Sociopolítica

Segunda muerte de Dorian Gray

Michael Jackson en la sopa. Páginas y páginas dedicadas a ese monstruito, y para colmo en la sección de cultura. Dije una vez que a nadie, entre todos mis congéneres, me sentía tan ajeno, tan distinto, tan opuesto, como al cantante que acaba de morir. Sigo pensándolo. Me horroriza ese individuo. Me da dentera y grima. No sé cómo cantaba, porque nunca, a sabiendas, le oí cantar, ni cómo bailaba, por lo mismo. Miento. Una vez, en un momento tonto, tumbado en la cama de un hotel de Nueva York con la tele encendida delante, presencié sus contorsiones de marioneta sobre no sé qué escenario de no sé qué lugar del mundo. A los pocos segundos apreté el botón del zapeo y me fui sin su música a otra parte. Era el jovencito Frankenstein, un esperpento de videoclip de vampiros y Thriller de serie B, y la reencarnación de Dorian Gray. Éste, como Jackson, tampoco quería envejecer. Eso es comprensible y legítimo, pero no a costa de perder el alma. ¿De qué sirve la lozanía del cutis a quien no la tiene? Los dos eran, cada uno a su modo y en la acepción etimológica de la palabra, unos desalmados. En lo concerniente al primero, no envejecía su cuerpo, sino el retrato que guardaba en una habitación donde sólo él podía entrar. Al morir, por él mismo apuñalada la pintura, los términos se invirtieron: el cadáver del crápula se cubrió de arrugas y éstas desaparecieron del lienzo. Hay, en el caso de Jackson, algunas variantes, pero el meollo de la historia permanece. El cantante no necesitaba de retrato, porque él mismo, poco a poco, se había ido convirtiendo en su propia caricatura, y también, como Dorian Gray, la escondía, aunque lo hiciese bajo máscaras, velos, gafas negras, sombreros de ala ancha, atuendos femeninos o, incluso, un burka. ¡Qué adefesio! Su piel era ya la de un cadáver, la de un zombi, que vagaba por palacios horteras de Walt Disney y vacíos serrallos orientales. Estaba podrido. Por no tener no tenía ya ni nariz. Será difícil que su cadáver se descomponga, porque los gusanos se lo habían comido en vida. Ha reventado, como una pústula, en plena vejez a causa de sus potingues, que eran elixir de eterna senilidad. No voy a decir que me alegro de su muerte. ¿Cómo podría llegar a tal extremo si ni siquiera me alegré de la muerte del Caudillo? Pero tampoco la lamento. Hombre soy, y la desaparición de Michael Jackson me deja indiferente. No creo que sea, como tantos dicen, una pérdida para la humanidad. ¿Y si fuese lo contrario?

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.