Sociopolítica

La respuesta a todos los enigmas

Las migas del almuerzo

 

Va en nuestra naturaleza o en nuestra manera de desnaturalizarnos, separar lo que nos rodea entre lo bueno y lo malo. Seguramente fuimos tallando esa cruenta habilidad al mismo tiempo que golpeábamos las piedras para convertirlas en “chooping tool” allende las brumas del Paleolítico. Quizás en esa diferenciación tribal radique nuestra pasión por los deportes, que es una manera no agresiva (casi siempre) de canalizar esos deseos primitivos de nuestro ser. Que se lo pregunten a Lewis Hamilton, personaje odiado donde los haya en nuestro país, y este fin de semana, aunque con final indeseado, jaleado por cientos de tiffosi como única vía para que nuestro campeón tribal, Fernando Alonso, alcanzase su tercer entorchado.

Pero no era esto de lo que iba a hablarles. Iba a hablarles de ese deja vu que nos está martillenado con el asunto del Sáhara Occidental. Buenos y malos en su más pura esencia. Hemos vivido situaciones semejantes. ¿Cuántas veces? Kurdos e iraquíes. Serbios y albano-kosovares. Hutus y tutsis. Ahora toca, marroquíes y saharauis. Así es la vida. Como siempre digo, juzgamos por la imagen y la entraña. Y el personaje de Saruman le ha tocado a Mohamed VI y sus orcos marroquíes, mientras que los sarahauis son los tiernos hobbits expulsados de su comarca.

En realidad, como en tantos casos, ni siquiera conocemos el por qué último de la contienda. Pero las imágenes golpean, clan clan, y las entrañas juzgan. Marroquíes, malos; saharauis, buenos. Aunque nadie sepa exactamente dónde está El Aaiún. Lo único que importa es que ahí abajo, bajo nuestros pies, hay una tropa de muchachos que hablan castellano y automáticamente los incluimos bajo nuestro paragüas tribal. Son de los nuestros, decimos.

Llevo reflexionando acerca de esto varios días. A la gente del común alboroto, en realidad, no le interesa más allá de la imagen y los medios de comunicación se la dan, la imagen me refiero, para que con su solo atisbo, se consiga el efecto deseado. Incluso se ha asacado un slogan publicitario vuelto en refrán, eso de “una imagen vale más que mil palabras”, para justificar el desconocimiento o en el peor de los casos, la ignorancia. En última instancia, no sabemos si es nuestra necesidad de ver la vida resumida en varios fotogramas la que ha producido semejante desinformación o es la desinformación la que ha moldeado nuestra necesidad.

Pero tampoco era esto de lo que quería hablarles, porque entiendo que leída así, a bote pronto esta columna, bien pudiera parecer que soy el Ministro de Exteriores de Rabat lanzando la soflama contra los medios españoles. Nada más lejos. Sólo que viendo las contadas imágenes que nos llegan desde El Aaiún, no queda otra cosa que preguntarse, más allá de lo bueno y lo malo, que es una ficticia majadería, qué tiene ese trozo de desierto para que su control sea tan debatido, ya por la ignominia de las armas ya por la denuncia de nuestros actores y actrices de goyas. Tengo el convencimiento de que todo Gobierno se mueve por intereses económicos, aunque lo disfrace de nacionalismo, de patria potestad o de derechos históricos. Movilizar un ejército cuesta dinero y si el objetivo es pobre y el botín no alcanza para paliar el gasto, más rentable resulta quedarnos en casa.

Así que… ¿qué tiene el Sáhara Occidental para tenernos a todos en semejante quebranto? ¿Es un lugar bíblico? ¿Esconden los saharauis el Santo Grial? Nada de eso. Pero en la barriga de su desierto hay gigantescos yacimientos de fosfatos, petróleo, gas y hasta circonita, dicen, y hasta uranio, murmuran. Y los caladeros de pesca del litoral son de los más abundantes del mundo. Y hasta la arena es útil, que bien vale para cubrir los socavones que las mareas vivas producen en las playas de Canarias. Mientras unos luchan por su libertad, por su vida y por su autonomía, embarrancadas todas en campamentos de refugiados, los otros tasan en balanzas romanas el precio (político, ¿recuerdan?) de dichos derechos. Y ahí tenemos la respuesta a todos los enigmas.

Pero mientras tanto, como en el fondo a pocos les interesa conocer la verdad del asunto, mejor será dividir la trama en buenos y malos, con alguna imagen (las que escapan a la censura vía onda de satélite, difícil de controlar) que nos ayuda a separar, someramente, el grano de la paja.

Claro que soy economista y, aunque me pese, va en mi naturaleza separar lo que es o no es rentable.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.