Sociopolítica

El cambio en España


Nuestro país es, al menos potencialmente, uno de los mejores candidatos, por lo menos en Europa, para liderar cambios democráticos.

(Esto es un extracto del capítulo “El cambio en España” del libro “La causa republicana” disponible en mi blog.)

España es el eslabón más débil de las falsas democracias occidentales, y el modelo de democracia liberal se puede romper por su eslabón más débil, como así ocurrió también en el pasado con el capitalismo. Las falsas, limitadas, aparentes e insuficientes democracias occidentales tienen uno de sus representantes menos engañosos en nuestro país. El disfraz de “democracia” es menos eficaz en España.

Además de los defectos de la mayoría de “democracias”, que en España tenemos en mayor grado, aquí tenemos defectos propios por nuestro pasado reciente. El montaje de “democracia” en España se está resquebrajando más porque dicho montaje es más artificial, es más descarado. Además de no cumplirse los principios elementales de las llamadas democracias liberales, siendo el principal incumplimiento el de la separación de poderes, aquí tenemos más censura que en otros países porque nuestra democracia es en realidad una herencia del franquismo, tiene bastantes restos de una dictadura. Dicha censura no podría detectarse fácilmente si no fuera por la prensa alternativa accesible en Internet. De ahí la importancia de Internet como herramienta de liberación, de lucha contra el monopolio ideológico.

La monarquía española actual es heredera directa de un régimen dictatorial de corte fascista y esto deja huellas. Además de tener una monarquía, estamento claramente anacrónico en cualquier lugar, aquí tenemos una monarquía sin control ni ninguna transparencia, de la que no se puede hablar más que de tonterías para camuflar el hecho de que no es posible hablar de su patrimonio o de sus actividades, que apenas es posible caricaturizar en la prensa, no digamos ya criticar. Y si se la critica es acerca de cuestiones de menor importancia para disimular el hecho de que no se la puede criticar seriamente, no se la puede cuestionar. Tenemos una “democracia” donde se censura sistemáticamente (por ejemplo, al movimiento por la Tercera República) atentando contra el pilar elemental de la libertad de prensa, donde se tortura, donde se reprimen derechos elementales. Una “democracia” que no ha sido ni siquiera capaz de condenar al régimen franquista, donde ni siquiera se ha resarcido a sus víctimas. Nuestra presunta democracia “canta” demasiado. Con una Constitución que dice claramente que el jefe de Estado está por encima de la ley, ¿qué puede esperarse? Si a esto añadimos los problemas de los nacionalismos, cuyo máximo exponente es el terrorismo de ETA, del paro y de la corrupción, donde nuestro país destaca poderosamente en Europa, podemos decir que, políticamente hablando, España es una “bomba explosiva”.

No es de extrañar que nuestro secular atraso, que una monarquía corrupta y cómplice de prácticas dictatoriales, como así fue el reinado de Alfonso XIII, que apoyó a la dictadura de Primo de Rivera, como así podría ser (vamos a ser cautos) con el reinado de Juan Carlos I, que fue coronado por Franco, diera lugar a la Segunda República en un caso y pueda derivar en la Tercera República en el otro. Si a esto añadimos, que ahora existe algo que se llama Internet, que posibilita romper el monopolio de la verdad y de las ideas, que permite que circulen informaciones “prohibidas”, que permite que un simple ciudadano de a pie como el que suscribe pueda aportar sus opiniones, su granito de arena, entonces, a pesar del derrotismo, del pesimismo, de la pasividad y del conformismo generales, fomentados por un sistema que se sustenta en un pueblo idiotizado, no es de extrañar que renazca la esperanza de cambiar las cosas.

En España se dan conjuntamente diversos factores contrapuestos, que pueden provocar avances importantes o bien retrocesos aún mayores. España que fue durante la guerra civil el campo de batalla mundial entre la revolución y la contrarrevolución, entre el socialismo y el fascismo, que fue el preámbulo de la segunda guerra mundial, por su historia, por su idiosincrasia, por sus contrastes (si algo destaca nuestro país es por sus contrastes a todos los niveles: geográfico, climático, cultural, político, social), por sus contradicciones, parece tender siempre hacia el radicalismo, hacia los extremos opuestos. Aquí hemos conocido la reacción más dura, la represión más salvaje, pero también aquí se intentó la revolución más ambiciosa. Aquí hemos conocido el fascismo, o un sucedáneo llamado franquismo, la Inquisición, pero también la revolución anarquista. En ningún otro lugar se ha intentado hacer con tal intensidad una revolución desde la base, donde los protagonistas eran los propios obreros, sin dirigentes ni élites. La breve revolución española de 1936 es casi un fenómeno único en la historia. Por otro lado, pocos países han conocido una guerra civil como la nuestra, en la que el pueblo defendió heroicamente la legalidad democrática. Hasta tal punto fue la resistencia popular que el ejército de Franco ayudado por Hitler (cuyo ejército era uno de los más poderosos del mundo en ese momento, hasta tal punto que sólo pudo ser vencido, y no sin esfuerzo, por la alianza entre los Estados Unidos, el Reino Unido y la URSS) y Mussolini necesitó tres largos años para vencerla. Porque no puede compararse los medios de que disponía el ejército fascista alzado con la poca ayuda que recibió la Segunda República. Pocos países han sufrido un régimen totalitario de corte fascista como el nuestro, y además tan largo. Pocas dictaduras han llegado a durar casi 40 años en la historia reciente de la humanidad, si exceptuamos quizás las dictaduras estalinistas o la dictadura de Salazar en nuestro vecino Portugal.

Desde luego, en Europa occidental, España representa casi un caso único. En España, país de enormes contrastes, hemos conocido las mejores y las peores facetas del ser humano. Hemos sido testigos del heroísmo de ciertos hombres y mujeres (españoles y extranjeros, en pocas guerras ha existido el fenómeno de las brigadas internacionales como en nuestra guerra civil) que sacrificaron sus vidas por los demás, por unos ideales, por una sociedad mejor, pero también de la miseria de ciertos hombres y mujeres que vendieron su alma al diablo, que fueron capaces de traicionar a sus hermanos para sobrevivir, que incluso fueron capaces de traicionarse a sí mismos, a sus propios ideales para prosperar. En pocos sitios se ha dado con tanta intensidad el idealismo (en el mejor sentido de la palabra, no en su sentido filosófico) y el materialismo (en el peor sentido de la palabra, no en su sentido filosófico). En pocos sitios han convivido políticos honestos y chaqueteros como en España. Aunque de los honestos ya casi no nos acordamos porque la clase política actual es la superviviente de la que existía en el franquismo o producto de la llamada Transición orquestada por la dictadura. Ahora casi sólo tenemos chaqueteros, salvo algunas honrosas excepciones. La mayoría de los POLÍTICOS (con mayúsculas) perecieron con la Segunda República o tuvieron que exiliarse. Los que se quedaron y siguieron activos, no tuvieron más remedio que venderse al enemigo. Los que entraron en escena a partir de la Transición se sometieron a las condiciones impuestas por el bando ganador. ¿Ha de extrañarnos la catadura moral de nuestra actual clase política?

La Tercera República debe suponer también la recuperación de la POLÍTICA (con mayúsculas), el rescate del espíritu del auténtico político al servicio de la sociedad, que sirve a ésta en vez de servirse de ella. La República debe suponer también, y no menos importante, la recuperación de la moral en la política, sin la que no valen las leyes ni los medios. Si no hay un espíritu de servicio a la sociedad, la política, por mucho que se provea de mecanismos legales (aunque esto también es esencial), se sirve del pueblo en vez de al revés. La República debe establecer mecanismos concretos que posibiliten, con el tiempo (esto no podrá ocurrir de la noche a la mañana), la recuperación del auténtico espíritu de la política, debe “limpiar” la política de toda la basura que la invade. Se necesita una “limpieza” general. Y esta limpieza no puede provenir de los mismos que ensucian, debe provenir del pueblo, que es el único que puede hacerla. “Sólo” hace falta que sea consciente de que puede hacerla y que la quiera hacer. Y para ello, su vanguardia, la legión de barrenderos compuesta por aquellos que no nos conformamos con la basura, debe concienciar a sus conciudadanos de la necesidad y posibilidad de limpieza. Lo primero de todo es que no nos conformemos con la basura, que no renunciemos a la limpieza, que dejemos de contribuir a ensuciar. Debemos eliminar, con el tiempo, el espíritu corrupto de la clase política pero también de la ciudadanía que lo consiente o incluso a menor escala lo practica. La cultura del esfuerzo debe sustituir a la cultura del pelotazo. Pero la cultura no nace de la nada, no surge espontáneamente ni repentinamente, es consecuencia de las características del sistema. Cuando existen mecanismos concretos que fomentan la honradez, con el tiempo, bastante tiempo, la honradez se incrusta en las mentes de las personas que conforman el sistema. Si se establecen mecanismos concretos que eviten la corrupción y luchen eficazmente contra ella, uno de los objetivos fundamentales de toda verdadera democracia, entonces, con el tiempo, los ciudadanos aprenden a vivir sin corrupción, aprenden a odiarla, a evitarla, a no consentirla. En definitiva, la República (siempre que sea una auténtica república y no sólo una careta) puede representar la “escoba” que necesita nuestro sistema político. Debemos entre todos construir la escoba que nos permita limpiar todos los rincones de nuestra sociedad, incluidos a nosotros mismos, de la porquería acumulada.

