Sociopolítica

Más justicia, menos vigilancia

La obsesión por la seguridad despoja al Estado de su fin más importante: la justicia, encargada de llevar la paz a los pueblos.

Comité Especial sobre el terrorismo, Convención sobre la represión de atentados terroristas cometidos con bombas, Convención sobre la represión de la financiación del terrorismo… Estos órganos de Naciones Unidas reflejan la deriva policial de la justicia no sólo a nivel internacional, sino en los mismos Estados que han aceptado sin condiciones sus ‘obligaciones’ en la lucha contra el terrorismo.

Con la caída del muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética se rompió el equilibrio del sistema internacional bipolar. Algunos analistas anunciaban el fin de la historia y que las naciones abrazarían la causa de la democracia y de la economía de mercado, siempre y cuando no se disociara la primera de la segunda. Sin embargo, los impactos de dos aviones en las Torres Gemelas cambiaron el curso de la política internacional.

El discurso de Bush posterior a los atentados del 11 de septiembre anunciaron la vuelta a un mundo bipolar, sólo que esta vez la línea divisoria era tan clara como la de la época del McCarthyismo: “Estás con nosotros o contra nosotros”.

Con ese argumento se aprobó el USA Patriot Act: Preserving Life and Liberty, que daba luz verde a los cuerpos de seguridad del Estado para “tomar las medidas necesarias”, “interceptar y obstruir el terrorismo” y “fortalecer a América”. Se pusieron en marcha escuchas telefónicas y fueron cesados de su actividad académica algunos profesores que cuestionaron el surgimiento de un patrioterismo bélico.

Para la Doctrina Bush y el Nuevo Orden Mundial que preconizaban los neoconservadores desde mucho antes, el fin del Estado es la seguridad. El Acta Patriótica y las medidas que tomaron el Consejo de Seguridad y la OTAN quedan justificadas por ese “fin” que pocos cuestionan, pues sucumbieron al miedo.

Las voces críticas sostienen que la seguridad forma parte de la paz y que ésta debe ser fruto de la justicia. De lo contrario, se convertiría en una bomba de relojería o, como ha sucedido con las represiones dictatoriales, en el silencio de los cementerios.

A diferencia de actitudes militaristas que aseguraban que Irak y Afganistán abrazarían la democracia después de la invasión, esas voces no son fruto del wishful thinking o del buenismo. Se basan en los fracasos del militarismo y cuestionan el nuevo envío de tropas a Afganistán por parte de Estados Unidos y de los Estados miembros de la OTAN.

El mismo Barack Obama se muestra partidario de “estabilizar” Afganistán y de retirarse de Irak de manera progresiva. El legado de la era Bush condiciona los resultados de las medidas tomadas en la región a diversos factores que escapan a su control, como el éxito de las negociaciones con Israel, con Palestina y con Irán.

Por otro lado, Obama ha declarado que está dispuesto a sentarse a hablar y negociar con Irán y con otros Estados, anteriormente calificados de ‘hampones’. Esta aparente disposición al diálogo, su equilibrio y su elocuencia han llenado de expectativas al mundo, que espera el yes we can traducido en cambios tangibles.

De ahí la importancia de Obama en un posible cambio de enfoque de Estados Unidos hacia el mundo y, en concreto, hacia los órganos de Naciones Unidas. Su figura puede influir para la puesta en agenda de temas que son tan importantes como la lucha contra el terrorismo en la búsqueda de la paz internacional. Se trata del medioambiente, del derecho internacional económico, del desarme y de los derechos humanos.

La sociedad internacional ha de convertirse en una auténtica comunidad internacional para hacer frente al desafío de la justicia en un mundo cada vez más interdependiente. De esta manera no se tendrán que emplear más miles de millones en ejércitos, armamento e invasiones con la excusa de la democracia, que nace del bienestar y de la justicia.

Por eso Obama ofrece la oportunidad de iniciar el camino hacia las reformas propuestas para hacer de Naciones Unidas una organización internacional más representativa y más democrática, que dé cabida a organizaciones de la sociedad civil. Sobre todo, la oportunidad de revitalizar los Objetivos del Milenio y la lucha contra la pobreza, que están en la base de todos los derechos humanos para la posterior construcción de verdaderas democracias y no las que se han intentado imponer a golpe de cañón.

Carlos Miguélez Monroy

Periodista

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.