Las crisis, de cualquier tipo, son oportunidades inmejorables para modificar actuaciones erróneos, maneras de enfrentarse a las situaciones que parecían adecuadas, pero que se muestran como un claro despilfarro y como actividades puramente ineficientes.
Si la crisis financiera mundial nos ayudó a comprender que necesitábamos más regulación y las crisis existenciales para darnos cuenta de que queremos cambiar de vida, la crisis de los cielos europeos debería conducirnos a darnos cuenta de una realidad que nadie quiere aceptar: viajamos demasiado.
Y que no se me entienda mal. Viajar por ocio es una de las actividades más placenteras, reconfortantes y enriquecedoras que se pueden realizar en esta vida, porque te ayudan a conocer otras culturas, otras maneras de entender la vida, otras prioridades, con lo que consigues abrir tu mente, pero viajar por negocios es una actividad obsoleta que se mantiene hoy en día por la fuerza de la rutina más que por la necesidad.
Entiendo que hace unos años las reuniones de alto nivel o los negocios multimillonarios debían realizarse en persona, para asegurarse de que todos los flecos quedaran cerrados y evitar trastornos temporales que pudieran perjudicar la formalización de los contratos o la ejecución de las decisiones políticas.
Pero hoy en día, en la era de las comunicaciones, en un momento en el que cualquier usuario de Internet puede realizar una vídeo conferencia de calidad de manera gratuita, es absurdo que los altos ejecutivos de las empresas privadas o que los dirigentes políticos de alto nivel no sean capaces de utilizar las vídeo conferencias y, en cambio, se hayan quedado anclados en el pasado, en un pasado de reuniones, de vuelos, de hoteles, de seguridad, y de trastornos sociales a la vez que daños económicos a las arcas de los contribuyentes o de los accionistas.
La única razón que se me ocurre para realizar estos viajes en la actualidad es el estatus que puedan dar, la importancia que alguien pueda darse a sí mismo por el hecho de realizar varios viajes de negocios al año (hay empresas que ofrecen este hecho como un beneficio salarial), pero es una medida claramente ineficiente.
Las reuniones mantenidas por vídeo conferencia son más eficientes, más rápidas y más cercanas a los problemas reales que se quieren solucionar, por tanto, es buen momento para aprovechar la desafortunada crisis de los cielos europeos y aprender a gestionar nuestras empresas o nuestros países con las tecnologías del siglo XXI y no con los medios de transporte del siglo XX.