Sociopolítica

¿A quién pertenece la democracia?

Como es natural, no es posible dar recetas, sino esbozar ideas para aproximarnos a concebir otra forma de entender la organización financiera y las relaciones sociales de producción y distribución que han de ser transformadas para hacer posible la democracia real, que nos aventuramos a bosquejar hoy en forma de apunte para su discusión.Pero si algo está claro es esto:

LA DEMOCRACIA NOS PERTENECE

No pasa un solo día sin que nuevos nubarrones de recortes en derechos sociales y bienestar emane de los bancos parlamentarios de uno u otro de los países europeos, y todos en la misma dirección: contra el pueblo, o, si lo prefieren, contra “los de abajo” Siendo que el sistema parlamentario se supone que representa los intereses populares, resulta evidente que no puede ser que nos represente mientras arrasa nuestra economía y nuestro bienestar. Por tanto solo podemos concluir que estamos sufriendo un engaño mayúsculo, un espejismo democrático al que debemos hacer frente con la realidad. Tenemos que hablar de democracia real por oposición a la democracia ficticia que padecemos. La democracia real es la que nos pertenece. La otra, la que soportamos, solo pertenece a banqueros, curas y multinacionales.
En busca de una mayor participación.


¿En qué consiste una democracia real? En que los ciudadanos, a través de sus propias organizaciones existentes y de las que pudieran crearse por la dinámica social, se estructuren, organicen, coordinen y nombren representantes municipales, provinciales, nacionales, sean o no miembros de partidos o sindicatos. Basta con que hayan sido elegidos en sus barrios, en sus municipios, en sus asociaciones gremiales o profesionales. Como es natural, esto exigiría un acercamiento entre sí del mayor número de sectores económicos, sociales, culturales y profesionales para establecer plataformas de acción coordinadas. Esto se está haciendo ya en parte a través de las asambleas promovidas por el movimiento 15-M, que son tanto un embrión experimental de esa democracia QUE NOS PERTENECE como un ensayo de la capacidad del pueblo para aclarar sus necesidades, exponerlas y ponerlas en común sin líderes del sillón fijo, sin violencia, sin particularismos y sin burócratas de ningún tipo.

Tal organización inicialmente complementaria y conviviendo con el actual sistema,(hasta que el resto del pueblo comprendiera sus ventajas) enriquecería grandemente la democracia, y, poco a poco, llegaría a hacer inútil la existencia de dos organizaciones supervivientes del viejo capitalismo: sindicatos y partidos políticos, con lo que sus señorías no tendrían excusa legal para representar a nadie, ya que estas organizaciones se hallan hoy divididas en clanes burocráticos, financiadas y controladas por el gran capital y la presión de los estados que le sirven a este, hasta tal punto que sindicatos y partidos que se dicen del pueblo, y que en su principio surgieron para defenderlo, como es el caso de los partidos que se llaman “de izquierdas”, han degenerado en organizaciones que actúan desde los Parlamentos contra los propios pueblos fingiendo que les sirven, aunque tienen su reputación por los subsuelos. Y es que desde que el capital financiero ha dado su golpe de estado neoliberal, los parlamentos han tocado techo histórico, agonizan, pero se niegan a morir. Lo malo es que arrastran en su caída a los ciudadanos que les creen. Pero no es eso lo peor: lo peor es que los supuestos representantes de la voluntad popular ignoran la voluntad popular y por lo tanto carecen de legitimidad para pedir a los ciudadanos que colaboren en las decisiones que les afectan, tales como las que se derivan de la crisis. De no estar en manos del gran capital la clase política, abriría a los pueblos las puertas de los Parlamentos para que el control popular quite el protagonismo a los aristócratas contrarios a la voluntad popular, celosos guardianes de banqueros, iglesias y multinacionales.
Retrocesos y mentiras

Todos somos conscientes del retroceso continuo de los derechos sociales y las libertades democráticas en Occidente y su deriva hacia estados policíacos. Se nos dice que el terrorismo es culpable, o que la crisis obliga a tomar medidas drásticas, pero sabemos el doble grado de cinismo que tal idea encierra, sin olvidar que el atentar contra los derechos y libertades ciudadanas conseguidas con grandes sacrificios y derramamiento de sangre de los pueblos es un acto de terrorismo de Estado, un terrorismo de la peor especie y del más despreciable cinismo cuando se trata de estados que se auto-titulan democráticos.

