Sociopolítica

El alma de laboratorio

Las migas del almuerzo

 

La Academia sueca ha concedido el premio Nobel de Fisiología y Medicina 2010 a Robert G. Edwards, un biólogo inglés que revolucionó el mundo a finales de la década de los setenta. La hazaña de Edwards y su compañero de fatigas, el ginecólogo Patrick Steptoe, fallecido en 1988, consistió en crear vida extra corpórea, fecundando un óvulo en un laboratorio para luego implantarlo, como zigoto rampante, en el útero de la mujer para que siga su curso vital. Los niños nacidos de semejante procedimiento tecnológico fueron bautizados con el salomónico sobrenombre de “niños probeta”. Louise Brown fue el primer ser humano nacido de esta técnica y, salvando las distancias, fue la oveja Dolly de su tiempo.

Es una lástima que los del Nobel se empecinen en no entregar sus premios a título póstumo. Por eso el galardón sólo lo recibirá el Sr. Edwards, sin compartirlo, al menos oficialmente, con los descendientes de Steptoe. Aunque les entiendo, pues si abrieran el abanico de las candidaturas a los genios fallecidos, aún nos estaríamos preguntando por qué Leonardo da Vinci no tiene el Nobel, o Galileo, o Newton, o Edison y un inacabable etcétera. Así que habremos de tomar por buena la sentencia del “muerto al hoyo y el vivo al bollo”. De todas formas, valgan las palabras para entregar, aunque sea a modo honorífico, el Nobel a Miguel Delibes, magister vallisoletanis, que aún nadie entiende que no recibiera tan preciado galardón; y aprovechando la coyuntura doy mi apoyo a la candidatura de la Fundación Vicente Ferrer para el de la Paz.

En realidad el asunto de los “niños probeta”, observado desde la prudente distancia del tiempo pasado, no parece tan grave: tan solo se trata de dar a la Naturaleza un pequeño “empujoncito”. La fecundación in-vitro ha hecho felices a miles de padres que, sin ella, no podrían tener descendencia (propia). Y, por supuesto, tiene sus detractores, empezando por la Iglesia de Roma, que sólo ve en ello una “intromisión por parte de la ciencia en los asuntos que sólo a Dios conciernen”. En todo caso, lo que sí hay que reconocerle a la Iglesia es la constancia en la defensa de sus ideas; ahora que el escándalo de la “vida creada en los laboratorios” parecía haber pasado a la historia, como la revolución ludita del siglo XVIII, y todos lo habíamos asumido como algo cotidiano, la Santa Sede ha emitido su particular censura al Nobel 2010, alegando que “seleccionar a Edwards para dicho galardón ha sido algo completamente fuera de lugar”.

En fin, todo esto me recuerda a un libro que leí hace ya tantos años que hasta el argumento se me ha ido de las mientes. En todo caso, recuerdo la estupefacción y la pasión con que lo devoré, y eso por sí solo demuestra que era una buena obra. Lo conocerán, claro, hablo de “Un mundo feliz”, de Aldous Huxley. Se trata de una especie de cuento futurista que muestra el mundo de un mañana totalmente dominado por la tecnología y el control de la mente social. La felicidad de ese mundo está basada en el condicionamiento psicológico del individuo, al modo de una colonia de hormigas, donde el obrero, desde que nace, es mentalmente programado para el trabajo que va a desempeñar en la sociedad. Eliminadas la familia, la diversidad cultural, el arte, la ciencia, la literatura, la religión y la filosofía, los humanos son felices en un mundo restringido al pensamiento libre. Son individuos felices, sí, pero sin alma.

El argumento de Huxley no es banal ni está exento de controversias. En ese mundo feliz, los humanos “a la antigua usanza” se crían en libertad en una especie de reserva natural, como hombres primitivos, donde se aparean a capricho, donde los niños nacen libres de condicionamientos y el libre albedrío aún impera con su ley salvaje.

Seguramente, pondríamos en un brete a la Iglesia si les preguntáramos, sin tapujos y en rueda de prensa abierta para todo el orbe, si piensan realmente que los “niños probeta” no tienen alma. Cualquier respuesta supondría adquirir un difícil compromiso. Como se ha dicho de toda la vida, “meterse en un berenjenal de tres pares de narices”. Porque si responden afirmativamente, están aceptando que el Homo Laboratoris ha alcanzado cotas sólo dispuestas para el Dios Omnipotente. Una cosa es crear la vida y otra es crear el alma; y eso son palabras mayores. Pero si niegan a la brava, si les niegan el alma a los humanos nacidos “de la probeta”, se encontrarán con un problema mayor, pues resultaría que pululan por el mundo más de 4 millones de personas sin alma, lo cual, es un “fregao” cataclísmico de orden biblico-sideral. Y más sabiendo que esos 4 millones de humanos desalmados, creados en un laboratorio, ya se están reproduciendo como los panes y los peces. Louise Brown, la primera “niña probeta” de la historia, dio a luz un niño en 2007. Y yo les pregunto ¿si una niña sin alma, por haber sido concebida en un frasco, tiene un hijo por el “método natural”, ese hijo tiene alma? Habremos de esperar al próximo Concilio Vaticano para saberlo.

Por último, sólo una última anotación para los profanos: Aldous Huxley escribió su “Mundo Feliz” en 1934 y por ello se le ha tenido por un avanzado a su tiempo, porque parece que vio más allá del mundo que le tocó vivir. Si deciden leer tan magnífico y aterrador manifiesto futurista, les recomiendo que tengan mucho cuidado al elegir la edición, pues hay algunas que son manifiestamente infumables y de difícil comprensión. Advertidos quedan.

P.D. No formaba parte de esta miga volver sobre los pasos, pero leo, compungido, que tal como vaticiné ayer, el Danubio Azul ha dejado de existir. Sirva esta posdata de pésame a toda la humanidad.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.