Los que no nos conformamos con lo establecido, los que luchamos por un mundo mejor, no nos dejamos amedrentar por la demonización de la palabra radical. Si tenemos un sistema radicalmente injusto e ilógico, entonces hay que oponerse radicalmente a él. Pero no confundamos el radicalismo con la violencia. Al mismo tiempo que luchamos radicalmente contra el sistema, luchamos radicalmente por que la lucha sea pacífica y democrática. Aspiramos a mayores cotas de democracia, al establecimiento de una verdadera democracia, y para ser coherentes, hay que predicar con el ejemplo, no hay que caer en el error que se cometió en el pasado de que los medios justifican el fin. El fin está contenido en los medios. Si para alcanzar la democracia la traicionamos, entonces la democracia nunca podrá alcanzarse, sustituiremos un sistema deleznable por otro (y a la historia podemos remitirnos). En el capítulo “Los errores de la izquierda” de mi libro “Rumbo a la democracia” analizo, según mi opinión, lo que la izquierda hizo incorrectamente en el pasado y lo que debería hacer en el presente.

Debemos aprender de las experiencias históricas para no volver a cometer los mismos errores. Tan poco hacen los que no luchan por cambiar las cosas como los que lo hacen sin querer corregir los errores del pasado, repitiendo de forma machacona y ciega los mismos postulados de hace más de un siglo, contradiciendo la filosofía de aquellos intelectuales que postulaban el pensamiento crítico y libre, la adaptación al espacio y al tiempo (lo cual no significa la renuncia a los principios y objetivos más básicos), como imprescindibles herramientas de trabajo.

Los que pensamos que hay que seguir avanzando no nos conformamos con esta “pax romana” que nos venden, con esta supuesta estabilidad que tanto nos dicen que tenemos gracias a esta monarquía. También teníamos “estabilidad” y “paz” con Franco. Inmovilismo no es lo mismo que estabilidad. No confundamos una sociedad estable con una sociedad políticamente muerta. Una sociedad estable crece de forma razonable, sin altibajos. Una sociedad viva evoluciona. No puede considerarse una sociedad como estable cuando a periodos de gran crecimiento económico les siguen repentinamente periodos de graves crisis, cuando en muy poco tiempo se pasa de crear millones de empleos a destruir más millones aún. De hecho, no puede tenerse una sociedad estable construida sobre arenas movedizas, con unos cimientos a todas luces ilógicos, injustos e insostenibles.

Los mismos que provocan los golpes de Estado y las guerras civiles, nos hacen el chantaje de que no provoquemos cambios que puedan “desestabilizar” al país, cuando los que desestabilizan son ellos, los que se aferran a sus privilegios. ¡Cuántas veces recurren los franquistas disfrazados de monárquicos, a su vez disfrazados de “Juancarlistas”, al miedo de lo que ocurrió con la Segunda República (por supuesto tergiversando la historia)! Ante la derecha más radical de Europa, ante un sistema diseñado a la medida de la extrema derecha, que fue la que llevó la batuta de la mal llamada “transición”, ¿qué podía esperarse? ¿O es que vamos a negar que el franquismo era de extrema derecha? ¿O es que vamos a creernos que los que organizaron un golpe de Estado, ganaron una larga y dura guerra civil y gobernaron con mano de hierro el país durante casi 40 años, iban a renunciar así como así al poder? Pues sí señores, la mayor parte del pueblo español, incluido el que suscribe, con la izquierda a la cabeza, aunque con alguna resistencia por parte de sus militantes más concienciados, se creyó el cuento de la “transición”. Un pueblo deseoso de despertar de la pesadilla de cuatro décadas en la que se veía sumido se creyó que los mismos que la provocaron, “repentinamente” (y “casualmente” cuando su caudillo falleció) quisieron librarle de ella. “Repentinamente”, los que gobernaron el país mediante un régimen producto de un atentado contra la democracia, se volvieron “demócratas”. El pueblo español, no todo pero sí la mayor parte, ávido de despertar de dicha pesadilla, hizo la vista gorda y aceptó el chantaje. Prefirió una “pseudo-democracia”, un neofranquismo sin Franco, con el disfraz de una monarquía parlamentaria, antes que nada, antes que un franquismo sin Franco. El pueblo se agarró al clavo ardiendo que le ofrecieron. Y debimos asistir al bochornoso espectáculo de ver cómo la plana mayor del franquismo se presentaba a unas elecciones “democráticas”. Aquellos que pertenecieron a la falange, aquellos que eran la mano derecha del caudillo, repentinamente, se convertían en líderes de los partidos de la nueva “democracia”. Un hecho casi inaudito en la historia humana. ¿Cómo podía evitarse en estas condiciones tener una “democracia” tan escorada a la derecha?

Hasta tal punto llega la derechización de nuestra “democracia”, que el principal supuesto partido de la izquierda (en el que también se colocaron antiguos falangistas), partido que hace tiempo que debería haber quitado de sus siglas la “S” de socialista y la “O” de obrero (¡si su fundador Pablo Iglesias levantara la cabeza!), cada vez deriva más hacia la derecha. A pesar de aparentar cierto progresismo en cuestiones sociales importantes pero secundarias, como las relacionadas con el matrimonio entre homosexuales o el aborto, en lo económico, las políticas de los gobiernos “socialistas” han sido iguales o más de derechas que las de la derecha oficial, entre otras cosas, porque con un gobierno de derechas los sindicatos oficiales son menos permisivos.

Hasta tal punto fue magistralmente diseñada la “transición”, que el Partido Comunista de España renunció a algunos de sus principios fundamentales, como era la causa republicana, con tal de poder ser legalizado, preso de una especie de “síndrome de Estocolmo”. Consintió una “democracia” con graves déficits, entre ellos una ley electoral injusta especialmente diseñada para restar fuerza a la izquierda transformadora de este país. Trampa en la que cayó dicho partido y que ahora está pagando caro. Un alto precio que le ha casi extinguido de la vida pública de este país. Error que ha podido costarle la “vida”. Error que ahora es capaz de reconocer cuando su heredera política, como es Izquierda Unida, ha sido casi eliminada de las instituciones políticas. Error que además de hacerle casi desaparecer del panorama político, cuando no hay que olvidar que era un partido fuerte e importante, uno de los principales quebraderos de cabeza del franquismo, le hizo perder mucha militancia que se sintió traicionada. Error que posibilitó la desunión y debilitamiento de la auténtica izquierda de este país, lo más grave.

Tienen razón quienes afirman que la “transición” española fue modélica. Pero no desde el punto de vista democrático, no para los intereses del pueblo. Fue una jugada maestra de la oligarquía franquista para perpetuarse. Es un modelo para todas las oligarquías del mundo de cómo someter a un pueblo sin que éste se percate. También en esto, nuestro país es casi una excepción en el mundo. En pocos lugares se ha perpetrado un engaño de tal envergadura, de tal “elegancia” e inteligencia. No cabe duda de que el asesoramiento de la CIA en nuestra “modélica” transición fue muy eficaz, un auténtico jaque a la izquierda (no podemos decir jaque-mate porque en la historia nada es definitivo, no existen los jaque-mates en la historia humana). Recomiendo encarecidamente al lector el libro “Un Rey golpe a golpe” de Patricia Sverlo.

Ante tal “democracia” tan escorada a la derecha, decía, ¿puede sorprendernos que la clase empresarial española sea de las más explotadoras del viejo continente?, ¿puede sorprendernos que seamos los campeones del paro, de la precariedad laboral, de la siniestralidad en el trabajo?, ¿puede sorprendernos el poder que aún tiene la Iglesia?, ¿puede sorprendernos el poder de movilización de la derecha para reunir a millones de personas para defender causas de “integrismo religioso” que en otros países de Europa ya ni recuerdan?, ¿puede sorprendernos que en nuestro país aún se torture en las comisarías?, ¿puede sorprendernos que aún exista la censura (aunque mucho más sutil e inteligente)?, ¿puede sorprendernos que el franquismo no haya sido aún ilegalizado ni condenado (hecho insólito en el mundo puesto que cualquier país que ha sufrido una dictadura la condena en cuanto se libra de ella)?, ¿puede sorprendernos que encima se juzgue a los que intentan investigar los crímenes del franquismo? ¿Quién no comprende aún por qué Franco dijo que lo dejó todo bien atado? En el libro “La democracia en España: engaño y utopía”, su autor Francisco Badarán hace un detallado análisis, que no tiene desperdicio, de nuestra actual Constitución monárquica.

