Economía

El ajuste económico en esta crisis provendrá de los salarios y/o el empleo

Resumen: El consumo privado es uno de los principales motores de nuestra economía, y uno de los elementos internos que más seriamente se han visto afectados en esta crisis económica a la que debemos enfrentarnos. El problema se resume muy fácilmente: la crisis del consumo es una «crisis de confianza y de credibilidad». Confianza en el futuro de la economía y credibilidad en las soluciones que nos plantean los responsables políticos y económicos de la nación. La economía no tiene suficientes ingresos para sostener la demanda de consumo y la inversión, y la economía Española no puede seguir viviendo del crédito. En esta crisis económica las familias no sólo están perdiendo el empleo, también capacidad de compra, por lo que no se resuelve persuadiéndolas para que adquieran productos nacionales cuando estos son más caros.

El porcentaje de nuestra renta disponible que destinamos al consumo afecta también a la tasa de ahorro privado, y, por consiguiente, influye sobre el ahorro nacional. Otro elemento que contribuye al ahorro de la economía es el saldo del presupuesto público. Podemos afirmar que si no hay suficiente ahorro privado, ni ahorro público (déficit presupuestario), la economía entrará en la encrucijada de cómo financiar sus necesidades de liquidez.

Hace más de una década nuestra economía está viviendo del crédito. Aproximadamente 100.000 millones anuales de ahorro exterior han sido necesarios el año pasado, y este año seguramente también (algo menos los anteriores), para aliviar las necesidades de crédito de las empresas, las familias españolas y el Gobierno. Si habláramos en términos financieros diríamos que España se encuentra apalancada con respecto a sus necesidades de financiación externa, esto significa que España tiene un déficit exterior, porque no es capaz de vender al extranjero tanto como para permitirse las compras que realiza del mismo, es decir, España no tiene manera de saldar sus cuentas exteriores. Las dificultades de la economía para conseguir ahorro privado y público en el interior del país, nos han conducido a buscar financiación en el exterior.

Esto es muy fácil de entender, imagine que usted y su familia viven del crédito porque no disponen de suficiente renta ni ahorros, con toda seguridad tarde o temprano tendrían que reducir su consumo o aumentar sus ingresos, o se convertirían en insolventes, o lo que es lo mismo, quebrarían. Esto es en parte también lo que le ocurre actualmente a la economía española, y en especial al sector de la construcción y la banca.

La economía no tiene suficientes ingresos para sostener la demanda de consumo y la inversión, las razones que explican dicho comportamiento también se pueden simplificar de este modo: los consumidores habíamos dedicado cada vez mayores porcentajes de nuestra renta disponible al consumo, olvidándonos de ahorrar. Así, una economía que no tiene suficiente ahorro, o bien recurre al crédito internacional o reduce su inversión.

La economía acaba siempre por ajustar la situación tarde o temprano, la crisis financiera internacional no ha hecho más que desencadenar los acontecimientos. Ante la falta de crédito exterior el ajuste debe provenir forzosamente de la disminución en el consumo y el aumento del ahorro. El consumo disminuye al elevarse el desempleo o reducirse los salarios. El aumento del ahorro nacional no está garantizado debido al aumento del déficit público y a que el ahorro privado no es suficiente. A corto plazo la política económica más apropiada en las actuales circunstancias hubiera sido que el ahorro provenga del sector público, es decir, que disminuyeran los gastos de consumo de Gobierno, cuestión que no está ocurriendo, muy al contrario los gastos del Gobierno no paran de crecer, lo que ha disparado el déficit.

