El mundo entero quedó sorprendido con el anuncio: «El Papa va a África a pedir que no se olvide a los necesitados».
Parecía una broma de mal gusto, o un titular de esos que aparecen a veces, aún en las portadas de grandes diarios, cuando en el apuro por editar, se obvia la corrección. Sin embargo el anuncio fue repetido y confirmado: El Papa viajaría efectivamente al continente más empobrecido, más cruelmente explotado, saqueado y olvidado, para que no se olvidara a la pobreza.
Fácilmente la Iglesia a la que, con todo el oro acumulado durante siglos, no perjudica la actual crisis económica mundial, podría haber organizado una gira internacional para recordar la pobreza que sufren los pueblos africanos por Inglaterra, Portugal, Holanda, Bélgica, España e Italia, donde el Papa dijera: Señores, ustedes que cargan sobre sus espaldas una larguísima historia de saqueo al África, ¿por qué, en lugar de levantar alambradas de seis metros de altura para detener a los pobres, no fundan un banco para el desarrollo del África? Ustedes señores, que se beneficiaron (y se benefician) no sólo con el producto del saqueo material, sino que además lucraron esclavizando naciones enteras, ¿por qué, en lugar de proteger su opulencia con leyes de inmigración, no instalan fábricas y escuelas en África? Eso hubiera sido, si se tratara de una Iglesia verdaderamente cristiana, pero no es el caso.
El caso es que el Papa viajó al África empuñando el símbolo del sacrificio (cuando todos sabemos que hay una cruz gamada en su pasado), y más allá de su infame parodia de amor a los pobres, fue a sermonearlos: fue a darles un sermón a los más pobres del mundo. Porque al parecer no son tan buenos creyentes y por eso (como castigo), más pobres o sea, que la pobreza es culpa de ellos, pero no sólo eso.
El Papa atentó, con su conocida soberbia, heredada por demás de tantos papas soberbios y corruptos, contra lo que a costa de mil sacrificios han montado las organizaciones humanitarias en África para luchar contra el SIDA. Haciendo gala del secular y tan bien conocido oscurantismo, el Papa atentó directamente contra la ya bastante débil salud de los pueblos del África, al desacreditar el uso de los preservativos. ¿Cuantos miles de muertos en nombre de Dios provocarán sus discursos?
Según la Agencia AFP, el papa le dijo en un encuentro privado al Presidente de Angola Eduardo dos Santos: «¡Ustedes pueden transformar el continente, liberando vuestro pueblo de la codicia, la violencia y el desorden». Tendría que haber dicho: «Ustedes podrían transformar el continente si impidieran la entrada de los intereses extranjeros que son guiados por la codicia y que provocan la violencia y el desorden».
Al África no fue el representante de Cristo sino de los mercaderes que lo crucificaron. Al África fue el representante de una institución que históricamente ha frenado el desarrollo científico, ha provocado guerras de saqueo y ha conspirado siempre del lado de los poderosos (bien lo dice la historia de Iberoamérica); el representante de una institución que ha perseguido, condenado y asesinado a miles de mujeres por el simple hecho de serlo. De dónde viene si no, el -todavía- brutal maltrato a las mujeres del mundo «occidental y cristiano».
Ya estará el Papa de vuelta en el Vaticano, sentado nuevamente en su trono con adornos de marfil (robado de África) y de oro, plata y esmeraldas (robados de Sudamérica). Claro que, luego de sucesivos baños de agua de rosas, para quitarse el polvo de los caminos y el olor de los pobres africanos.