Ante dicha derecha, ante este panorama, la lógica tendencia de la verdadera izquierda es, con el tiempo, a radicalizarse. Se han necesitado unos 30 años para que la izquierda de este país haya empezado a abrir los ojos. Se ha necesitado que la izquierda haya sido casi liquidada para que empiece a reaccionar (esperemos que no demasiado tarde). Una vez pasado el periodo de hacer la vista gorda, de transigir con las condiciones impuestas por el bando ganador, por los que tenían la sartén por el mango, en la llamada “transición”, el Partido Comunista de España, por fin, ha decidido romper con la actual Constitución, con un sistema “democrático” que ha abocado a la verdadera izquierda de este país casi a la marginalidad, ha decidido romper con un engaño y trampa en los que nunca debería haber caído. Por supuesto, otras organizaciones de izquierda hace ya tiempo que denuncian la farsa democrática que supone el actual régimen monárquico. No es de extrañar que la izquierda más radical sea la que defienda la Tercera República. Una izquierda que aún tiene mucho camino por delante para conseguir una verdadera unidad que permita liderar al creciente movimiento republicano. Una izquierda que tiene mucho trabajo por delante para recuperar el tiempo perdido, el terreno perdido.

La causa republicana en España supone un doble desafío. Supone terminar de hacer la transición desde el régimen franquista, es decir, rematarla. O bien dicho de otra forma, supone hacer la verdadera transición. Y supone el desafío de reorganizar a la izquierda alrededor de una causa capaz de motivar a sus distintas facciones. Una causa de suficiente calado como la transformación de los cimientos de nuestro modelo de Estado. La República puede suponer el catalizador de la regeneración democrática de España, así como de la regeneración de la izquierda. Pero la primera no puede ocurrir si la segunda no ocurre antes. Sin una izquierda fuerte y activa no habrá verdadera democracia. La causa democrática, es decir, la causa republicana, es lo suficientemente evidente e importante como para que sirva de aglutinador de la reconstrucción de la izquierda, tan necesaria, en este país. Era la causa que necesitaba la izquierda por la que luchar. Cuando la necesidad aprieta el ser humano se espabila, abre los ojos, se mueve. Y parece que ha hecho falta que la izquierda en este país haya sido casi expulsada de las instituciones para que se quite la pereza de encima, para que se libere de la comodidad que la dominaba y, por fin, empiece a reaccionar. Queda, como decía, mucho camino por recorrer para que la izquierda vuelva a ser capaz de liderar cambios. Todavía no está claro que lo vaya a conseguir. Quizás estemos ante el principio del fin del letargo de la izquierda, y por extensión, de la ciudadanía de este país.

Si la izquierda es capaz de liderar la causa democrática, es decir, la causa republicana, si es capaz de recuperar la comunicación con el pueblo, si es capaz de hacerle ver la importancia que tiene la democracia, la relación directa entre la misma, entre su grado y calidad, y las condiciones de vida cotidianas, si es capaz de concretar, de conciliar teoría y práctica, si es capaz de luchar activamente, de denunciar valientemente los graves defectos de nuestra presunta democracia, de denunciar la corrupción de forma mayoritaria y en bloque (y no sólo esporádica e individualmente como hasta ahora ha ocurrido), de…, entonces tiene muchas posibilidades de resurgir con fuerza en este país, y de, con el tiempo, con paciencia y mucho trabajo, poder liderar o forzar algún día cambios importantes en nuestro sistema político, y como consecuencia, en nuestro sistema económico.

Los graves déficits democráticos de España, junto con sus contradicciones intensas, pueden ser los catalizadores del resurgimiento de una izquierda fuerte y combativa. Así como cuando uno está en el túnel, cuando uno es consciente de su oscuridad, pero al mismo tiempo ve la luz de la salida y dispone de un vehículo que le permita llegar a ésta, la escasa democracia de nuestro país, junto con el hecho de haber sufrido una dura dictadura (es decir, el hecho de saber lo que es la falta absoluta de democracia), junto con el hecho de saber lo que es intentar cambios radicales, de saber lo que es una guerra civil, de saber cómo reacciona el poder cuando se opone a los avances, es decir, de saber lo que es la lucha por la democracia, nos permite ser conscientes de que sin democracia es imposible avanzar, de que la democracia es muy mejorable, de la importancia de la democracia, de la importancia de usar las estrategias adecuadas para alcanzarla. Así como el hambriento es más consciente de la importancia de los alimentos que los bien alimentados, los “hambrientos de democracia” somos más conscientes de su importancia y necesidad.

El eslabón más débil del modelo actual de democracia lo constituyen aquellos países donde ésta es más escasa. Los países con un poco de democracia, pero con menos que la media, son los principales candidatos a liderar el desarrollo democrático mundial. ¿Quién lucha por el pan? ¿Los ricos o los pobres? ¿Los pobres o los vagabundos que ya no tienen nada? ¿Los que sufren pero aún tienen esperanza y fuerzas o los desesperanzados? ¿El proletariado o el lumpenproletariado? ¿Quién lucha por la libertad? ¿Los que la disfrutan, o los que sufren opresión pero son conscientes de que existe algo llamado libertad? ¿Los que la han probado un poco o los que nunca la han saboreado y por tanto no se imaginan siquiera una existencia libre?

En general, podemos decir que los cambios siempre han sido forzados por los más necesitados, pero no por los más desesperados. Éstos ya no tienen ninguna motivación para luchar, sólo pueden estallar. Para cambiar las cosas es necesario rebelarse pero también saber hacia dónde ir. Y no puede saberse hacia dónde ir cuando no se ven salidas. Avanzar significa moverse hacia delante, no moverse sin dirección.

En ciertos casos, la salida puede consistir en un cambio de régimen, el paso de una monarquía a una república, o de una república a otra. En otros casos, la salida puede consistir en la independencia de cierto territorio. No es de extrañar, por ejemplo, que en Cataluña o en el País Vasco, la independencia se vea cada vez más como la salida. Además de por causas culturales o nacionalistas, innegables, influye también, en mi opinión, el hecho del inmovilismo del régimen monárquico español que incita a romper radicalmente con él porque no permite ninguna otra salida. Para los republicanos catalanes parece más factible declarar directamente la República catalana que esperar a que se declare la República española en la que conseguir su ansiada independencia o simplemente mayores cotas de autogobierno. Para ellos es más fácil avanzar separándose de España que avanzar dentro de ésta, simplemente porque ésta no avanza. Como para los Estados Unidos fue más fácil avanzar como país independiente que dentro del imperio británico. La falta de desarrollo democrático en España es realmente la que está “rompiendo España” porque fuerza la situación. Si a nuestro Rey le importara de verdad la “unidad de la patria” abdicaría para posibilitar un proceso constituyente hacia una república federal. El inmovilismo provoca como reacción el movimiento más radical. Aquellos que se oponen a una república federal española, en la que se sentirían más cómodas ciertas partes de España, están forzando a éstas a separarse de ella. No es de extrañar que el independentismo aumente en ellas.

Que la necesidad es el motor del cambio, por supuesto, los que controlan el sistema lo saben de sobras. Por esto hay que mantener al pueblo en una miseria controlada y limitada. Si algo han aprendido las minorías que controlan la sociedad es a contener al pueblo, a dividirlo, a comprarlo con migajas, a venderle la ilusión de que quizás con algo de suerte pueda mejorar su existencia. Cada año debemos asistir al bochornoso espectáculo de la lotería de Navidad, de ver cómo un trabajador en paro se conforma y sonríe ante la enorme suerte que ha tenido de ganar de repente algunos miles de euros, de haberse librado in extremis de su miseria, olvidando que mejor sería para todos que nuestra prosperidad y supervivencia no dependieran del factor suerte. De cuando en cuando debemos asistir al patético espectáculo de ver cómo se sortean viviendas públicas, cómo se juega con un derecho básico reconocido constitucionalmente y al que sólo pueden acceder muchos ciudadanos sólo gracias a la diosa Fortuna. Tenemos una sociedad donde muchos ciudadanos sólo pueden acceder a derechos básicos como el de la vivienda o el trabajo gracias a sus padres o abuelos, en el mejor de los casos. Derechos básicos como la educación superior al que sólo pueden acceder aquellos que han tenido la suerte de nacer en familias que puedan permitirse el lujo de dedicar muchos años a que sus hijos no traigan dinero a casa y puedan dedicarse a preparar su futuro.