Lamentablemente nuestra economía adolece de otros graves desequilibrios: no es competitiva y mantiene déficits estructurales. En primer lugar, no somos competitivos porque nuestros costes de producción son muy elevados como para que en el extranjero prefieran comprar nuestros productos, en vez de comprárselos a los chinos, brasileños, mejicanos, etc. De tal manera que, por más que se empeñe el Ministro de Industria, Turismo y Comercio Miguel Sebastián en que adquiramos productos nacionales para mejorar la producción y el empleo, si éstos son más caros, el consumidor se decantará por los productos extranjeros que actúan como sustitutivos baratos de los nacionales. Para tener mejores precios y ser más competitivos que el resto del mundo en nuestro país deberíamos hacer más para mejorar nuestra capacidad de producción, es decir, deberíamos ser más productivos, de no ser así, sólo nos quedaría un camino por recorrer para equilibrar nuestras cuentas: reducir nuestros costes, y esto significa percibir menores salarios, tarde o temprano. En segundo lugar, los sucesivos Gobiernos en España han tenido déficits estructurales, y para mejorar su situación han necesitado, por regla general, financiar su creciente gasto de consumo público elevando los impuestos o estableciendo nuevos impuestos. Además, que el Estado no siempre ha sido capaz de ahorrar para mantener un superávit, lo que le ha llevado a recurrir frecuentemente al endeudamiento tanto interno como externo.

Los españoles no queremos renunciar a cobrar unos salarios justos, y creemos que no nos merecemos menores salarios, y hacemos bien, aunque tampoco nos ocupamos lo suficiente para merecérnoslos. Intentaré explicarme con mayor claridad: no somos suficientemente productivos en relación al resto del mundo. No hay suficiente investigación ni innovación, debido a que la inmensa mayoría de nosotros no estamos dispuestos a asumir demasiados riesgos y en algunos casos preferimos «funcionarizarnos». Es muy probable también que el problema haya sido generado por nuestro propio sistema educativo, que no valora ni premia adecuadamente ni el esfuerzo ni la dedicación de aquellos alumnos que se esfuerzan por ser mejores, quizás sea porque nuestros políticos se entretienen con cuestiones absurdas y nos desincentivan a trabajar e invertir, utilizando para ello el poder coercitivo de unos elevados impuestos, y de un Estado dispuesto a asumir el papel que no le corresponde, subvencionando todo tipo de actividades económicas hasta convertirnos en la servidumbre del Gobierno de turno, ni qué decir de la excesiva burocracia administrativa y el repertorio de normas. El hecho es que cualesquiera que fueran las causas, estas sólo pueden conducirnos tarde o temprano a la debacle económica, y naturalmente a que nuestras rentas mengüen y a que nuestros hijos vivan peor que nosotros.

Antes de que España entrara en el euro, había una manera fácil y rápida de amortiguar la falta de productividad de nuestra economía, esta se realizaba en el mercado a través de la depreciación de la moneda y «santas pascuas», dejamos de consumir tanta cerveza importada y consumimos más cerveza nacional por ser más barata. Hoy, sin embargo, el euro no se deprecia debido a la falta de productividad de sólo uno de sus socios europeos, para que se deprecie lo que tendría que ocurrir es que la mayoría de países que formamos la Unión Europea fuéramos igualmente improductivos, así el propio mercado de divisas dejaría las cosas en su lugar, el euro en su justiprecio y los productos extranjeros más caros, por tanto, el ajuste de la economía española no puede provenir de aquí.

Entonces, si no somos productivos voluntariamente ni tampoco lo podemos ser involuntariamente porque la moneda no se puede depreciar a nuestro favor, qué debemos hacer y/o qué nos puede ocurrir si las cosas siguen igual. Pues nada más ni nada menos, que lo que ya está sucediendo: un déficit externo brutal e insostenible que no se puede corregir salvo que nos apresuremos a cambiar el modelo económico y social en el que nos encontramos inmersos, o bien, que renunciemos al euro y dejemos que nuestra moneda se deprecie en el mercado. Este último extremo no es posible si creemos en la Unión Europea. Lo que queda es cambiar el modelo urgentemente, porque si esto no ocurre continuaremos perdiendo renta y, por tanto, capacidad de compra paulatinamente. Nuestro mercado laboral será cada vez más y más precario, y mientras nos esforzamos por conservar nuestro «status quo», intentando hacer lo imposible por mantenernos dentro del mercado laboral con nuestros salarios, cobrar nuestra antigüedad y demás pluses, los que están fuera del mercado de trabajo vivirán en la más absoluta precariedad y percibirán cada vez menores salarios. Si piensa que no le importa, ¡que el que venga arree!, medítelo; si no hay empleo o este es precario, los que sufrirán los menores salarios serán nuestros hijos. No obstante, si no le apetece pensar en sus hijos, o no los tiene, piense que también corren peligro sus pensiones de jubilación, o tal vez su propio negocio ante la falta de consumo debido a los bajos salarios. No se lo tome el asunto tan a la ligera, la economía es frágil y puede caer en desgracia en 20 ó 25 años, ocasionando la práctica desaparición de las clases medias. Si no se hacen las cosas bien, puede sucedernos algo parecido a lo que ocurrió con Argentina, que pasó de ser la sexta potencia económica mundial a descender a puestos próximos al vigésimo tercer lugar en renta per cápita en PPC (Paridad de poder de compra o de poder adquisitivo). España ya ocupa actualmente el puesto undécimo de los países más desarrollados en PPC.