Ante el atraco legal  a las libertades y derechos sociales a que estamos siendo sometidos en todos los países que se autotitulan democráticos nos hacemos esta pregunta: ¿son evitables los daños que provocan? Por los políticos, no, evidentemente, pues son quienes gestionan el atraco, y a nosotros, la población civil, nos caen sus decretazos sin que tengamos nada que ver con esta crisis que es obra de los ricos, sus amos. Sin embargo, el movimiento 15-M ha dado más de una pista (para empezar) de las cosas que se pueden hacer. Basta leer sus reivindicaciones.

El pueblo tiene derecho a estar en el Parlamento y decirles a los políticos cosas como estas: “ Si hay que ahorrar gastos limiten los ingresos de los banqueros y ejecutivos de alto nivel,-políticos incluidos- pongan tasas a las transacciones bancarias, obliguen a las empresas a subvencionar los gastos personales y a pagar las hipotecas de sus trabajadores en caso de despido o deslocalización, desmantelen los paraísos fiscales, controlen los “agujeros negros fiscales”, ni un euro a la Iglesia y cobren sus obligaciones fiscales, pero dejen en paz al resto de la población. Estas y otras cosas habría que decirles a los políticos si no fuese por su sordera institucional. Pero esa sordera la puede curar la democracia participativa, la única capaz de llegar tan lejos en la terapia social.

Se pasaron de la raya.


Ha cruzado la raya roja el proceso agresivo del capital financiero con su voracidad inaudita sobre el mundo globalizado, que con la complicidad de los antidemócratas y serviles gobiernos europeos se ha hecho cargo del poder real, y convertido en una fuerza opresiva que abre más y más la brecha entre clases sociales y entre países pobres y ricos.Y a la vez que avanza la injusticia avanza el pensamiento conservador y retrógrado. Ahora mismo la gente normal es más conservadora que hace 30 años, y hasta vota conservador por miedo, por apatía y por ignorancia pero no es conservacionista, que seríalo normal, mientras las organizaciones políticas que se llaman conservadoras son simplemente destructoras y creadoras de terror social y terrorismo militar. Y este miedo de los gobernantes a las respuestas por las injusticias que provocan, es por lo que siempre necesitan rodearse de alambradas, guardias y tanques. La democracia real, la democracia del pueblo, no los necesitaría. Ni a ellos, ni a sus partidos políticos ni a sus correas de transmisión sindical.

Aunque resulta evidente la necesidad de controlar a los políticos en todas partes, la colectividad no ha terminado aún de reaccionar ante el alud que está cayendo sobre nuestras cabezas, porque durante años ha sido desarmada moralmente , telehipnotizada, engatusada por el consumismo y desengañada por las muchas divisiones entre los movimientos alternativos y por tantas revoluciones fracasadas, pero ante los movimientos que se están dando de respuesta social es preciso revisar de nuevo las ideas que liberan; es preciso apostar por una revolución pacífica, tranquila, unitaria y coordinada donde tengan cabida todos los elementos sociales morales y espirituales liberadores de la humanidad.

Es preciso volver a apostar porque los pueblos ejerzan su derecho a opinar y decidir su destino libremente No basta la conciencia social si no hay conciencia espiritual que conduce a la unidad… Pero no esperemos que la primera nos la sirvan los políticos, ni la última las iglesias. Si no es posible perfeccionar una democracia moribunda, sí que lo es perfeccionar la conciencia personal para que de nuestro trabajo con nosotros mismos surja fácilmentela unidad de acción, la cooperación, la libertad de conciencia, la paz y el respeto personal .Una democracia fuerte será una democracia con ciudadanos de conciencia libre y fuerte y no un estado policiaco llamado democrático como se nos quiere hacer creer. Una democracia fuerte es una democracia en la que los pueblos hablan y deciden.

Hay demasiadas cosas en juego en este Planeta que exige la participación colectiva. Tal vez estamos a las puertas de una de nuestras últimas oportunidades para cambiarnos y cambiar el sentido de la historia de la humanidad. Pero somos libres para elegir: si queremos, seamos pasivos y miremos para otro lado. Eso evitará, eso así, que veamos el alud que se nos viene encima por el lado contrario.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.