Tenemos una sociedad donde el factor suerte es determinante, donde en función de dónde se nazca, del lugar y de la familia, la vida está más o menos predeterminada, el destino está más o menos escrito. Tienen razón aquellos que dicen que el destino está escrito, porque lo está, pero no en las estrellas sino en las condiciones económicas y materiales de los recién nacidos. Destino contra el que, a pesar de todo, se puede luchar, del que sólo pueden escapar los que se esfuerzan mucho o los que tienen un golpe de suerte o los que hacen trampa, los que recurren a atajos. Tenemos una sociedad donde la supervivencia y la prosperidad dependen en muchos casos de las herencias, del esfuerzo o de la suerte de los antepasados, en vez del esfuerzo propio. ¡Cómo no va a desaparecer en estas condiciones la cultura del esfuerzo! ¡Cuánto esfuerzo les cuesta a algunos conseguir a lo largo de la vida, si es que lo consiguen, lo que otros ya tienen sólo al nacer! ¡Cómo van a esforzarse los jóvenes en sus estudios cuando saben que su futuro laboral va a depender fundamentalmente de la suerte más que de sus esfuerzos, cuando saben que lo fundamental es colocarse bien, es que algún familiar o amigo les enchufe! ¡Cómo van a esforzarse los trabajadores en sus empresas cuando saben que no tienen futuro laboral, cuando saben que éste va a depender sobre todo de la suerte más que de sus esfuerzos, cuando saben que están condenados a perder poder adquisitivo o, lo que es peor, el sustento, cuando sólo aspiran a tener la suerte de prejubilarse a una edad razonable, cuando sólo esperan tener la suerte de no quedarse sin trabajo demasiado pronto, sabedores de que tarde o pronto sobrarán!

Una sociedad donde se fomenta el espabilamiento, la picaresca, la cultura del pelotazo, donde se idolatra la suerte, donde la gente vive de las escasas esperanzas de recibir un golpe de gracia de la diosa Fortuna, es justo lo contrario de una sociedad basada en el trabajo, en el esfuerzo, en la honradez. ¿Y aún decimos que los únicos corruptos son los políticos? La sociedad entera está corrompida de raíz. Una sociedad que rinde culto a los parásitos sociales, en la que muchos ciudadanos se entretienen con cuentos de hadas o de princesitas para escapar de las miserias de sus vidas, que sueñan con poder imitar las vidas de toda la farándula de personajes que venden sus vidas privadas a la “prensa” rosa. ¿Cómo va a cundir el ejemplo del esfuerzo si lo que se venera es justo lo contrario? Tenemos una sociedad en la que la máxima aspiración de muchos ciudadanos es poder vivir a costa de otros, en la que muchos aspiran a que otros trabajen por ellos, ya sean personas individuales o incluso toda la sociedad, en la que se institucionaliza el factor suerte, el parasitismo social en su máxima expresión, en la monarquía. Una sociedad hipócrita que proclama solemnemente que el motor de su economía es la libre competencia y al mismo tiempo la imposibilita por cuanto no es posible la libre competencia cuando no todos compiten en igualdad de condiciones. Una sociedad no puede ser libre cuando sus individuos no pueden controlar sus vidas, cuando sus destinos vienen prácticamente predeterminados por el factor suerte. Uno es libre cuando puede elegir, cuando tiene opciones, cuando tiene margen de maniobra. En una sociedad libre, al contrario que en la actual, el esfuerzo de cada individuo es el factor clave para su supervivencia y prosperidad. En una sociedad verdaderamente libre cada uno hace su propia suerte, al menos en un grado importante.

En suma, tenemos en la actualidad una sociedad construida sobre el factor suerte, en la que sus ciudadanos se encomiendan a la diosa Fortuna, en la que la gente pone su destino en mano de Dios, una sociedad donde la religión sigue siendo el eje central de la misma. Debemos transformar dicha sociedad, en manos de Fortuna o de Dios, basada en la fe, en la religión, en una sociedad en manos del hombre, basada en la razón y la ética. En la que la ética no dependa de la sumisión a un ser supremo sino que esté impregnada en el pensamiento de cada persona, en la que no se base en la coerción o la amenaza sino en el convencimiento propio. Debemos pasar de la jungla a la civilización, de la adolescencia a la edad adulta. La civilización no es sólo tecnología, es sobre todo política, es sobre todo filosofía, es sobre todo cultura, es sobre todo moral. Una sociedad es civilizada cuando la forma de pensar y actuar de los individuos que la componen lo es. Y sólo puede serlo cuando todo gira en torno a la razón y a la ética y no entorno a la fe o a la suerte o al miedo. La evolución científica y tecnológica debe ser acompañada de una evolución social y política. La evolución material debe ser acompañada de una evolución intelectual, moral. Y para pasar de una sociedad medieval, de mentalidad medieval, a una sociedad moderna del siglo XXI, para progresar, debe empezarse por eliminar todos aquellos coletazos del medioevo, debe empezarse por derrumbar aquellos símbolos que atentan contra la razón y la ética. Debe abolirse la monarquía. Y digo debe empezarse porque no debe acabarse con el derrumbamiento de dichos símbolos. La abolición de esa institución anacrónica y absurda es sólo el primer paso hacia una sociedad más racional y ética.

No hay nada más injusto e imprevisible que la suerte. Una sociedad civilizada no debería depender de la suerte. Si ya en la vida la suerte tiene su importancia, una sociedad que se precie debería contrarrestarla en vez de amplificar su influencia. En una sociedad verdaderamente civilizada la lógica y la justicia son sus principios básicos. En dicha sociedad todos los individuos tienen las mismas oportunidades, cada uno tiene lo que se ha esforzado en tener. Hasta que no se lleve a la práctica la igualdad de oportunidades, uno de los principios elementales de la democracia, no tendremos una sociedad civilizada. Hasta que no se ponga en práctica la verdadera democracia, no tendremos una sociedad civilizada, que merezca llamarse como tal. Hasta entonces, sólo tendremos una sociedad que más bien se parece a la jungla, en la que las leyes fundamentales son la del más fuerte y la de la suerte. Una sociedad que rinde culto al factor suerte tiene su máximo exponente en la institución monárquica. Una sociedad en la que el jefe de Estado, el máximo responsable, lo es por la gracia divina. El factor suerte en su apogeo. Toda sociedad que pretenda ser civilizada, es decir, democrática, debería abolir de inmediato y para siempre la monarquía. La monarquía es un símbolo que representa un insulto a la inteligencia, a la ética, a la civilización. República vs. Monarquía. Civilización vs. Jungla. Aunque sólo fuera por esto, al margen de otras razones, que las hay y numerosas, la monarquía debería haber pasado al baúl de los recuerdos hace ya tiempo. Una prueba más de lo poco que hemos avanzado, y de la forma tan desigual y contradictoria en que lo hemos hecho, es que aún existan países donde haya reyes o reinas, es que en la era espacial en la que el hombre ha empezado a explorar el Cosmos aún tengamos instituciones de épocas en las que el hombre creía en brujas.

Es inevitable, desde la razón y la lógica, preguntarse cómo es esto posible. Y la explicación no puede ser otra que la naturaleza contradictoria del ser humano, de la sociedad, de la historia. La ley del desarrollo desigual y combinado de la sociedad explica por qué aún tenemos instituciones anacrónicas en pleno siglo XXI. El ser humano aún tiene mucho camino por delante para demostrar que es una especie inteligente. ¿Cómo es posible que ciudadanos con cierta capacidad de raciocinio justifiquen, apoyen o consientan la institución monárquica? Es posible porque dicha institución se ve en muchos casos como algo inofensivo, inútil pero superfluo. Se ve como una herencia “exótica” del pasado. Y es posible también porque en el fondo a muchos ciudadanos les gustaría tener la suerte de los príncipes o los reyes. No les molesta éstos porque prefieren saber que hay alguien con la suerte que ellos no tienen, porque idolatran a la diosa Fortuna, porque ver a personajes que por la gracia divina pueden hacer unas vidas que nadie puede hacer les hace seguir teniendo fe en dicha diosa. Ver para creer. ¿Qué puede esperarse en una sociedad donde todo gira alrededor de la diosa Fortuna? ¿Debe extrañarnos que gran parte de la humanidad rece a sus distintos dioses para librarles de la desgracia, de la mala suerte? Es posible también que tengamos aún países con monarquías porque en ellos no se ven grandes diferencias con respecto a las repúblicas desvirtuadas de sus países vecinos, porque dichas repúblicas se han convertido en pseudo-monarquías en las que sus “reyes” son elegidos cada cierto tiempo, porque dichas repúblicas no han desarrollado la democracia con todas las posibilidades que proporciona una auténtica república, por que son muy poco res publicas, cosas públicas. Como dijo Eugène Letailleur, periodista francés que bajo el seudónimo de Lysis publicó diversos libros, entre ellos “Contra la oligarquía financiera en Francia” en 1908 (en su quinta edición): La República francesa es una monarquía financiera. […] Es el dominio completo de la oligarquía financiera, que reina sobre la prensa y sobre el gobierno.

