Rodríguez Zapatero se ha convertido en la personificación mesiánica de la ideología de socialista, así como de buena parte del pensamiento de izquierdas. Gracias a su «optimismo antropológico» ha logrado conectar fácilmente con los sentimientos de muchos españoles, fundamentalmente con los más inocentes y pacíficos ciudadanos, quizás también con los menos ilustrados y con los más ideologizados. Nuestro presidente, incluso antes de llegar a la Moncloa, iba por ahí con supuestas buenas intenciones para arreglar el mundo. La oposición no le tomaba en serio, hasta que fue ascendiendo en el partido socialista, un partido desorientado que buscaba urgentemente un líder carismático, pero a la vez, que tuviera la suficiente habilidad política como para poder desbancar a su adversario, Mariano Rajoy. Quizás por su la buena fortuna, el «bueno» de Rodríguez Zapatero acabó siendo elegido presidente. El mal cálculo político del líder del PP, José María Aznar, y la incursión del terrorismo, hizo el resto. Muchos de los votantes del PP no perdonan, ni perdonarán nunca los errores del PP, pues gracias a ello, el actual presidente, el desastroso José Luís Rodríguez Zapatero consiguió engatusar a la sociedad española y ganar las elecciones.
Pero, lo que nadie ni tan siquiera intuía, es que dentro de esa afable y bondadosa apariencia externa del líder socialista, habitaba un verdadero «lobo político». Un presidente que confeccionó su propio perfil del líder que los españoles querían en ese momento, y cuyos valores eran: el compromiso con la paz y la justicia social. Valores que son compartidos, dicho sea de paso, por muchos españoles. Rodríguez Zapatero, de espíritu aparentemente tolerante y pacífico de cara a la galería, en el fondo es justamente lo contrario: poco modesto y controlador, con ínfulas de superioridad, soberbia manifiesta e intolerancia contenida. Pero eso sí, un líder con las ideas muy claras, tan claras que empezaría por construir una fantástica fórmula de identificación identitaria: la alianza de civilizaciones, la doctrina feminista de la igualdad, la adhesión a la teoría del cambio climático, la utilización partidaria de la cultura y la ciencia, el adoctrinamiento educativo de nuestra juventud, el defensor de los valores republicanos de la guerra civil, entre otros.
Rodríguez Zapatero que se presentó como el pacificador de las civilizaciones, planifica conscientemente cómo transformar la sociedad española a través de un estudiado modelo ideológico; que pretende empezar por controlar todos los resortes del poder. Para ello, contempla la decisiva importancia que debían adquirir algunos de sus polémicos ministerios, como el de Educación, el de Cultura y el de Igualdad, y todo con el único fin de perfilar y perpetrar un cambio de modelo sociedad, por uno que permita al socialismo mantenerse en el poder «sine díe». No es casualidad, que en las actuales circunstancias económicas, lo único a lo que el presidente se resiste a renunciar, es precisamente a los ministerios de Cultura e Igualdad. Sin ellos Rodríguez Zapatero no tendría hoy la más mínima posibilidad para continuar con su aventura de control social, menos aún después de haber fracasado con su modelo ideológico en el ámbito de la economía, como era de esperar para todos los economistas más liberales.
La utilización partidaria del poder a través de los ministerios mencionados y algunos otros más, van de la mano de las cuantiosas y sustanciosas subvenciones que garantizan la extensión de su doctrina: la del nuevo socialismo. Ayudas a los cineastas para que cautiven a los incautos con sus proclamas; subvenciones al Instituto de la mujer, o las innumerables asociaciones feministas que han surgido y que consumen como rémoras el dinero público; subvenciones para los acólitos del cambio climático, que se lucran con el dinero público mediante ayudas a la investigación o a la implantación de las energías renovables, y sello garantía del compromiso del líder para con la preservación de la naturaleza; la extensión del adoctrinamiento para la juventud mediante la implantación de la asignatura de educación para la ciudadanía, y la recientemente aprobada Ley del aborto; las ayudas a la propagandística Ley de la memoria histórica; el dominio de la mayor parte de los medios de información, fundamentalmente televisivos, etc., etc., etc. La característica común de toda esta intervención del socialismo, es su utilidad, pues teóricamente sirve para garantizar la ramificación ideológica del modelo, con el único fin de conseguir éxito electoral y la perpetuación en el poder.
