Si partimos de la base de que las ideas son energías, ninguna energía se pierde y toda idea es un impulso hacia su consecución es natural que pensemos que las ideas pueden transformar el mundo, y lo han hecho ya. Nuestro mundo está construido precisamente a base de ideas, pero con ideas equivocadas en lo que se refiere a justicia, paz, libertad, igualdad, hermandad. Para el 1 % de la población mundial, este es su mundo y en él, entre otras, tiene dos importantes ocupaciones: enriquecerse a costa del 99 % restante y perseguir a los que tengan ideas precisamente para transformar el mundo. Para el noventa por ciento restante este es no es el mundo que desean. Por desgracia, amplias mayorías desean pertenecer a aquel 1 % , lo cual lastra su propia evolución, tanto como la del resto, pues estamos todos estamos interrelacionados. Y cuando decimos que el mundo es un pañuelo, es verdad a ese nivel y ahora más que nunca.
Las ideas pueden servir como guías de liberación, pero cuando se presentan como propuestas de revolución conviene insistir en que todo verdadero cambio revolucionario surge principalmente de una idea convertida en sentimiento: el amor altruista. Después buscará cauces para expresarse y cuando es suficientemente fuerte en una sociedad, finalmente tiende a la acción social cooperativa y pacífica. El salto inicial de la conciencia liberada por el sentimiento de pertenencia amorosa origina así un salto cualitativo de la conciencia social que se fue extendiendo y que tuvo como resultado un cambio cualitativo en la sociedad toda.
Amor altruista, libertad de expresión y libertad de acción son tres pilares fundamentales que en la medida que sean coherentes entre sí y actúen correctamente en la misma dirección, llevarán a un cambio de conciencia mundial. No es un camino fácil, porque exige cambios de conciencia personal a partir de renuncias del ego a la violencia, y al típico yo-yo-para mí, tan arraigado entre nosotros para ir colocando en su lugar sentimientos de igualdad, justicia, libertad unidad y hermandad) . Sin que tales principios cambien antes la vida de aquellos mismos que pretenden llevarlos a la práctica social o política sin haber superado antes la prueba de su entorno inmediato (pareja, amigos, compañeros de trabajo, vecinos, etc.) es imposible imaginar cambios cualitativos en la sociedad, y el fracaso final es seguro. Solo hay que mirar a nuestro alrededor para comprobarlo. Ese déficit básico en los sentimientos de igualdad y justicia entre hermanos a nivel de las relaciones personales de cada uno es también la causa última del fracaso de las revoluciones anticapitalistas hasta ahora, como podemos observar en Rusia y China como paradigmas de revoluciones donde la falta de arraigo en las masas y en sus líderes de esos sentimientos les ha conducido a reproducir el mismo esquema autoritario de todas las sociedades basadas en la desigualdad, como son las capitalistas a las que de nuevo pertenecen.
A causa de la polarización de la conciencia hacia el lado social, político y cultural materialista en detrimento y hasta en oposición a los valores espirituales, el pensamiento revolucionario está todavía demasiado atrapado por el pasado, disgregado y falto de continuidad en las acciones, y al final ni siquiera existe un consenso general concreto sobre el modelo alternativo de sociedad que convendría defender, pues el pensamiento alternativo socio-político y cultural y los movimientos alternativos espirituales van cada uno por su lado sin aunar esfuerzos. Aunar esfuerzos superando prejuicios y “marcas” sería algo muy urgente. Es muy urgente esa unidad de las fuerzas anticapitalistas, pero eso tardará lo que tenga que tardar. Al fin y al cabo llevamos millones de años sin haberlo conseguido, aunque ahora las cosas se ponen muy serias debido al poder y a los deseos de ser imitados por muchos que alcanzó ese 1 % anteriormente citado que dirige el mundo.
Falta una discusión larga y tranquila sobre los aspectos señalados, que muestre la importancia de algo que nunca existió de un modo generalizado debido al atraso evolutivo de la humanidad: una conciencia espiritual holística, más allá de la conciencia estrictamente social, que sería la consecuencia lógica de un proceso de renovación interior, individual, y no un motor de empuje externo, social, para mejorar el mundo. Este último experimento ha resultado conducir a un enorme fracaso histórico en los países donde se llevó a cabo.