Tienen en parte razón aquellos que dicen que tampoco habría grandes diferencias entre la monarquía española actual y una república a imagen y semejanza de las de nuestros vecinos. Pero de lo que no se dan cuenta es que si se produce cierto movimiento, éste nos puede hacer llegar más lejos que otros que ya no se mueven. No se dan cuenta, tal como dice la ley del desarrollo desigual y combinado de la sociedad, que al instaurar una república en nuestro país se abre una oportunidad por intentar cambiar las cosas más a fondo, por intentar adelantar a nuestros vecinos y sus “repúblicas”, por construir una verdadera república, una auténtica democracia. Es verdad que quizás la Tercera República española no suponga grandes cambios con respecto a la monarquía actual, de lo que se trata precisamente es de conseguir que se produzca un verdadero cambio, pero es seguro que si no se intenta el cambio, éste no se producirá. El éxito del cambio nunca está garantizado. El pueblo (o su vanguardia) que lo propugna debe siempre trabajar activamente y tenazmente por lograrlo. Pero si no se intentan los cambios entonces es seguro que se garantiza el inmovilismo. Si todos aquellos que a lo largo de la historia se hubieran dejado dominar por el pesimismo, por el derrotismo (propiciado por las élites del sistema para mantener su control), entonces aún seguiríamos en las cavernas. Si lo intentamos quizás lo consigamos, pero si no lo intentamos seguro que no lo conseguimos. ¡Intentémoslo y trabajemos por lograr un verdadero cambio!

El peligro que representan las supuestas democracias occidentales es que crean la falsa ilusión de que el pueblo tiene el poder. En este sentido son mucho más peligrosas que las dictaduras, porque éstas no tienen disfraz. Una de las principales labores de la izquierda, de la vanguardia democrática, es desenmascarar tales “democracias” poniendo en evidencia sus contradicciones ante la opinión pública. La izquierda debe luchar en todos los frentes, tanto en las instituciones como en la calle, para denunciar a estas falsas democracias. Y esto debe hacerlo insistentemente, siempre que el sistema se ponga en evidencia, e incluso forzando los acontecimientos para que el sistema se delate a sí mismo. No voy a insistir en esta cuestión que expongo pormenorizadamente en mis libros y artículos disponibles en mi blog. Y en España, tenemos, como dije, una democracia especialmente idónea para denunciar. Aquí es más fácil poner en evidencia este modelo de democracia.

La causa republicana es peligrosa para la oligarquía española porque supone dar un paso concreto y a corto plazo factible. Plantear cambios muy radicales, demasiado utópicos, a largo plazo, o demasiado poco concretos, siempre es menos peligroso porque suena menos realista. El anarquismo o el comunismo suenan menos peligrosos para el sistema actual que la República porque, entre otras razones, no podrán alcanzarse tan rápidamente como ésta.  Sin embargo, el riesgo de la causa republicana es que ese “pequeño salto” sea insuficiente o peor aún sea sólo aparente. La lucha por la Tercera República debe aspirar a que dicho salto sea lo mayor posible, a que la República tenga “contenido”, a que no se limite sólo a poder elegir democráticamente al jefe de Estado. Debe aspirar a desarrollar la democracia sin límites y sobre todo continuamente en el tiempo. El paso dado debe significar empezar a andar para no detenerse, debe suponer quitar el freno de mano para arrancar y no dejar de circular, acelerando cuando sea posible.

Éste es el verdadero peligro para los que controlan el sistema: el movimiento. Saben que dar un paso, por pequeño que sea, e incluso por aparente que sea, supone quitar el freno de mano, supone iniciar una posible dinámica que no se puede controlar hasta dónde puede llevar. Para ellos, la situación ideal es el inmovilismo actual. Pero las contradicciones del sistema crecen inevitablemente con el tiempo. Saben que es ineludible que la sociedad deba reiniciar, tarde o pronto, el movimiento. Incluso, el mismo sistema, a veces, con gran riesgo, mueve ficha, intenta retrocesos. El propio sistema se contradice a sí mismo y sus contradicciones le hacen dar ciertos pasos peligrosos. Porque un pueblo adormecido puede volver a despertar si se le exprime demasiado, si se tira demasiado de la cuerda. Un sistema como el capitalista, donde todo el mundo, incluido el gran capital, está siempre insatisfecho, provoca que las clases privilegiadas, no contentas con lo que ya tienen, deseen más y más. La avaricia rompe el saco.

Por consiguiente, incluso aunque el pueblo no se mueva y aguante estoicamente el chaparrón, a veces, es el propio sistema el que rompe el inmovilismo y mueve ficha, arriesgándose así a que la reacción que las minorías dominantes provocan cause una acción en sentido opuesto. Esto es lo que puede estar ocurriendo en la actualidad en Francia o en Grecia. La historia es un continuo tira y afloja entre el pueblo y las clases dominantes, entre la acción y la reacción, entre la revolución y la contrarrevolución, entre el avance y el retroceso, entre la izquierda, la verdadera, y la derecha. Pero, incluso, aunque desde “arriba” no se mueva pieza, el sistema capitalista actual tiene tantas contradicciones, tan intensas, que es inevitable que tarde o pronto estallen y puedan provocar movimiento. La crisis actual es un ejemplo. Sin embargo, esto no significa que los ciudadanos no tengamos nada que hacer por lo inevitable de que se produzca movimiento. Si el pueblo no toma la iniciativa, entonces nunca podrá mejorar, sólo podrá aspirar a ir tirando. El problema es que cada vez es más difícil ir tirando porque las contradicciones del sistema aumentan, por esto las crisis en las últimas décadas son cada vez más recurrentes e intensas. Si el sistema no ha sido tan agresivo en ciertos momentos del pasado, ha sido simplemente porque el pueblo lo ha contenido, por la inercia de las revoluciones socialistas, por el miedo que tenía el sistema capitalista a la propagación por el mundo de un sistema alternativo. No es casualidad que con la caída del muro de Berlín y de la URSS, hayamos asistido a una ofensiva neoliberal y neoconservadora en el mundo. Porque aun siendo regímenes que distaban, en algunas cuestiones, mucho del verdadero socialismo, simplemente eran una alternativa al sistema capitalista occidental. En realidad, teníamos dos sistemas alternativos: el capitalismo de Estado de los llamados países socialistas y el capitalismo liberal de los países occidentales. El capitalismo de Estado ponía en peligro al capitalismo privado, como también lo haría el socialismo, aunque en este caso mucho más.

El movimiento es peligroso para un sistema como el actual basado en un delicado equilibrio. El sistema es un castillo de naipes. Cualquier pequeño movimiento, aparentemente insignificante, puede provocar que el castillo se desmorone. Tenemos un sistema altamente inestable. La crisis actual demuestra lo delicado del equilibrio del sistema capitalista sustentado en la falsa democracia liberal. Y si a esto añadimos que nuestro mundo está cada vez más globalizado, que los medios de comunicación y los medios de transporte hacen que todos los países estén cada vez más interrelacionados, entonces no debe extrañarnos los grandes esfuerzos que hace el sistema por controlar la situación a escala planetaria. Cualquier “mal ejemplo” puede propagarse peligrosamente por el planeta. No hay más que ver lo que está ocurriendo en Latinoamérica. Cómo se va propagando el movimiento democrático por diversos países, y cómo los Estados Unidos, el país guardián del capitalismo liberal internacional, está empezando a tomar medidas. Cómo la prensa occidental, entre ellas la de España, dispara sus armas mediáticas contra los países que osan realizar cambios. Las llamadas democracias occidentales no ayudaron a la Segunda República española por el miedo que tenían a que la Revolución española pudiera contagiarles. El movimiento es peligroso para el sistema, pero sobre todo cuando es provocado por el pueblo, cuando no son los que controlan el sistema los que lo provocan. Cuando uno provoca algo tiene más probabilidad de poder controlarlo, aunque siempre existe el riesgo de que se le escape de las manos.

