Sociopolítica

La flauta nuclear

Las migas del almuerzo

 

Ha pasado de moda, pero cuando la EGB, que fue la base de lanzamiento de nuestra generación, teníamos una asignatura que, con la pompa legal del ministerio de turno, se llamaba “Iniciación a la música y formación instrumental”. Los alumnos la llamábamos, para abreviar, “Flauta”, porque las lecciones se reducían a eso, a tocar una flauta de veinte duros, con canciones míticas sopladas a tres dedos, como el “Ya lloviendo está”. Practicábamos horas y horas en casa, hasta partirnos el labio, hasta que el padre, llegada la hora de la evidencia, entraba en la habitación para decir: “Hijo, déjalo un rato, que si suspendes flauta tampoco es el fin del mundo, total, ¿eso para qué sirve?”. El doble rasero conservador lo llaman, porque plegado mayo al día de las notas, cuando llegabas con el suspenso en matemáticas y te caía la del pulpo (sí, sí, entonces también había pulpos), cuando exponías al padre severo el mismo argumento, “No es el fin del mundo, papá, total, ¿para qué sirven las ecuaciones?”, entonces el progenitor te engarzaba dos sopapos y te tirabas el verano ante la cartilla Santillana, haciendo raíces cuadradas en re sostenido.

En los exámenes de flauta, solo, en pie junto a tu pupitre, bien limpiado de baba el instrumento con la escobilla, a uno se le caían las cangallas al suelo cuando le tocaba el turno de oración, el “Ya lloviendo está” pasaba a ser una versión libre del “Hawai, Bombai” de Mecano y, don Tomás, profesor y tutor de turno, te perdonaba la vida con un “sufi” que te sabía a gloria.

Recuerdo que en los olímpicos años 90 llegó a España una oleada de inmigrantes llegados de Polonia, que eran en sí mismos una novedad como pocas. A mi clase nos encasquetaron, en mitad de curso, una niña polaca llamada Anna, precursora seguramente de esa moda de poner a los hijos nombres extranjeros, como Kevin, Michael y Steve (El padre, aferrado a lo suyo, optaba por bautizar a la hija con el nombre de Ana, como la abuela, y la madre decía que sí, pero con dos enes, que suena a moderno). El caso es que nuestra Anna no sabía ni una palabra de español; le hicimos las gracias de rigor, sólo un trimestre, porque al siguiente, no sólo hablaba castellano mejor que muchos de nosotros, sino que sacó las mejores notas de toda la clase. Y lo que es más. Tocaba la flauta como los ángeles.

Recuerdo el mítico día en que, fascinados por los sonidos que la moza era capaz de sacar al dulce instrumento, abrimos el cuaderno de música, con sus pentagramas y corcheas, y maravillándonos por el jeroglífico de la última partitura, que era a dos flautas, pedimos al profesor que tocase esa canción con Anna. Entenderán que la última partitura del cuadernillo, a la que nunca pensaba llegar nuestro maestro, era como llegar a la luna con propulsión diesel. Cuál fue nuestra sorpresa cuando, azorado por la circunstancia, don Tomás fue incapaz de entonar un mal sonido de aquella partitura, mientras Anna, llegada a su momento de gloria patria, movía los dedos encendida, arriba y abajo por todos los agujeritos, dejándonos sin habla. Aquel día cayó un mito.

Tiempo después entendimos que lo de la flauta era un mal menor. Porque “la de inglés”, luego lo supimos, apenas sabía nada de inglés, ni el de Pretecnología conocía más allá de hacer funcionar una bombilla con una pila. Todos ellos fueron héroes caídos aunque, una cosa no quita la otra, uno los recuerde con cariño.

El caso es que, siguiendo la fiel teoría del Cazador Cazado, llevamos tiempo escuchando, como un run run, amenazas y desmanes contra Irán, capital Teherán, por su presunto plan nuclear, de tal guisa, que bien pudiera parecer que en los suelos de Persia, en lugar de amapolas, crecen cabezas nucleares a mansalva. Lo cual me resulta curioso, porque no llego a entender cuál es el argumento místico por el que unos países (léase Estados Unidos) pueden tener un programa nuclear bélico y otros no. Y más cuando el supuesto maestro, y tutor de los designios del orbe, no es capaz de tenerse a raya a sí mismo. Esta misma semana hemos sabido que el ejército yankee perdió el control durante casi una hora de 50 misiles nucleares “intercontinentales”. Miedo da la falla. Alegan que el error, que no ha pasado a mayores, se debió a un fallo en un cable del circuito, que está todo controlado y que “mejor miremos hacia Irán, que ahí sí que hay peligro verdadero”.

¡Qué memorable día aquel en que don Ramón, el profesor de Pretecnología, después de catearnos el circuito de la bombillita y la pila Cegasa, sacó su propio circuito del cajón de su mesa! Era un damero bellísimo, con un cableado impoluto, con su interruptor y todo, pero cuando lo pulsó, la bombilla ni siquiera se inmutó, como una pánfila. Don Ramón, los mofletes como un tomate, comenzó a revisar la instalación, cable a cable, mandó traer una pila alcalina, mandó traer otra bombilla, pero nada, el invento se quedó ahí, silencioso, desafiante. Misteriosamente, cuando llegaron las notas del trimestre, me encontré para mi sorpresa con un “sufi” en “Pretec”, aunque en venganza, había puesto en Actitud una MM, Manifiestamente Mejorable.

También diré, para quitar herrumbre al asunto, que Anna “la polaca” acabó de primera voz de flauta dulce en una filarmónica, como su padre. Y aunque me duela, habré de reconocer que, en caso de apagón en la comunidad, mejor será recurrir a los circuitos de don Ramón, que a los míos propios. Al fin y al cabo, yo era un aprendiz, y aunque mi bombilla se encendió y conseguí el “sufi”, si hubiera saltado el sistema por los aires a nadie le hubiera sorprendido.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.