En Cádiz, en el extremo meridional de Europa, rodeados por los cañones franceses, en un momento en que el continente entero está en plena efervescencia, se reúnen españoles de ambos hemisferios (no “España”, sino “las Españas”) para redactar una constitución que no llegará a aplicarse y que, seguramente, hubiese sido rechazada (si hubiese existido en esa época el referéndum) por la mayoría de los españoles de la época.
Los autores de la constitución de 1812 eran nobles, altos militares, clérigos de postín, gente que pertenecía a la élite social y cultural. La idea que querían imponer era la concepción liberal del Estado-Nación basado en la soberanía popular. Idea revolucionaria, que supera la concepción del Antiguo Régimen, donde el reino es una especie de propiedad de la Corona y el súbdito no tiene derechos en sí mismo, sino como elemento de un entramado social orgánico -territorio, clase, grupo religioso, corporación-. Es el paso, dificultoso y la España del momento casi imposible, de los fueros a la Ley, del particularismo y un sentido orgánico de la sociedad, al nuevo mundo donde el individuo, a solas con su derechos y obligaciones, se inserta en un Estado abstracto y general.
¿Por qué esta idea del Estado liberal es tan difícil de implantarse en España, donde parece un cuerpo extraño a su idiosincrasia colectiva y a su historia? No estoy en condiciones de contestar a una pregunta tan compleja.
Lo que sí sé es que aquel noble intento de 1812 terminó con la vuelta del Fernando VII, con la supresión de cualquier intento reformista y con el pueblo gritando “Vivan las cadenas”. Porque el reformismo liberal fue un movimiento auspiciado desde arriba, desde los estamentos superiores de la escala social; y el pueblo no estaba muy dispuesto a aceptar esa aventura de la nueva sociedad. No es casualidad que durante el XIX los avances liberales se impulsen con espadones militares (Gloriosa de 1868, Espartero, Narváez) y no con movimientos populares.
La constitución gaditana de 1812 es el primer paso de una larga dificultad, la implantación del ideario liberal, la configuración de un Estado-Nación que hoy, en los albores del siglo XXI, sigue presentando sombras inquietantes.