En resumen, para el sistema, para las minorías que lo controlan, lo ideal es el inmovilismo, pero dado que las propias características del sistema lo impiden, a lo que aspiran las clases dominantes es a minimizar el movimiento, a maquillarlo, a dirigirlo. Por esto es tan importante la causa de la Tercera República española: porque supone un movimiento provocado por el pueblo. El movimiento republicano deberá luchar también por no ser controlado y dirigido por sus enemigos, que no tendrán más remedio que apuntarse a la causa republicana para poder sobrevivir. Lo peligroso es que un pueblo en Europa tenga iniciativa. Si ya es peligroso que esto ocurra en cualquier parte del mundo, aunque sea en la periferia (Latinoamérica), que esto ocurra en el epicentro del sistema mundial (Estados Unidos – Europa) puede ser mortal para el sistema mundial. Porque nos guste o no (que no nos gusta) el sistema tiene una “metrópoli”. Tenemos un sistema mundial basado en el imperialismo, con los Estados Unidos a la cabeza, seguido muy de cerca por Europa. No es por casualidad que la Unión Europea intente rescatar la economía de Grecia. Los estallidos sociales que ya se han producido allí son un claro aviso a la burguesía internacional de que las aguas están revueltas. Como así ocurrió en la España de 1936, la lucha por la Tercera República podría tener consecuencias internacionales mayores de lo que a primera vista podría parecer. De lo que se trata es de evitar repetir los errores del pasado. Debemos conseguir la democracia sin tener que pasar otra vez por todo aquel infierno. En mis escritos, especialmente en mi libro “Rumbo a la democracia”, planteo cómo creo yo que podría conseguirse.

Entre todos debemos buscar las estrategias que nos permitan una transición pacífica y no traumática a la democracia, es decir, a la República. A pesar de todo, las circunstancias han cambiado y no tiene por que volver a ocurrir lo que ocurrió en esos tiempos. No debemos caer en el chantaje que nos hacen los lacayos del sistema actual de que mejor quedarnos como estamos porque si no puede volver a ocurrir lo que ya ocurrió, pero debemos buscar las fórmulas que nos permitan realmente evitar que ocurra de nuevo. En este sentido, la clave está en desarrollar la democracia, partiendo de lo que tenemos en la actualidad. Ahora tenemos un legado de experiencias históricas, propias y ajenas, que debemos tener en cuenta. Y asimismo tenemos ejemplos de cómo se puede hacer en la actualidad en otras partes del mundo. Lo que parece estar ocurriendo en Latinoamérica es mucho más importante de lo que nos quieren hacer ver los medios oficiales. Puede ser un ejemplo a seguir o por lo menos a considerar. En esos lares parece estar gestándose la revolución democrática mundial: una transición pacífica (a pesar de ciertos brotes puntuales de violencia) de la democracia liberal a la democracia popular, a la verdadera democracia. Veremos cómo acaba el intento.

Si bien es cierto que en la historia se producen, a veces, repentinamente, importantes saltos cualitativos, también es cierto que esto ocurre muy pocas veces. La evolución necesita su tiempo. Es más probable que se produzcan cambios progresivos, por etapas. Aunque cuando la situación se estanca, cuando las contradicciones llegan a un punto insostenible, entonces parece que la única salida es la revolución. Como decía Alexander Berkman, la revolución es meramente el punto de ebullición de la evolución. Al analizar la historia, o al intentar preverla, siempre nos encontramos con tendencias contrapuestas, con contradicciones. La historia humana, como el propio ser humano, como la naturaleza, es dialéctica, es contradictoria. Para llegar a ciertas etapas, normalmente se requieren ciertas condiciones previas, se requiere pasar por etapas intermedias. Aunque esto no siempre ocurre así. La Revolución rusa en este sentido fue excepcional, más incluso que la Revolución francesa. No puede descartarse taxativamente la posibilidad de una revolución que produzca un gran salto, pero esto es cada vez menos probable porque el sistema ha aprendido a no tirar demasiado de la cuerda para no romperla. La falta de una izquierda organizada y fuerte, así como la pasividad y conformismo generales (incluso presentes en la vanguardia de la ciudadanía, como se supone que es el movimiento republicano) parecen imposibilitar, por ahora, cualquier revolución. No está por tanto claro si en los próximos tiempos se producirán una sucesión de pequeños saltos o un gran salto, o incluso si volveremos para atrás, pero lo que está claro es que los saltos (hacia delante) no pueden producirse por sí solos. Sólo podrán producirse si alguien los provoca, y por supuesto ese alguien sólo puede ser el pueblo, especialmente su vanguardia y los ciudadanos más necesitados. Si se producirán o no, dependerá un poco de todos, pero también de si alguna organización o conjunto de organizaciones serán capaces de liderarlos. Incluso la longitud de dichos saltos dependerá también de ambos factores.

Y una vez más, repito, en España se dan circunstancias favorables para dar un salto que puede ser importante. La Tercera República supone una luz muy clara hacia la que dirigirse. Siempre es más difícil reformar un sistema donde se ha llegado al inmovilismo que romper con éste (pero tampoco demasiado, si no es imposible la transición). Es muy poco probable que la monarquía que tenemos fomente o consienta cambios importantes. Probablemente, para sobrevivir, intentará hacerse un lavado de cara. Pero esta operación de maquillaje será insuficiente. Si no se atacan las causas de raíz de los problemas, entonces los problemas siguen. Ante el inmovilismo de nuestra clase política, ante una derecha tan anacrónica como la que tenemos (y esto es un factor que juega a favor de la izquierda), no puede esperarse grandes avances, más bien todo lo contrario.

A la monarquía no le interesa el desarrollo de la democracia porque la pone en peligro de extinción. Si se decide ampliar y mejorar la democracia, ¿por qué no elegir democráticamente al jefe de Estado también? Hay que concienciar a la población de la imposibilidad de desarrollar la democracia sin limitaciones en el marco de una monarquía. Hay que combatir la idea de que el Rey es tan sólo una figura decorativa porque no es así. La monarquía representa el corsé del sistema, le pone limitaciones. No es posible alcanzar la auténtica democracia con limitaciones o con debates encorsetados donde existan ciertos temas tabú, sin plena libertad de expresión. Sólo podrá alcanzarse la democracia de forma democrática. Y esto implica necesariamente debate público libre y plural, y referendos. Y no es posible el debate libre y plural cuando se censura sistemáticamente a la causa republicana (censura provocada por la monarquía para protegerla, para blindarla). Y un referéndum donde el pueblo no pueda elegir en igualdad de condiciones entre todas las opciones posibles, un referéndum precedido por un debate limitado y poco plural, es un fraude democrático.

En España, a diferencia del Reino Unido por ejemplo, la monarquía actual, al haber sido coronada por una dictadura fascista recientemente, al no haberse restaurado la República, la legalidad truncada por el golpe de Estado de 1936, al haberse impuesto indirectamente al meter en un mismo paquete “democracia y monarquía”, en lo que podemos calificar como un chantaje que se hizo al pueblo español en 1978, es menos legítima, está más en entredicho. Tiene más sentido, y parece más probable, que se produzca un referéndum por la República en España que en el Reino Unido. No digamos ya el caso de los países nórdicos con monarquías que han sabido adaptarse a los tiempos y han sido reducidas a la mínima expresión. Una vez más, las condiciones materiales objetivas son más favorables a cambios del modelo de Estado en nuestro país.

En los países de Europa donde tienen mayores cotas de democracia, aunque ésta sea aún claramente insuficiente, allá donde ya exista una república o una monarquía muy poco “monárquica”, parece menos probable que se produzcan cambios. En dichos países, no se aprecia la luz a la salida del túnel porque ya han salido del túnel, aunque aún les falta mucho por recorrer, aunque no hayan salido mucho del túnel. No sienten tanta necesidad de moverse como el que aún permanece en la oscuridad. En dichos países, no se vislumbra tan claramente como el nuestro cómo podría avanzarse. Es más fácil romper, aunque con cierta moderación, con el sistema actual cuando éste es claramente anacrónico o cuando muestra con más intensidad sus deficiencias, que reformar un sistema mejor diseñado, cuyo disfraz está más elaborado. Por esto, entre otras razones, triunfó la revolución socialista en Rusia y no en Alemania, triunfó la revolución burguesa en Francia y no en el Reino Unido. En Rusia teníamos el régimen de los zares y en Francia la monarquía absoluta. Es decir, en ambos casos teníamos un régimen anacrónico e inmovilista. Es verdad que la monarquía española actual no es un régimen tan cruel como aquellos, pero es un régimen anacrónico e inmovilista que está limitando el desarrollo democrático, y por extensión el desarrollo global de nuestro país. Es un régimen heredero del franquismo, que sí fue un régimen cruel, y como tal heredero dificulta el avance social, tan necesario para alcanzar a nuestros vecinos. Y como tal heredero tiene aún algunos graves coletazos del régimen franquista. Coletazos inadmisibles en una democracia. Un demócrata auténtico no puede hacer la vista gorda ante los graves déficits de nuestra “democracia” (remito al capítulo “Los defectos de nuestra “democracia”” del libro “Rumbo a la democracia”). No creo que sea casualidad, como ya he expresado en mis escritos, que seamos los campeones de Europa en paro, en precariedad y siniestralidad laborales, en corrupción, etc. No creo que destaquemos en todas las estadísticas negativas habidas y por haber por pura casualidad o por algún castigo divino. Es cuando menos curioso, por no decir sospechoso, que no se vean en los medios de comunicación de nuestra presunta democracia análisis serios y plurales sobre las causas de por qué destacamos tanto en lo malo. Es vergonzoso que siempre veamos los mismos argumentos en los medios de comunicación mintiéndonos descaradamente diciendo que para disminuir las escandalosas tasas de paro que hay siempre en nuestro país (que llegan a proporciones inauditas en cualquier democracia de nuestro entorno cuando estallan las crisis) se necesita “flexibilizar” aún más nuestro mercado laboral (remito a mi libro “Las falacias del capitalismo”). Y es cuando menos vergonzoso, al margen de otras cuestiones, que sigamos manteniendo a una familia por el simple hecho de tener cierto apellido mientras millones de personas no tienen trabajo, no pueden acceder a una vivienda digna, tienen dificultades para llegar a fin de mes, etc., etc.

