¿Qué se dice cuando no se tiene nada que decir? Pues depende de la profesión de cada cuál y de la formación académica que le acompañe, porque no es lo mismo un científico que un literato, ni un economista que un biólogo, la mente funciona por rutinas adquiridas y las aplica en toda su dimensión cuando no tiene nada que decir.
Por ejemplo, y centrándonos en el tema que nos debe de ocupar en esta sección, un economista siempre recurrirá a su formación previa y a sus predicciones ulteriores cuando no tenga nada que decir.
Si a un economista se le pregunta por la reforma laboral actual y no tiene una opinión debidamente formada, recurrirá a las máximas que aprendió durante sus años de estudio y las aplicará de manera mimética a la realidad que le ha tocado vivir.
Lo mismo ocurre con un sindicalista, el cuál cuando se le pregunte sobre su opinión por la reforma laboral, no elaborará sus propias reflexiones, ni argumentará sus propias posiciones, se limitará a repetir, cuál cacatúa, todo lo que se espera que un sindicalista diga. De manera análoga, sin un empresario es presa de la misma pregunta recurrirá, a su vez, a todos los dogmas de fe que le han ido inculcando durante su experiencia profesional, sin pararse a pensar si está diciendo algo sólido o simplemente está rellenando el silencio de su respuesta.
Cuando no se tiene nada que decir, sale a la luz la mediocridad de las personas, o la falta de agallas para realizar reflexiones propias y heterodoxas. Yo, por ejemplo, soy un tipo mediocre (podéis preguntar a todos los que me conocen, que así lo afirmarán), pero al menos, soy lo suficientemente valiente como para expresar mis ideas en libertad (aunque es fácil ser valiente cuando no se tiene una silla que mantener).
Por ello, digo, repito, clamo y mantendré que el despido debería de ser gratuito y libre, pero no por una cuestión económica de los empresarios, sino para la libertad de los trabajadores. Un despido sin carga para los empresarios, la cuál quedaría sustituida por una formación continua en el puesto de trabajo, con lo que los trabajadores serían permanentemente productivos y siempre capaces de mantener su puesto de trabajo o encontrar otro idéntico o similar.
Y considero, aunque se me tache de loco, que el despido libre es la opción más de izquierdas que se puede plantear, porque ofrece igualdad de condiciones a todos los trabajadores, de forma que el empresario, a la hora de tener que despedir a alguien no se deshará del que menos tiempo lleve en la empresa, sino de aquél que sea menos productivo, lo cuál es de una justicia absoluta.
Comprendo, eso sí, que un despido libre abre la puerta a multitud de abusos y triquiñuelas legales, las cuáles deben de ser controladas por el gobierno de manera adecuada, para lo cuál es elegido por los ciudadanos.
Está claro que cuando no se tiene nada que decir es cuando se habla en mayor libertad.