Sociopolítica

La atribución de las causas a los agentes sociales

Desde la perspectiva del votante o simplemente del ciudadano se ven los sucesos sociales desde distintas ópticas mediadas muchas circunstancias tanto externas como internas al individuo observador. Es curioso que se haya designado como culpable muchas veces, por convención social, al personaje equivocado cuando se desconocen por muchos las causas por las cuales ha actuado. Este fenómeno manda en la vida política y gran parte de la mala praxis de los políticos se incentiva con el conocimiento de estos efectos en la ciudadanía. Significa esto que muchas veces es más fácil convencer mediante el descrédito del adversario que convenciendo de las bondades y la capacidad propia. Algo así ha pasado en las anterior elecciones donde ha salido elegido el candidato del Partido popular, Mariano Rajoy. El número de votantes del PP no ha diferido en demasía de los anteriores comicios del 2008 (no más de medio millón más) pero clama al cielo el desplome del partido en el gobierno (ahora en funciones a la espera de la constitución del nuevo comandado por Rajoy). El hecho de explicar los resultados como la derrota del PSOE y no la victoria del PP proviene de las atribuciones de los hechos y de la situación política y económica actual al gobierno del PSOE sin tener en cuenta los factores extrínsecos posibles en su mandato que hayan condicionado de alguna forma las líneas de actuación del partido y, en concreto, de su presidente, el cual carga con la mayor parte de las culpas (no entro en emitir juicios ya que todo esto es a modo ejemplo explicativo de las atribuciones en la política, no centradas en un caso concreto).

El modelo de covariación de Harold Harding Kelley (73′) [1] explica como los sujetos relacionan ciertos patrones de conducta a atributos de una persona, explicándose como se comporta y por qué razones. Para Kelley existen tres parámetros a tener en cuenta para considerar el estímulo, la persona y la situación donde se encuentra: el consenso, la consistencia y la distintibilidad. El consenso se refiere a lo normal o anormal de la conducta esgrimida por la persona, la consistencia hace referencia a las veces que repite la conducta la persona y la distintibilidad es el grado de alejamiento de tal conducta en cuestión de la forma de actuar normal en tal situación dada. Teniendo todo esto en cuenta se consiguen obtener varias conclusiones interesantes como que cuando nos fijamos en las conductas anormales para detenernos a pensar cómo y por qué actúa unas persona, es decir, las que tienen bajo consenso, alta distintibilidad y las más consistentes, menos esporádicas. Por otro lado, cuando se dan tales circunstancias se atribuyen las causas normalmente a la persona, por sus intenciones, causas internas (locus causal disposicional) y no a las circunstancias que le rodean incurriendo muchas veces en errores por sublimar información o por no conocerla para emitir juicios de valor.

Nosotros juzgamos a los personajes públicos a conveniencia: si fallan es culpa suya, si acierta es que las circunstancias le eran favorables. Este es el ejemplo claro de expectativas negativas, denotan que pensamos previamente que el personaje en cuestión es malo en su labor. Cuando lo consideramos ‘bueno’ se elaboran unas expectativas positivas rezando el ejemplo contrario al propuesta: si falla es por las circunstancias desfavorables y no podía hacer otra cosa y si acierta es porque es muy capaz. En esto hay que distinguir teóricamente, para evaluar con mayor perspectiva, las razones intrínsecas o disposicionales y las razones extrínsecas o situacionales. Las primeras se dividen en la capacidad, el esfuerzo, la intención y la motivación mientras las segundas engloban la suerte y la dificultad. Podemos concretar ahora, cuando pensamos que alguien es apto para una labor que sus aciertos son por causas disposicionales, dependientes de él y sus errores por causas situacionales, o independientes e incontrolables por él. Ocurre la inversa para el caso contrario.

Otra teoría interesante, más centrada en derivar las causas disposicionales es la propuesta por Fritz Heider (58′) [2] en su teoría atributiva. Heider intenta averiguar por qué atribuimos las causas de tal u otro modo y añade el concepto de la responsabilidad elaborando una lista de tres preguntas básicas para los modelos explicativos de la atribución de la conducta: las causas, la responsabilidad y las consecuencias. Las causas ya están detalladas antes (internas o externas) pero en el terreno de las responsabilidades Heider clasifica, de menor a mayor relación de responsabilidad de los actos con las causas internas del individuo: asociación, causalidad, previsibilidad, intencionalidad y justificabilidad. Como por sentido común se puede averiguar, las dos últimas relacionan fuertemente los actos o la conducta con la intención, motivación y el esfuerzo por realizar la acción del individuo efector. Juntando la teoría de Heider con la de Kelley, la primera con la noción de la responsabilidad y la segunda con la noción de las consecuencias de las acciones (detección de los rasgos o patrones de conducta de la persona, personalidad), podemos profundizar mejor en la percepción de los hechos ajenos, en el caso que nos ocupa, de la vida pública.

Con los políticos solemos incidir en caer en el error fundamental de la atribución o también llamado como sesgo de correspondencia. Es decir, sobrevaloramos las causas disposicionales y dispensamos las situacionales a la hora de relacionar y explicarnos las causas de las acciones y sus efectos. Por tanto, como la relación de responsabilidad solo es dada cuando se establece que la culpa del efecto de la acción (pon, por ejemplo, una de las medidas políticas para la crisis fallidas) en las causas disposicionales y está visto que caemos en valorar más fuertemente las mismas estamos atribuyendo a priori más responsabilidad de la que tiene la persona al frente (porque no olvidemos que estos modelos son referidos a personas, no a organizaciones, por lo que la realidad puede darnos como resultado la culpa en la organización y no en la persona al frente o realmente confirmar nuestras predicciones pero eso lo desconocemos normalmente porque es preciso evaluar mucha información y con mucha precisión y racionalidad). Por otro lado, como estamos viendo que los errores son repetitivos y nos los explicamos por las mismas causas, siempre centradas en el individuo, recordemos pues a Kelley y su noción de consistencia, después también convergen los hechos con una alta distintibilidad y con poco consenso, ya que casi nadie actuaría como él (todo el mundo se defiende, si actuara bien seguro que si les preguntas sobre si hubieras hecho lo mismo en su lugar lo confirmarían positivamente: se conoce como sesgo de defensa). Por tanto, atribuimos el rasgo de incompetente a la persona porque hemos concluido que sus errores son culpa suya y forman parte de su forma de ser, un patán o peor, hasta consideramos que va en contra de nosotros y que lo hace a propósito.

Las razones de todo este tinglado explicativo no escapan de advertir sobre si nos cuestionamos si tenemos suficiente información y somos los suficientemente objetivos como para enjuiciar a alguien y valorarlo. Puede que sí, puede que no, cada cuál ha de verse así mismo pero claro queda que la mayoría de las veces se incurren en errores ampliamente consensuados por la psicología social y  convincentemente experimentados. Los resultados son las atribución injustas a ciertas personas, sobre todo agentes sociales, que pagan el pato por los errores de otros sin tener la culpa o, al contrario, se libran de sus fechorías a expensas de la mala fama e impopularidad de otros.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.