Sociopolítica

La Araucana

La mía, no la que escribió Alonso de Ercilla…

Ya no soy Viernes. Ya soy Dragó. Ya piso tierra firma (o no, porque es andina, volcánica, abundan los lagos, llueve como lo hacía en tiempos de Noé, sopla un viento huracanado y es de suponer que no escasean los terremotos), ya me despido, como dije, de Miguel de la Quadra y de su infantería de marina, transformada ahora en ejército de tierra, en la ciudad de Concepción, ya alquilo un coche y ya pongo su morro hacia el sur.

Centenares y centenares de kilómetros y kilómetros de monótona autopista. Nada que destacar, excepto unas cascadas (las de no sé qué. Nunca tomo notas, y así me va) sitas en un enclave arrasado por el turismo. Las veo desde un puente, pero no me acerco a ellas. Las cascadas son iguales en todas partes y tan tediosas como el agua tibia. Sólo me gustan las de Iguazú, descubiertas por Cabeza de Vaca, que al verlas de repente, cuando menos lo esperaba, hincó las rodillas en el suelo devorado por la selva y adoró al Creador, y la de la Cola de Caballo en el Monasterio de Piedra. Pero eso es porque jugaba allí de niño.

¡Con decir que fui una vez a Toronto y no me tomé la molestia de recorrer veinte kilómetros (o así) para echar un vistazo a las del Niágara!

Donde hay cataratas, hay turistas, como las de Chile, por enésima vez, me lo demuestran, y donde hay turistas, Dragó y Viernes pasan de largo y se van a tomar una copa de ron en el tugurio más cercano. Y si en él hay chicas, mejor.

Niágara es para mí Marilyn Monroe contoneándose con todas sus curvas metidas en un traje ceñido, mojado y casi transparente. ¡Translúcido, vaya, porque de luz era su cuerpo!

Y si Marilyn no está, ¡aire, señores, aire!, como recuerda Andrés Trapiello que decía Galdós También estuve en el lago Victoria y tampoco fui a ver sus cataratas.

Eso sí: los turistas, en cuanto ven alguna, enloquecen de contento, las enfocan con sus cámaras y palmotean como lo que son… Niños pequeños.

Llueve, y llueve, y llueve. Estoy en la Araucanía, tierra en la que nació Neruda y en la que, según la Lonely, las nubes se preñan de agua. Aguda observación. ¿Es que alguna no lo está?

Llego por fin, más sonado que los sparrings de Joe Louis, a la ciudad de Valdivia y me meto en un fantástico hotel de vitola colonial sabiamente restaurado. Está a la vera de un río ancho, sereno, boscoso, majestuoso. Sería injusto ocultar su nombre… El del hotel, digo. Se llama Pedro de Valdivia. Si alguna vez un viajero, diría Italo Calvino, se deja caer por aquí, búsquelo y alójese en él. No es caro, da más de lo que pide.

Salgo a dar una vuelta por la ciudad, que no es gran cosa, aunque hasta los muelles de su mercado central se acercan con languidez esos insaciables tragaldabas que son los lobos marinos. Un vendedor de mariscos me avisa de que me ande con ojo, porque a veces tiran bocados.

Yo también tengo hambre. Es día de suerte. Me topo con un restaurante de bonita decoración, amable servicio y buena cocina ‘cajun’: es el New Orleans.

Me enjareto un descomunal guisote y…

Mañana sigo.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.