Pero, en la sopa del cambio también influye la conciencia. Aunque en algunos casos no haya tanta necesidad de cambio, la conciencia puede estar tan desarrollada que en dichos casos los cambios se produzcan con mayor probabilidad que en otros casos donde la necesidad es mayor pero la conciencia menor. Por ejemplo, en Francia, país indudablemente más democrático que España, ya está resurgiendo una izquierda anticapitalista como reacción a la involución que sufre la democracia en la cuna de las democracias liberales. Es decir, aunque en ese país la necesidad de cambio sea menor que en el nuestro, la cultura democrática de sus ciudadanos, es decir, la mayor capacidad de concienciación del pueblo francés sobre la importancia de la democracia, de la política, compensa la menor necesidad de cambios. Si en Francia hubiera el paro que hay en nuestro país, sus ciudadanos estarían levantando barricadas en las calles. La guerra civil y los casi cuarenta años de franquismo han dejado profunda huella en el pueblo español, ni siquiera los más de cuatro millones de parados oficiales (en el momento de escribir este artículo) se movilizan de forma masiva (aunque parece que poco a poco empiezan a organizarse). Hay que reconocer que las hordas fascistas hicieron bien su trabajo de “limpiar de rojos a la raza española”. En estas condiciones, cuando se habla de una posible revolución, esto suena más bien a ciencia ficción. El nivel de conciencia del pueblo español está bajo mínimos. La izquierda de este país tiene mucho trabajo por delante para intentar despertar a semejante pueblo. Uno muchas veces se pregunta hasta cuánto es capaz de aguantar nuestro pueblo, si será necesario llegar a los diez millones de parados para que, por fin, empiece a reaccionar. Este nivel de “conciencia” y “combatividad” del pueblo español es el principal handicap para que pueda producirse algún cambio en nuestro país. Es un factor muy importante contra el que luchar. Un factor que puede imposibilitar el cambio, que puede ser determinante. El tiempo dirá dónde se producirá mayor desarrollo democrático, ya sea para conquistar un terreno inexplorado, acuciados por la necesidad de salir del túnel, como es el caso de España, ya sea para reconquistar un terreno perdido, acuciados por la necesidad de no volver a entrar en el túnel, con la posibilidad de, por inercia, conquistar nuevos terrenos, como es el caso de Francia.

Pero, hay que recordar que muchas veces puede más la necesidad que la conciencia. No olvidemos que el factor primordial es la necesidad. En España, el primer y básico ingrediente para el cambio existe en cuantía portentosa. En España se dan condiciones objetivas más favorables para el cambio que en Francia, y por el contrario, en nuestro vecino se dan mejores condiciones subjetivas, por ahora. Pero además, en nuestro país está también más claro cómo puede avanzarse porque no hemos alcanzado todavía un hito que en Francia sí alcanzaron hace tiempo: la abolición de la monarquía. En España tenemos cantidades suficientes del primer y tercer ingrediente en la sopa del cambio: necesidad de cambio y conciencia de la posibilidad de cambiar. Sólo nos falta el segundo ingrediente: conciencia de la necesidad del cambio. Este ingrediente casi no aparece en la sopa del cambio. Necesitamos añadir gran cantidad del mismo para que pueda producirse algún cambio. El movimiento republicano español debe trabajar para que las condiciones objetivas favorables al cambio de régimen se vean acompañadas de condiciones subjetivas. Debemos añadir a la sopa del cambio el resto de ingredientes en cuantía suficiente. Falta concienciar al pueblo sobre la imperiosa necesidad de avanzar en democracia. Ésta es la gran labor de la izquierda. Una ardua labor. La cosa está francamente difícil, pero no imposible. Una vez hecho esto, una vez que el pueblo despierte, se conciencie mínimamente, será fácil convencerlo de que la República puede ser una forma muy clara de conseguirlo.

El principal motor del cambio es la necesidad. Si la gente no tiene verdadera necesidad, no se mueve. ¿Y qué es lo que mueve al mundo? El dinero. El pueblo se mueve cuando está económicamente mal. Puede tragar con la hipocresía de un sistema que dice que el poder es suyo, a sabiendas en el fondo de que no es así. Puede incluso renunciar a la verdadera libertad, puede vivir con poca libertad. Pero no puede vivir sin pan o sin techo. El problema es que el sistema, diseñado muy inteligentemente por la burguesía, evita que el pueblo se percate de la relación entre las causas y los efectos. El control de los medios de comunicación le permite a las clases dominantes tener al pueblo poco o mal informado. Porque estar bien informado no consiste sólo en saber que ocurren cosas, sobre todo consiste en saber las causas de los acontecimientos, pero no las causas más superficiales, sino las más profundas. Por esto, es esencial que la vanguardia democrática de la sociedad conciencie sobre las relaciones entre las cosas. Es esencial que el pueblo se conciencie sobre la verdadera importancia de la democracia. Que sea consciente de que su escasez o su baja calidad afectan directamente a sus condiciones de vida cotidianas. Ésta es la gran labor de la izquierda: concienciar sobre la importancia crucial de la democracia y de cómo afecta a todos los ciudadanos, incluso en sus condiciones económicas. Si el pueblo percibe que está mal económicamente porque hay poca democracia, entonces ésta se convertirá en un motivo de lucha prioritario. Para buscar soluciones, y luchar por ellas, lo primero y fundamental es encontrar las causas profundas de los problemas, las relaciones entre las causas y sus efectos. No puede esperarse un sistema que beneficie a la mayoría cuando es controlado por una minoría. Ésta es la idea clave.

En este sentido, el contexto histórico puede ayudar, y mucho, en esta labor de concienciación. Cuando económicamente el pueblo está peor, es cuando es posible concienciarlo mejor sobre las causas profundas de su mala situación. Las crisis económicas son ocasiones extraordinarias para concienciar a la ciudadanía. Deben ser explotadas al máximo por las organizaciones de izquierda que aspiren a transformar el sistema.

No es de extrañar que en Grecia, ante la desastrosa situación económica del país, se hayan producido ya estallidos sociales. El problema es que para cambiar las cosas no es suficiente con los estallidos. Si no hay organizaciones capaces de liderarlos, y lo que es más importante, si no hay hitos cercanos hacia los que dirigirse, entonces los estallidos no se transforman en revoluciones. Si la luz del túnel no se ve, o está demasiado lejos, o es demasiado poco concreta, entonces no se producen cambios. Si no se plantean alternativas al sistema actual que puedan alcanzarse en un plazo prudencial, a corto plazo, por etapas, es decir, si no se plantea una transición, entonces el sistema no es posible transformarlo. Cuantos mayores sean los cambios, más tiempo se necesitará para llevarlos a cabo. Por ejemplo, la anarquía (los estallidos sociales griegos tienen una fuerte componente anarquista), no podrá alcanzarse a corto plazo. Por esto, los estallidos sociales en el país helénico, probablemente y desgraciadamente, no pasarán de ser meros estallidos producto de la desesperación. Como decía, para iniciar cambios, es imprescindible un programa de transición. Esto que digo no es nada nuevo, los marxistas lo han defendido siempre. No hay más que leer a Lenin o a Marx. El socialismo se planteó como la transición desde el capitalismo al comunismo. El cambio se produce cuando hay necesidad, conciencia de dicha necesidad, conciencia de posibilidad de cambiar, y estrategia. El programa de transición es igual a la conciencia de la posibilidad de cambiar más la estrategia global del cambio.

