Sociopolítica

No estamos para salvar bancos

Interpelados

Parece un sueño. Cuando vemos el recorrido desde el desastre de Biafra (1967-1970), comprendemos que lo hicieron porque no sabían que era imposible.

Cientos de miles de jóvenes se sintieron interpelados. Después del 68, se encontraron sin dioses, sin banderas, sin himnos y lo que era peor, sin referencias.

Una persona puede sobrevivir sin fe y hasta sin amor; pero no sin esperanzas. Los dioses de la intolerancia y del fanatismo habían sido contaminados por la soberbia y la codicia.

Los movimientos revolucionarios habrían de alcanzar su paroxismo y decepción en la revolución soviética y china. Los bien pensantes y las confesiones religiosas no supieron interpretar y dar respuesta al clamor de los pobres y de los explotados.

A esa locura soviética, habría de suceder una depresión que atizó fascismos en Italia y Alemania.

No fue posible la paz porque esta no se había establecido sobre la justicia sino sobre la venganza.

La Segunda Guerra debió alertar de que por el camino de la fuerza, y la opresión, sólo se llegaría al exterminio que anunciaron las bombas atómicas lanzadas en Japón y las guerras imperialistas en Corea, Vietnam, África y áreas de influencia de las potencias.

En medio de esa sin razón en forma del todo vale y de la ausencia de señas de identidad, más que de valores, se tomó conciencia de los horrores en las antiguas colonias, del hambre, pobreza, destrucción del medio ambiente, explosión demográfica que no iba acompañada de educación, sanidad, promoción de las mujeres, del amparo a las personas mayores y a las dependientes.

Fueron los medios de comunicación quienes abrieron sus ojos sobre esa marea de injusticias. Una vez que cayeron en la cuenta de que había que romper con el orden socio-económico degenerado, muchos se armaron de ilusión y, en los movimientos de Berkeley y otros similares, rompieron con el sistema y, como vagabundos celestes de Internet, se echaron a las carreteras. Con manifestaciones, canciones, graffiti, denuncias al sistema y con el servicio personal a los más desfavorecidos.

Médicos del Mundo, Manos Unidas, Intermón, Solidarios para el Desarrollo y otros movimientos se formaron entonces y acudieron a hospitales para acompañar a los enfermos, a las cárceles, asilos y ancianatos, personas sin hogar, drogadictos y a los afectados por una plaga que denominarían SIDA y que entonces era el mal sin nombre, el síndrome letal en que concurrían otros síntomas.

Una marea se extendió del Norte al Sur para aliviar el dolor y la miseria, para reparar las injusticias y denunciar la explotación de millones de personas y de sus riquezas naturales, para comprender a esas muchedumbres solitarias.

Junto a la entrega personal, hecha compromiso, analizaron las causas de esa pobreza, enfermedades, bomba de destrucción masiva como la explosión demográfica, deforestación y avance de desiertos, la contaminación de aguas y del medio ambiente. Muchos se organizaron para ir a convivir con esos pueblos para acompañarlos en la recuperación de sus señas de identidad, en la construcción de pozos y de letrinas, en trabajos artesanales y agrícolas, en la creación de centros de salud y de enseñanza.

Parecía que soñaban pero millones de personas se organizaron en asociaciones civiles, se prepararon y sirvieron en sus ciudades, porque no podrían ir a hacer allí lo que no supieran hacer aquí.

Fue una dicha andar esos caminos y formar a miles de personas, enviar medicamentos, libros, material de trabajo y desarrollar una conciencia de responsabilidad y de solidaridad apoyada en la justicia, en la denuncia, en la toma de partido por los más desfavorecidos.

Fue hermoso mientras duró. Después, la costumbre y la usura del tiempo trajeron estructuras, sin alma, y muchas organizaciones se convirtieron en nichos de empleo y en instrumentos para adormecer conciencias de empresarios, de banqueros y de instituciones políticas.

Cuando no en ineficaces gestiones asamblearios.

Aquel movimiento iniciado en los setenta extendió la lucha por la justicia en un mundo en descomposición que nos urge a tomar las armas de la razón y del compromiso contra los culpables de la crisis y aportar propuestas alternativas que contribuyan a un mundo más solidario.
Quizás haya pasado el tiempo de las ONG, pero no el espíritu que los animaba, transformado en indignación, en rebeldía, en lucha contra oligopolios demenciales. Ya todos nos sentimos interpelados ante tanto dolor, tanto desahucio, tanto paro, tanta pobreza y tanta soledad.

¿Se dan cuenta de que ya no se habla tanto en los medios de reparar las injusticias sociales que se manifiestan en decenas de millones de personas en paro, familias desahuciadas por bancos depredadores, en los recortes a la sanidad, educación, pensiones y a personas dependientes? Pretenden hacernos creer que nuestra tarea fundamental consiste en “salvar a los bancos”.

José Carlos García Fajardo
Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) Director del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.