Los economistas hace unos años hemos venido vaticinado que habrá una caída del consumo en España y que ésta llevaría al colapso a la economía, y puede que dicha caída esté ya sucediendo, o que se haya precipitado con la la crisis financiera mundial y la crisis productiva de España, aunque puede que lo que esté ocurriendo sea un simple anticipo de lo que nos espera, un pequeño ajuste. Permítame unos minutos más de su tiempo para explicarle cómo lo que está sucediendo puede afectarle a usted. En los últimos años el consumo ha crecido rápidamente, pero no porque haya crecido nuestra renta salarial proporcionalmente, sino, porque cada vez ahorramos menos para poder consumir más, las cifras no dejan lugar a dudas, para eso los economistas utilizamos las estadísticas. Ya se que lo que hace con su dinero es cuestión suya, pero, a que usted piensa hoy que el dinero hay que gastarlo con cuidado para asegurarse que cada euro que emplee no sólo le proporcione la mayor satisfacción posible, sino también le permita no verse privado de otros bienes, ¿no es eso cierto? Como también es cierto que durante los últimos años ha necesitado cada vez mayor parte de su renta para darse esos caprichos de toda la vida, que cada vez son mas caros y le dejan con menos dinero en su cuenta corriente. Eso sólo significa una cosa, que su poder adquisitivo se ha ido deteriorando con el paso del tiempo. Pero, hay quienes han sacado mucho provecho de nuestra alegría consumista.

¿Quién se ha llevado mi dinero? se preguntará. ¿Hace falta contestarle?, eso mismo, los de siempre: los más ricos entre los ricos y también el Estado. Cada vez la clase media necesita más esfuerzo adicional de su renta para comprarse un piso, cada vez la clase media tiene que pagar más impuestos, y cada vez viven mejor todos ellos, quienes detentan el poder económico, y nosotros no. Los economistas creemos que la clase media de países como España está en declive, aquí también las estadísticas nos dan la razón. Los ricos entre los ricos no tienen problema, si ven que sus beneficios se resienten en España, se deslocalizan y «si te he visto no me acuerdo»; los otros, quienes nos gobiernan, nos hinchan a impuestos para sufragar sus excesos e ineficiencias, para generar servidumbres y pagar estómagos agradecidos, y para colocarse a buen resguardo.

