¿Al librero que llena sus estanterías con los últimos éxitos editoriales?
¿A los políticos que nunca tienen tiempo para hablar con los poetas, los maestros, los músicos o los pintores, qué sólo tienen tiempo para los pelotazos urbanísticos y las fotos populistas?
¿A las grandes editoriales que sólo publican literatura barata?
¿A ti, a mí? ¿A quién interesa la cultura?
Podrás pensar ¿qué fue lo que le pasó a esta chica para hacerse hoy tantas preguntas? ¿Se habrá vuelto loca Helena después de ver las entrañas de la tierra en Alhaurín? ¿Se le indigestó algún libro o alguna conversación? Nada de eso, querido/a amigo/a, hoy me di cuenta de que la cultura no tiene cabida en lo institucional. Las agendas de los centros culturales, casas de la cultura, bibliotecas, están llenas de actividades populistas, que atraen al gran público, que no conmueven ninguna célula y que no se salen de lo políticamente correcto.
La tan conocida como “cultura popular”, a mi modesto parecer, causa sus estragos. La gente no lee nada, se lee a sí misma. Se regodean de sus experiencias infantiles, de sus amores frustrados, pero nadie leyó un buen poeta, nadie nombra a otro ser humano más grande que él. ¿Quién se acuerda de Lorca si no es para hablar de dónde está enterrado? ¿Usted se acuerda de Alberti, alguna vez lo leyó? ¿Conoce al gran poeta Almafuerte y sus sonetos medicinales que engrandan el espíritu? ¿Acaso lloró con los Heraldos Negros de Vallejo?
Yo he llorado con un buen poema, he alcanzado la más honda felicidad escuchando leer a los grandes poetas y he disfrutado leyendo mis poetas favoritos a otros oídos. Pero eso, ¿a quién le interesa? ¿Quién quiere que el pueblo sea culto? ¿A quién beneficia que haya buenos escritores en una ciudad? Está claro que a usted y a mí nos interesa y nos beneficia, pero no a los políticos, no a las grandes marcas comerciales, no a la “cultura establecida” donde sólo unos pocos son llamados personas cultas. A ellos no les interesa que nosotros leamos, que discriminemos entre buenos y malos autores, que desechemos la literatura barata y busquemos en las estanterías las grandes obras de la literatura universal. Si esto ocurriese, ¿quién les leería a ellos? los listos, los intelectuales de nuestro país, los que siempre hablan de lo mismo y con los mismos, los que aprendieron su formulilla y no les saques de ahí.
Yo no quiero eso, aunque no pretendo cambiar el mundo. Que siga, que sigan así, yo buscaré las rendijas de la jaula, los resquicios donde hay personas que sí quieren ser cultas, que sí quieren leer, que quieren conocer a Girondo, Octavio Paz, Aleixandre, Huidobro, Menassa, Whitman. No seré perseguida como antaño, pero tampoco recogeré grandes aplausos ni recitaré en grandes teatros. Bastará con una sala recogida, donde el público vibre conmigo y yo con él.