Sociopolítica

Camacho

Camacho tenía el pelo blanco de abuelito amable  y usaba unos jerseys que daban la sensación de heredados de algún familiar. Había en su forma de hablar, en su aspecto, en cierta parsimonia de sus gestos,  algo de sacerdote laico y se situaba esa estela de españoles (Besteiro, Giner de los Ríos, Antonio Machado) que, a pesar de su laicismo, desprenden cierta unción moral y cuasi religiosa.  Era, por otra parte,  un hombre esencialmente elegante y educado, que tiene ese difícil secreto del “saber estar” con todos y en todas partes. En su vida familiar y personal, como muchos de los hombres de la izquierda clásica, anterior a la beautiful people, era un conservador: matrimonio, hijos, amigos, vida familiar etable; nada de aventuras ni anarquías. No se lo imagina uno dando gritos ni enfadado. Tampoco lo imagino untando barniz a nadie con diplomacia y mano izquierda, porque algo duro y mineral, algo que le impedía mentir o disimular constituía la médula de su persona. Ese algo es de naturaleza moral. Los hombres que, como Camacho, basan su vida en oír a su conciencia tienen un sé qué de inadaptados y pasan por el mundo tropezando con los demás y con las cosas. Sin embargo, al final, concitan todas las admiraciones y amistades, porque la bondad, por un misterioso designio, termina por imponerse. ¿Quién en la España de hoy, en esta plaza donde todo el mundo tiene cara de vinagre y desentierra antiguas rencillas para arrojarlas a modo de pedrada, quién, que no sea un hombre que representa una especie (desgraciadamente)  en extinción, reúne en su funeral al Príncipe de Asturias haciendo un gesto de respeto, a hombres de la izquierda levantando el puño, a Zapatero dando cariños y a Mantín Villa persignándose?

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.