Si usted se quedara sin empleo, si no tuviera más rentas, su familia quebraría. A usted probablemente le embarguen el piso, aunque naturalmente como al valor actual del mismo hoy por hoy ya no cubre la totalidad de la deuda, también le embargarían algunos otros bienes más. Usted está conminado a resarcir su deuda hasta el final de sus días. Naturalmente, eso no sólo le puede pasar a usted, también a las pequeñas y medianas empresas. A las grandes empresas, naturalmente va a ser que no. Fíjese que a los banqueros y a las grandes fortunas no les sucedería lo mismo, porqué incluso antes de que empiecen a tener dificultades, todos nosotros tendríamos que responder por ellos, como sucede ahora. Fíjese también que el Gobierno, que se dice de izquierdas, está entregando su dinero y el mío, el dinero que tanto esfuerzo nos ha costado conseguir y con el cuál supuestamente contribuimos al bienestar social a través de nuestros impuestos, a todas estas grandes fortunas, para que puedan seguir estrujándonos la moral, por no decir barbaridades. Sabe usted cómo se llama eso: intervencionismo económico. También es intervencionismo el que los Gobiernos locales vendan suelo caro para que entre todos sufraguemos sus excesos de gasto pagando más por las viviendas que de otro modo nos costarían, cuando menos, lo que cuestan realmente aquellas de protección oficial, y encima sin necesidad de rezar ni a San Antonio ni a Santa Maravillas para salir sorteados, y que me perdonen los beatos. También es intervencionismo que el Gobierno con dinero público de nuestros impuestos decida quién debe, o quien no, adquirir una empresa privada como REPSOL facilitándole para ello el crédito necesario sin necesidad de ningún aval, más que el valor de las propias acciones. Esto ocurrió cuando una Institución Pública, como es el Instituto de Crédito Oficial (ICO), le dejó dinero prestado al empresario Luis del Rivero dueño de Sacyr Vallehermoso, con el fin que adquiriera el 20% de de las acciones de esta empresa. Pero, en fin, qué le voy a contar, a estas alturas de lo que usted no esté ya enterado. Luego resulta que este buen señor quiso vender sus acciones a la compañía Rusa Lukoy, que están desesperadicos, como diríamos en Aragón, por controlar el mercado del petróleo mundial, o en caso contario a los Chinos. Mientras tanto, nuestro Gobierno amparándose en una supuesta libertad de mercado, cuando le conviene, no quiere caer en la cuenta que una operación como ésta, supone favorecer la creación de monopolios mundiales, sobre un bien que es además estratégico para España, por la excesiva dependencia que tenemos del petróleo. Cualquier economista le diría que favoreciendo los monopolios se actuaría en sentido contrario a la verdadera libertad de mercado, porque además, si se practica el «libre mercado», a cualquier oferta deberían poder concurrir más competidores.

Bien, pero a qué me cuenta usted esto, me dirá. ¿Es que no estábamos hablando del consumo? Claro que si, y seguimos. ¿No se ha dado cuenta que el precio del petróleo ha descendido y apenas se ha notado la rebaja en el precio final que le cobran en su estación de servicio? No me diga que usted, manda narices. Ahora ya me entiende. Si le redujeran el precio del combustible como corresponde, tendría más dinero para consumir, a que sí. Además, qué cree que nos puede esperar si el control de este recurso estratégico pasa a otras manos. ¿Estará garantizado nuestro abastecimiento? Fíjese sino en lo que ocurre con el gas consumido en Europa y proveniente de Rusia, pues que no llega.

Bueno, no se usted, pero a mi el libre mercado y la libre competencia me gustan, pero eso sí, el libre mercado no significa que haya que favorecer al gran capital, ni a los grandes financieros responsables de esta crisis. Ellos no creen en la libre competencia, ni el libre mercado, únicamente cuando les interesa suelen hacer alusión al mismo, porque lo que realmente buscan es monopolizar el mercado para así garantizarse más y más ganancias, y por supuesto, estrujarnos a usted y a mi, de más y más de abajo, burlando incluso al fisco. A estas alturas pensará ¿No era que Hacienda somos todos?, pues va a ser que no, hay financieros como Phillip Falcone, James Simons, Jhon Paulson, Kenneth Griffin, o el popular autodenominado filántropo George Sores, filántropo únicamente para lavar su conciencia, que ni creen en que Hacienda somos todos ni les importa mucho haber acabado con los ahorros de mucha gente. Sabía usted que las ganancias de estos especuladores financieros tributan en muchos casos a un tipo inferior al 15%, bastante por debajo al que pagamos usted y yo, como simples currantes cuando tenemos nuestra cita con Hacienda. Tipos así son los principales exponentes de la quiebra del Sistema, pero no los únicos culpables.

Los Gobiernos deberían sencillamente garantizar el bienestar general, pero han hecho muy poco, porque no han sido capaces de fiscalizar los excesos del sector financiero, ni establecer una regulación suficiente como para que el mercado funcione libremente y sin ataduras, muy poco para evitar que adquieran semejante poder monopolístico, como el tipo de Sacyr, y como muchos otros que no creen en el mercado porque aborrecen la competencia, porque tienen al Estado trabajando para sus intereses y a nosotros para ellos.

Gunther Zevallos
Secretario General pCUA

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.