Sociopolítica

“Trabajo es ayuda” y “trabajo es dinero”

 

Susana Narotzky (1958), profesora titular de antropología social de la Universidad de Barcelona, ha investigado la importancia de los factores ideológicos en la organización económica, y sobre el trabajo de las mujeres en la economía sumergida. De todo lo estudiado e investigado, Susana Narotzky dijo poder resumir en una frase todas las connotaciones que tiene el trabajo que realizan las mujeres: trabajo es ayuda“.

Ayuda: este es el significado que, todavía hoy, tiene el trabajo que realizan las mujeres. Por otro lado, por “lo natural“, se entienden aquellas funciones de procreación, crianza, educación de hijos, y las tareas del hogar, y en ningún caso, socialmente, esto es considerado trabajo.

Sin embargo, de las mismas investigaciones, se desprende que el trabajo del hombre no es considerado “natural” o “ayuda”, sino productor de valores y mercancías, en definitiva: de dinero. Por lo que la significación social del trabajo en el hombre es la de “trabajo es dinero”, y si la mujer, en el seno de la familia, realiza un trabajo remunerado, debido al fuerte condicionamiento del lugar que, en muchos casos, ocupa en el hogar, continua siendo considerado como una “ayuda” o complemento a lo que gana el hombre, que son los principales y más sustanciosos.

Por otro lado, se concibe la participación del hombre en el mundo del trabajo asalariado como continua, mientras que la participación de la mujer se considera provisional, eventual e interina, sobre todo debido a los tiempos dedicados a la procreación: este es uno de los aspectos principales para la discriminación laboral de las mujeres.

Según las conclusiones de estas investigaciones, esta vivencia familiar del trabajo femenino de “trabajo como ayuda”, tiene una extrapolación al orden socioeconómico global, a la sociedad en su conjunto. Además, la masculinización del trabajo, en lo que concierne a formación y cualificación, ha hecho que muchas mujeres hayan tenido que dedicarse a cumplir tareas consideradas como poco cualificadas.

Como vemos, una red de significados y valores, de asignaciones de roles y creencias culturales, de estructuras de pensamiento y entramado de credos, que derivan en no pocos conflictos sobre el papel de la mujer en la sociedad, y en un constante sentimiento de culpa de numerosas mujeres que se enfrentan cotidianamente a la, en ocasiones, insalvable dificultad de armonizar lo familiar y lo laboral.

Parece como si no pudiéramos deshacernos de los conflictos derivados de los roles tradicionalmente constituidos, por los que el hombre estaba ligado a las tareas de exploración y recolección, y era él, el que salía de casa a buscar provisiones y posteriormente dinero, mientras la mujer tenía a su cargo la prole, y era la encargada de velar por su protección y cuidado.  Ha pasado mucho tiempo, y aunque la modificación del entorno es evidente y patente, el rol de mujer profesional sigue implicando un fuerte conflicto social y personal; conflicto que empieza a aparecer en algunos padres, que observan como sus asignaciones como proveedor de mercancías y bienes materiales, han implicado la renuncia durante años, de poder compartir con sus hijos un universo emocional común, y así han visto también mermada su realización como padres.

En el “Estudio sobre la conciliación de la vida familiar y la vida laboral” (Instituto de la Mujer), se establecen una serie de propuestas dirigidas a incidir sobre las barreras inherentes a la estructura social. Primero señala la necesidad de “modificar las representaciones sociales que reproducen la tradicional división sexual del trabajo”, para lo que estima necesario “impulsar una transformación de las prácticas educativas, con el fin de eliminar la asignación sexista de roles e identidades desde las edades más tempranas”, y asimismo vigilar “la transmisión de contenidos sexistas en los medios de comunicación”.

No obstante, parece más fácil cambiar las leyes, que las mentalidades y las inercias, en definitiva que las costumbres, por lo que todo indica que se trata de un proceso largo, que requiere de la constancia y la coherencia de todos los agentes sociales. Quizá así se consigan modificar algunos de los prejuicios empresariales, de algunos empleadores, los relativos al reparto de roles en función del sexo, y se tome conciencia de la importancia de facilitar la conciliación de la vida familiar y la vida laboral en los centros de trabajo. Bien para ellas, bien para ellos.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.