Así pues, sin un programa de transición es muy difícil, por no decir imposible, recorrer la senda de la revolución. Pero, a su vez, dicho programa debe estar acorde con la situación del país de que se trate, y con el momento histórico, es decir, debe adaptarse al espacio y al tiempo. El problema con el marxismo es que se ha adaptado poco desde la época de sus precursores. Por esto, a los griegos, también les suena poco realista lo que plantean los comunistas de su país. De hecho, en las pasadas elecciones generales (posteriores a los estallidos de finales de 2008) el gran triunfador fue el partido socialdemócrata, la extrema izquierda incluso perdió apoyos, y los anarquistas, fieles a sus principios, no se presentan a las elecciones. Resulta pues que los principales movimientos revolucionarios de Grecia, los anarquistas y los comunistas, no parece que puedan liderar y controlar la revolución en potencia, el germen de cambio, que, por ahora, sólo son estallidos de resistencia ante las medidas neoliberales impuestas desde Europa. La falta de programa en un caso y la falta de un programa actualizado a los tiempos presentes, en el otro caso, imposibilitan que el germen crezca. Plantear la anarquía o la dictadura del proletariado al pueblo griego no es la solución para que el pueblo fuerce cambios. La una suena demasiado lejana, demasiado poco concreta, demasiado utópica, y la otra suena aún peor. Las malas experiencias basadas en el concepto de la dictadura del proletariado han dejado una profunda huella negativa en la opinión pública mundial. En parte con razón objetiva, puesto que dichos regímenes fueron dictaduras en contra del pueblo (si bien es cierto que dicho concepto se tergiversó enormemente), y en parte por la labor subjetiva realizada por el sistema burgués, explotando al máximo los errores cometidos en dichos regímenes. Asociando el socialismo con el estalinismo, como si éste no se hubiera alejado de aquél, en sus principales cuestiones. Remito, una vez más, al capítulo “Los errores de la izquierda” del libro “Rumbo a la democracia”.

La izquierda debe aprender de los errores del pasado, pero para ello, debe hacerse un lavado de cara. Debe hacerle ver al pueblo que lo que ocurrió en dichos regímenes fue una bárbara degeneración del socialismo. Que no tenían nada que ver con el comunismo, ni con el socialismo, más que sus etiquetas. Debe hacerle ver al pueblo que hay que distinguir entre la etiqueta de una botella y su contenido. De igual forma a cómo ocurre con el concepto de democracia, hay que hacerle ver al pueblo que las llamadas democracias actuales distan aún mucho de un sistema donde el poder lo ostente el pueblo, también hay que recuperar el verdadero sentido del concepto socialismo, como transición hacia una sociedad sin clases e igualitaria, como un sistema donde la economía funciona de forma democrática. Pero, la izquierda debe centrarse ahora en el concepto democracia. Hay que cambiar de estrategia. Hay que tener en cuenta lo ocurrido en el pasado reciente. No estamos en la misma situación que vivieron Marx o Lenin, y por consiguiente no podemos usar sus mismas estrategias. No tenemos que imitarles como loros, más bien tenemos que aplicar su filosofía de trabajo de forma inteligente. Y lo inteligente es adaptarse a las circunstancias. Sin intentar imponer el socialismo o el comunismo o la anarquía, la izquierda debe luchar para que sea el propio pueblo el que decida hacia dónde desea ir. Pero, para ello, es imprescindible primero proveerle del vehículo adecuado para dicho viaje. El pueblo debe ser lo suficientemente libre para decidir por sí mismo qué cambios desea, hacia dónde debe dirigirse la sociedad. Y ese vehículo no puede ser otro que la democracia, el poder del pueblo.

A diferencia del socialismo o del comunismo o de la anarquía, el concepto democracia es ampliamente aceptado por el pueblo. De lo que se trata es de hacer la transición desde la democracia liberal a la democracia popular, o dicho de otra manera, de la oligocracia a la democracia, de la falsa democracia a la verdadera. Aunque esta idea la debemos de “vender” a la ciudadanía con un lenguaje adecuado. No conviene usar la palabra popular para definir la verdadera democracia porque dicha palabra fue usada por los regímenes estalinistas y el sistema burgués actual la ha demonizado (como apellido de una república). Mejor es que usemos simplemente términos como mejor democracia, o mayor democracia o democracia de más calidad, o verdadera democracia, o cualquier otro que exprese que queremos ampliar la democracia, desarrollarla. O simplemente basta con recordar el significado de oligocracia (el gobierno de unos pocos) frente al significado de democracia (el gobierno del pueblo). Una oligocracia es un sistema dominado por la oligarquía. Donde los que tienen poder económico tienen el poder político y social. Donde el dinero manda en todos los ámbitos de la sociedad. Donde los que tienen mucho dinero designan y controlan a los políticos supuestamente elegidos por el pueblo, controlan los medios de comunicación, la forma de pensar del pueblo. Por el contrario, en una democracia el control de la sociedad reside en el propio pueblo. Son los pobres los que gobiernan, en vez de los ricos. Los gobiernos benefician a las mayorías en vez de a las minorías.

Una vez que los ciudadanos tengamos el poder, ya veremos hacia dónde nos lleva, ya veremos si hacia el socialismo, el comunismo, la anarquía o hacia cualquier otro “ismo”. Lo importante es que las ideas fluyan por la sociedad, que se puedan probar distintas políticas, distintos sistemas. La experiencia nos dirá cuál funciona y cuál no. Pero para ello, lo primero es disponer de suficiente libertad para debatir, para experimentar, para probar. Para ello, necesitamos la democracia, la verdadera.

Por tanto, en España se dan incluso mejores circunstancias para iniciar cambios que desbloqueen la situación. Tenemos mejores condiciones objetivas que en Francia y muy parecidas a las que hay en Grecia, pero además, aquí tenemos una luz muy clara hacia la que dirigirnos: la República. Ésta suena mucho más cercana y concreta, y por tanto, más factible, que el comunismo o el socialismo o la anarquía o cualquier otro “ismo”. Es mucho más fácil hacer una transición en España desde la monarquía actual a la República que en Grecia de la República a la anarquía. El primer salto es mucho menor que el segundo, por tanto más probable. De lo que se trata es de que se produzca el salto, pero también de que éste sea lo mayor posible. Pero hay que ser realista, plantear hacer un enorme salto de golpe es poco realista. Al desbloquear la situación en España, al empezar a movernos, podemos conseguir, no sólo abolir la monarquía, para recuperar el tiempo perdido, para alcanzar a nuestros vecinos, sino que, incluso, si el movimiento es intenso, si hay un movimiento republicano popular fuerte, que lleve la iniciativa, sobrepasar a las repúblicas vecinas sustentadas en una falsa e insuficiente democracia liberal, para construir una auténtica democracia, o por lo menos, para iniciar una DINÁMICA de desarrollo democrático que permita superarla. En esto consiste la ley del desarrollo desigual y combinado de la sociedad. En que ciertos países atrasados, acuciados por la necesidad de alcanzar a sus vecinos, los sobrepasen y aceleren la historia. Pero, para saber qué países pueden provocar dichos cambios, hay que analizar científicamente aquellos que reúnen las mejores condiciones para hacerlo. Y mi tesis es que España es uno de los mejores candidatos para provocar cambios democráticos. Si en España conseguimos dar el salto, y sobre todo si conseguimos que el salto sea suficiente y sobre todo si conseguimos que inicie un movimiento continuo, que suponga el desarrollo dinámico de la democracia, entonces podemos no sólo avanzar en nuestro país, sino que podemos contribuir, y mucho, a que se avance a nivel internacional. No olvidemos que toda revolución necesita triunfar a nivel internacional para sobrevivir.

En cualquier caso, ya sea para iniciar un camino inexplorado, ya sea para recuperar el terreno perdido, sea cual sea el país europeo que inicie cambios, lo verdaderamente importante es desbloquear la situación en cualquier lugar del llamado Primer Mundo, es que el desarrollo democrático se reinicie. En cuanto en uno de los países de Europa o de Norteamérica se produzca movimiento, éste se contagiará al resto de países. La revolución democrática, como cualquier revolución, se propagará internacionalmente (pero no por sí sola). Como de hecho, ya está ocurriendo así en Latinoamérica. La revolución no puede depender de pocos países, es importante que se propague por el globo. Y especialmente importante es que los cambios lleguen al núcleo del sistema. Hasta que no haya verdaderas democracias en el Primer mundo, la revolución democrática estará en serio peligro. La historia de la humanidad es dinámica, nada es definitivo. La burguesía no se va a quedar de brazos cruzados para ver cómo pierde el control, intentará no perderlo o recuperarlo, como, de hecho, siempre ha hecho. Incluso, si algún día la humanidad es capaz de alcanzar una sociedad libre y justa, siempre deberá protegerse de sus peores tendencias, de ella misma, de los retrocesos, de la involución.

La democracia no sólo debe proporcionarnos el vehículo para alcanzar una sociedad mejor sino que también para evitar perderla. La prueba más palpable de que los sistemas democráticos actuales en realidad no lo son, es que permiten la involución, es que no sólo no siguen avanzando sino que, al contrario, retroceden. La democracia debe permitir seguir avanzando siempre.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.