El comportamiento bondadoso y desprendido de Zapatero, no es más que una buena interpretación de un tipo de líder que busca llegar a la sociedad. El actor ha de mostrar su espíritu pacífico y afable, aparentemente preocupado por el bienestar general de su población, mediador en los conflictos, aquel en el que supuestamente el pueblo puede confiar. Esa era la imagen que Rodríguez Zapatero quería transmitir, pero además, el presidente se ha caracterizado por tener las ideas muy claras, tanto, como oscuras son sus intenciones. Y aunque ha sido muy positivo para el partido socialista durante los años de bonanza económica, ha sido finalmente profundamente nefasto para la mayoría de los españoles. A un líder así, con tan elevada inteligencia emocional que es capaz de hacer de sus errores virtud, no se le puede menospreciar y menos minusvalorar. Y es que en general, en estos últimos años el socialismo en España, ha conseguido con sus variopintas propuestas hacerse con el control político de la justicia, de los medios de información, de los sindicatos, de los cineastas, etc. Ha sido capaz, hasta hace muy poco, de comerle el terreno político a su principal adversario en la oposición, en unas ocasiones camelándoselos para que votaran conjuntamente sus leyes de control de la sociedad, en otras poniéndolos en apuros, entre la espada o la pared, como cuando el PP avaló la «discriminación positiva» en la Ley de Violencia de género. Sus propuestas y proclamas, excepto probablemente las económicas, llegan y vencen, y son capaces de anestesiar no sólo a la aturdida oposición, sino también a toda la población.
Capaz de moverle el suelo de sus valores e ideales al más pintado, hasta hacerle caer, como con la Ley de igualdad, o la de la economía sostenible; o haciendo ver al conjunto de la sociedad que no son ellos sino la oposición, la que se resiste a amparar políticas en beneficio de todos, con un único argumento: la oposición, y en especial el partido popular, es retrógrado y rancio. Rodríguez Zapatero y el partido socialista han sido capaces de inmovilizar a la oposición, atribuyéndoles determinadas conductas, y de generar contiendas absurdas con el fin de dividir y enfrentar a la población. Es la fuerza de la ideología psicopática de la izquierda personificada en su líder. Con esta ideología quienes no aceptan los cambios corren el riesgo de sucumbir, de ser marcados para siempre por la sociedad, por su nuevo orden social. Mientras tanto, la oposición no es capaz de darse cuenta que es necesario rebatir ideológicamente a su adversario con todos sus argumentos y, no solamente con los económicos. Lamentablemente son pocos los que pueden dar la talla, porque en el fondo el conservadurismo del PP carece de argumentos ideológicos, porque forman parte de la otra España, la de la derecha enconada con la izquierda.
El infortunio de España radica ni más ni menos en la polarización de las alternativas políticas, y el carácter de un país, que no arriesga buscando otras alternativas políticas. Hay una resistencia a dejar de votar doctrinalmente conservador o socialista. No obstante, en las actuales circunstancias surge la oportunidad de un cambio, sólo falta una verdadera propuesta de valor electoral con futuro, una alternativa que nos permita construir la tercera España, una España liberal. Es necesario saber luchar en la contienda no únicamente con argumentos estrictamente económicos, si fuera así, habría que esperar cada vez a que haya una «gran crisis» para conseguir una victoria electoral sobre el socialismo, aunque seguramente tampoco esto lo garantizaría un cambio de gobierno, pues los retrocesos democráticos que impone la izquierda cada vez que gobierna podrían hacer inviable el retorno a un régimen de libertades. Es más importante enfrentarse a la «batalla ideológica» hoy, y para ello hace falta verdaderos argumentos que nos respalden, y todo esto solamente es posible con un partido liberal, pues un partido mayoritariamente conservador buscará siempre mantener el estado de las cosas, apartándose de la evolución natural de la sociedad y de sus instituciones. También es preciso, en el ámbito personal, reiniciar nuestro complejo mecanismo mental y empezar por evitar el enconamiento permanente en el que nos ha sumido la izquierda para dividir a la población en dos bandos enfrentados. Esto es realmente lo que hace falta en España, eso y la unidad de los liberales para enfrentarse al conservadurismo y al socialismo y la izquierda mesiánica reinantes.