TRES TIPOS HUMANOS, TRES IDEAS DEL MUNDO
Tolstoi, en su libro “El reino de Dios está en vosotros” distingue tres modos de concebir la vida por tres tipos de seres humanos según su grado evolutivo: el individual o animal, formado los que tan solo piensan en sí mismos y en cómo satisfacer sus instintos y necesidades; el social o pagano, que también se preocupan de los demás (familia, clan, tribu, Estado), gracias a haber adquirido una conciencia social. Y por último, el universal o divino. Para este último grupo la vida de un hombre no reside en su individualidad, ni en un conjunto ni en una serie de individuos, sino en el principio y en la fuente de toda vida: Dios. El motor de su vida es el amor, y su religión consiste en adorar mediante hechos y verdades el principio de todas las cosas: Dios, mediante el cumplimiento de Sus leyes.
Para Tolstoi, “la historia entera de la humanidad no ha sido otra cosa que una transición progresiva de la concepción de la vida personal y animal a la social, y de la social a la divina”. Así que las personas que forman las sociedades se han visto empujadas por un proceso evolutivo que les ha llevado a dar pasos hacia formas más elevadas de comportarse consigo mismo, relacionarse entre sí, y acercarse a lo divino. Todos esos pasos forman parte de un proceso natural de la evolución de los seres humanos que no podemos quedarnos estancados en ninguna de esas dos primeras etapas, sino que accederemos a la etapa superior al desarrollar nuestra conciencia espiritual, ya que espiritual es nuestra verdadera condición.
Una conciencia revolucionaria espiritual no quiere decir que haya que formar parte de instituciones religiosas jerarquizadas y que atan; pues una sana conciencia espiritual no admite jerarquías ni culto a la personalidad (con ella no hubieran sido posibles Lenin, ni Stalin, ni Mao, ni Fidel ni siquiera Chávez), pues cuando se aspira a metas espirituales (como pueden ser los Diez Mandamientos o el Sermón de la Montaña) las metas personales y político-sociales forman parte del mismo proceso evolutivo. Es inevitable que al segundo tipo humano de Tolstoi – al social o pagano– estas palabras le parezcan inadmisibles, lo mismo que al primer tipo, el que vive en la animalidad egoísta le parecerán extrañas las exhortaciones del “hombre social” para que sea solidario. En cada uno de nosotros, en lo más íntimo hay rasgos de cada uno de los tres tipos señalados, y por ello surgen tantos conflictos personales, pero estos solo se irán superando en la medida que sea capaz de prevalecer el hombre espiritual sobre los otros dos tipos, que por jerarquía evolutiva se le deben subordinar. Algo que no ha sucedido aún y es el desafío pendiente de la humanidad.
EL ESTADIO SUPERIOR DE LA CONCIENCIA
Una conciencia revolucionaria, es holística, total. Abarca todos los aspectos de la vida íntima y relacional sin exclusión de ninguno, y trabaja por unificar pensamientos, sentimientos y conductas, sin imposiciones de ningún sacerdote, gurú o comité central. Y sin dejar por ello de ser partidaria de todos los códigos de derechos de civilización, como los derechos humanos, que hoy ni siquiera respeta ningún gobierno de la Tierra, cada persona intenta vivir según aquellos principios espirituales básicos: “Lo que quieras que te hagan a ti, hazlo tú primero a otros, y no hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti”, reglas que el Nazareno expuso hace mas de dos mil años y que de haber sido seguidas no estaríamos como estamos, viviendo en un mundo donde cada cinco minutos está muriendo de hambre un niño o una niña mientras se arrojan al mar toneladas de alimentos para que suben de precio y se gastan cada minuto miles de millones en armas para matarnos entre nosotros. Esto nos da una idea de lo alejada que hoy está la humanidad de su verdadera condición tanto como de la urgencia de cambios de conciencia ante los empujes de los acontecimientos que nos toca vivir a diario y aún más en los difíciles tiempos que nos esperan.