En mis años de estudios mis profesores se afanaban en inculcarme el hecho diferenciador de ‘ser de izquierdas’ como un valor en alza y que me ayudaría el resto de mi vida, lo cuál yo acepté sin rechistar, como un mal alumno, presionado por la inefable daga de la puntuación académica que, indefectiblemente, determinaría mi futuro.
Después, tras abandonar la Universidad y comenzar mi carrera profesional, mis tutores laborales, también llamados jefes o superiores, y mis compañeros correligionarios del culto a la hipoteca se afanaron en inculcarme el hecho diferenciador de ‘ser de derechas’ como un valor en alza y que me ayudaría el resto de mi vida, lo cuál yo acepté sin rechistar, como un buen trabajador y compañero.
Pero hoy, liberado del yugo de la educación reglada y del trabajo asalariado, me planteo que es lo adecuado para mí, ¿’ser de izquierdas’ o ‘ser de derechas’?
Me enseñaron que la izquierda se mueve, mientras que la derecha se mantiene, que la izquierda busca el bien social, mientras que la derecha intenta conseguir el bien individual. Aprendí que la derecha apela a la libertad de los individuos, mientras que la izquierda busca la solidaridad entre diferentes y la unión de las gentes, que la derecha genera riqueza, mientras que la izquierda incrementa la igualdad.
No obstante la práctica me dice lo contrario. Me dice que hay un partido llamado de izquierdas que no se mueve, al que las huelgas sociales le aparecen hasta debajo de las piedras, que se olvida de la solidaridad entre regiones, y que potencia la desigualdad.
Me dice, también, que hay un partido que se llama de derechas que busca el cambio, que se olvida de la libertad individual y me obliga a pensar de una manera determinada, y que fomenta la creación de empleo, en lugar de la riqueza.
Entonces, ¿dónde está la izquierda y dónde la derecha?
Muy sencillo, ambas han desaparecido por el peso de la disputa electoral. Ya no importan las ideologías, sino la victoria en las urnas, y eso provoca que los partidos con opciones busquen acercarse a la mayoría de los ciudadanos, y esa mayoría no está ni en la derecha ni en la izquierda, está en el centro.
En definitiva, y concluyendo, ‘ser de izquierdas’ o ‘ser de derechas’ ya no es un hecho diferenciador, porque ya solo se puede ‘ser de centro’, o caer en posiciones extremistas de muy difícil sostenibilidad en cualquier conversación seria.