado mentes perversas han condenado a Dubai a una deuda que ahora no puede pagar.
Y en el mundo globalizado de hoy en día eso provoca que el resto del mundo se eche a temblar, porque quién más quién menos tiene intereses financieros allí, nadie se escapa de haber sido atraído por el aroma del dinero fácil, del color del petróleo a expuertas, del lujo por el lujo, sin otra razón de ser.
Ayer Dubai anunció que era incapaz de pagar sus deudas, y todas las entidades financieras, que se encontraban en una leve recuperación, han sentido el golpe en toda su dimensión. Los bancos españoles con inversiones, directas o indirectas, en Dubai han sufrido pérdidas importantes en la bolsa, y esto no ha hecho nada más que comenzar.
Porque Dubai vivía del turismo y del petróleo, con su segunda fuente de ingresos no tendrá problemas, pero sí con la primera, porque la crisis mundial ha reducido drásticamente el turismo de lujo, el turismo de placer, y Dubai lo ha sentido notablemente.
La destrucción de empleo está siendo notable, especialmente entre la población emigrante la cuál está siendo deportada a sus países de origen sin ninguna garantía social, porque el capitalismo más radical no se para a atender a sus daños colaterales, simplemente se deshace de ellos.
Además, el anuncio de que no puede atender sus deudas junto con la destrucción de empleo genera desconcierto, incertidumbre y desconfianza en los inversores, los cuáles deciden llevarse su dinero a otros lugares más seguros, provocando así un mayor agravamiento de la crisis.
En definitiva, han tocado zafarrancho de combate, y todos los que antes depositaban su dinero en el Emirato ahora se fugan bajo el grito de ¡Sálvese quién pueda!, cosas del capitalismo, supongo.