Sociopolítica

La tuneladora humana

Miren que hay gente por el mundo cuyas habilidades están incomprensiblemente desaprovechadas. Ayer mismo descubrimos a un tunelador alemán que no tuvo otra ocurrencia que cavar en una playa de Tenerife dos socavones del tamaño del cráter del Krakatoa. A continuación, el figura intentó conectarlos túnel mediante, pero ya se sabe, sin soportes de carga, por muy alemán que seas, la arena no fragua como debiera y en ésas el muchacho se vio sepultado por su ingenio, que a poco pierde la vida y en ese caso no nos atreveríamos los vivos a hacerle semejante chanza.

Hay gente infravalorada, sí. Suelen nacer por generación espontánea e internet convierte sus tontunas en eventos de primer orden. Lo de la tuneladora humana es cuento de niños en comparación con otras andanzas. Como la moda del balconing, que consiste en hacer el salto de la rana desde un balcón para caer, con suerte, en la piscina del jardín. Memoria del youtube aparte, resulta que por la gracia han muerto seis saltadores este verano.

También están los “aguantadores de cabeza sobre la vía del tren”. El último que resiste antes de que la locomotora le quite las ideas, gana. ¿Qué gana? Pues qué va a ser. La honra. El respeto de la concurrencia. El honor, entiendo como profano, de ser la persona más estúpida del mundo. El otro día, circulando por la autopista, me adelantó un motorista haciendo un caballito. Mantuvo la figura durante más de un kilómetro y, lo confieso, aceleré para seguirle el rastro de idiotez, a ver cuánto era capaz de aguantar el Valentino de turno sobre los cuartos traseros. También he de decir, en honor a la verdad, que llevaba marcado el 112 en el manos libres, por si las moscas.

En realidad, la culpa de que las gentes del ancho mundo se lancen a realizar semejantes sandeces la tiene la televisión. No. No me refiero al conocido proverbio de “emular lo que vieres” a la usanza de Noche de Impacto. Ni a la fama pasajera de los cinco minutos saliendo en un telediario. La culpa la tienen aquellos linces que decidieron eliminar de la parrilla televisiva programas de culto como el “¿Qué apostamos?”, presentado por el insigne catador de uvas Ramón García. Lo recuerdan, ¿no? En aquel programa había tipos que eran capaces de calzar transatlánticos sobre una copa de cristal. O de reconocer a mil famosos con sólo verles los pelillos de la nariz. O de beber cien cubatas y recitar a continuación, sin errar palabra, la “Llama de amor viva” de San Juan de la Cruz. ¡Aquéllos sí que eran héroes de verdad!

Programas como aquél encauzaban los ánimos de gloria de todos aquellos que tenían algo que enseñar al mundo, por muy absurdo que fuese. Sin eso, ¿qué nos queda? Yo por mi parte, a la espera de la reposición del Qué Apostamos, he decidido que voy a memorizar internet hasta la última página, ya que aprenderse de memoria la guía telefónica ha dejado de tener mérito. Ya lo sé: me dirán ustedes que también existe el Guinness World Record, pero no es lo mismo; lo bueno es que te juzguen Ramoncín, o los Morancos, o David Meca, que de estos asuntos saben hasta aburrir. Además, desde que se me ocurrió hacer el roscón de Reyes más grande del mundo, ya han batido el récord siete veces.

Mientras tanto, no estaría de más que alguien con dos dedos de frente, llevara a la recién descubierta tuneladora alemana, cuando cure del susto, desde Tenerife hasta Chile, que allí al menos sus habilidades no serían una estupidez pasajera. Unos cuantos mineros le estarían sumamente agradecidos.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.