Ciencia

La evolución de la especie humana

Esa materia orgánica con consciencia de sí misma surgida del polvo solidificado de estrellas que es el ser humano, se sintió presionada desde sus inicios a entender, controlar, y minimizar en la medida de lo posible, los riesgos que le causaba su medioambiente circundante.

Si bien en un primer estadio, estos avances tuvieron como único propósito cubrir sus necesidades básicas de alimentación, descanso, protección, y procreación, más tarde, y una vez éstas fueron cubiertas, sus avances sobre ese hostil para su vida medio natural vinieron precedidos por la persecución de unas ideas nacidas bien por azar, cuyos senderos son inescrutables, bien por la necesidad, madre de todas las invenciones, bien por una mezcla de ambos, como se especula que ocurrió cuando este homínido pasó del comportamiento episódico, en el que aún siguen anclados los simios, consistente en ofrecer respuestas inmediatas a su entorno en cada caso específico, al comportamiento mimético, consistente en imitar desde los sonidos y gestos más variados (origen del lenguaje), hasta cualquier conocimiento ya aprehendido por su grupo social, lo que permitió, en consecuencia, que este conocimiento se transmitiera de generación en generación por vía de la referencia, la creatividad, y la pedagogía.

El paso de la etapa mimética a la etapa mítica, vino caracterizado por el uso clave que hicieron del lenguaje y la pedagogía, las cuales coadyuvaron para crear y representar a la autoconciencia de sus respectivos grupos sociales, un modelo del universo in toto, una mitología cuya base es la religión. El paso que faltaba por dar entre esta mitología, y la creación de una auténtica filosofía natural, o ciencia, lo llevaron a cabo los griegos de la Grecia clásica a partir del siglo VI a.C. con Tales, Anixamandro y Anaxímenes. El ser humano buscaba entonces una razón primigenia, una causa eficiente razonada (arjé) para el mundo que los rodeaba y los mantenía asombrados. La mitología se evaporaba mientras la filosofía nacía rodeada de misterios sin descubrir.

Con la revolución cultural propiciada por los griegos se desarrollaron las matemáticas y la astrología babilónicas, y nacieron la ciencia y la filosofía, así como la historia, la especulación dialéctica que hoy conocemos como retórica, la literatura épica perfeccionada por Homero (cuyo primer ejemplo humano fue el mesopotámico poema “Gilgamesh”), el arte, y el teatro.

De este pensamiento liberado griego, la ciencia del siglo XX pudo confirmar dos teorías físicas de la naturaleza. La primera consiste en que, como poetizó Heráclito, todo está en continuo movimiento y nada permanece estático; la segunda se ampara en que, como dijo Demócrito, toda la materia visible que vemos (incluida la que nos da forma a nosotros como humanos) está compuesta de pequeñas partes bautizadas como átomos (i.e. a-tomo, lo indivisible), sobre los cuales se amparan las moléculas para que, según ciertos enlaces (cuyo secreto es la estabilidad, su ser estable y perdurable), conformen las células que propiciaron el surgimiento de la vida.

Actualmente, la ciencia del siglo XXI no sabe resolver por qué la relatividad general de Einstein, que ofrece un marco teórico para la comprensión del universo en su escala grande (v.g. el universo, los cúmulos de galaxias, las galaxias, los agujeros negros, las estrellas, los planetas, la velocidad de la luz, los púlsares, etc.) no coincide con la mecánica cuántica, que ofrece un marco teórico para la comprensión del universo en su escala pequeña (v.g. quarks, fotones, electrones, protones, guones, muones, etc.).

No obstante, coincidimos con Jacob Bronowski en que “en toda época hay un momento decisivo de cambio, un nuevo modo de buscar y calibrar la coherencia del universo”, que Einstein resume de esta forma: “Lo más incomprensible del universo, es que es comprensible.”

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.