Sociopolítica

Desigualdad, demérito e incapacidad

A modo de haiku:

De nada sabe

pero por privilegio

de todo tiene

Me resisto a llamar a quienes ejercen la función política como “clase política”, por el concepto de clase en sí, pero en algunos casos puede hablarse de algo más tradicional y aún más peligroso: “casta política”.

El sistema social europeo es (o más bien era) poco dado a la permeabilidad, es decir, quien nace en la clase media raramente desciende o asciende, e igualmente sucede en los demás estamentos económicos. En los países anglosajones y, muy especialmente, en los U.S.A., esto era y es mucho más flexible. Si en Europa se aprecia algún cambio en esa rigidez del estatus marcado por el nacimiento, se debe a la crisis económica actual e incide, especialmente, en el descenso de las clases medias más acomodadas y el empobrecimiento de los grupos económicamente más débiles, la denominada, en ocasiones, “clase media baja”.

Pero las castas son otra cosa. En una de las acepciones de la Real Academia Española este término se define así: “En la India, grupo social de una unidad étnica mayor que se diferencia por su rango, que impone la endogamia y donde la pertenencia es un derecho de nacimiento”. Pues bien, en España y otros países sí que se ha generado una casta política, que no incluye a todos los que ejercen esta noble función de servicio público pero sí, ahora mismo, a demasiados. Constituyen un grupo social diferenciado por su rango, imponen la endogamia y permanecen ahí de por vida.

No negaré que hay otros sectores que han sido tradicionalmente endogámicos, ahora menos, como el universitario. Como dijo un profesor de Filosofía del Derecho hace años, si cinco catedráticos (el tribunal de oposición) se ponían de acuerdo, podían hacer catedrático a un semáforo. Pero mientras en ese ámbito han ido cambiando paulatinamente las cosas, en otros empeoraron.

Porque no se entiende que, hoy día, cuando más se debería exigir a quienes ejercen la función política, la designación para los cargos públicos todavía nos produzca estupor y sonrojo, cuando no ira. ¿Cómo puede una persona que no ha estudiado nada en su vida ni trabajado en nada fuera de la política ocupar el tercer escalón en un gobierno nacional? ¿De qué asesora un chaval o chavala que acaba de terminar la carrera universitaria y carece de toda experiencia? ¿Es posible que un señor que no tiene idea de nada, nada estudió y en nada trabajó, sea capaz de tomar decisiones políticas o administrativas de gobierno con solvencia y efectividad?

Podríamos poner nombres y apellidos a estas y otras muchas situaciones. Igual que a ciertos casos en que el designado para administrar un área pública es alguien que aborrece la actividad de ese área y a las personas que la realizan en la sociedad, de quienes abomina incluso como colectivo.

También se da la política como “actividad refugio”. Es el caso, por ejemplo, de ciudadanos que estaban en la órbita secundaria o terciaria de la actividad nacional por excelencia (o sea, el ladrillo) y que, al derrumbarse ésta, saltaron a las listas de partidos políticos donde se dedican a esperar a que escampe ejerciendo una actividad nula, en el mejor de los casos.

Esta situación objetiva puede generar varias consecuencias. Una, que la ciudadanía decida pasar de la política, la cual también ejerce de elemento regulador de la presión social cuando vienen mal dadas, y articularse por su cuenta, actuando al margen de los cauces del sistema. Otra, que haya quienes quieran ser también de esa casta, visto lo bien que les va a algunos elementos francamente poco útiles, y organicen sus propias formaciones políticas; financiándose con fondos procedentes de quienes tampoco gustan de lo que hay o no sirve para sus intereses. La tercera, que considerando a los partidos políticos núcleos cerrados con intereses propios y espurios cuyo fin único es ejercer el poder, ganen fuerza las organizaciones sociales como entornos en los que sí se mantiene la ideología y se generan propuestas; al modo, salvando las distancias, de lo que ya sucede en los U.S.A., donde la política ni la hacen los partidos ni se hace en ellos, siendo elementos instrumentales.

Lo que haya de ser será, pero no vendría mal que este profundo problema de la falta de formación en los políticos con cargos de responsabilidad, la constitución de castas o grupos sindicados en los partidos, y otros males mayores, fueran detectados, aislados y erradicados. Mientras, la sociedad civil puede ir denunciando y aireando los casos, con nombres, apellidos, cargos y circunstancias, en beneficio de la limpieza y eficacia democráticas y del correcto empleo de los escasos fondos públicos para gestionar los intereses de todos.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.