Sociopolítica

Fue Ella, Ella Fue

Fue la convivencia la que tras mostrarnos tantas veces nuestras imperfecciones, al final venció a nuestra buena voluntad y el orgullo, la dignidad, que a veces sentimos es de lo poco realmente nuestro, nos empujó a actuar de forma egoísta, no por ningún interés material sino por no dejarnos engañar por aquellos a los que queremos y nos quieren.

Por no dejarnos aplastar, por mostrar realmente lo que pensamos y sentimos cuando nos intentan “tomar el pelo”, por ese instinto animal de supervivencia, entre otras cosas, que todos tenemos. Por ello algunos se sienten moralmente obligados a expresar lo que pensamos, lo que sentimos, que no tiene porque ser esencial y por ello, a veces, es mejor ignorarlo, hacer como si no ocurriera nada, mirar hacia otro lado fingiendo que todo está bien en vez de actuar e intentar cambiar esa pieza que falla. El verdadero problema es si no sólo falla una pieza, si lo que falla es la combinación de todas las piezas. En ese momento te lo planteas todo. Es entonces cuando sientes la imperiosa necesidad de moverte, de forcejear con las cadenas que te rodean, pues aunque no se vean fácilmente siempre están.

Es así como se pasa de hablar de la familia a la necesidad de muchos jóvenes de independizarse, algo complicado hoy en día, sobre todo teniendo en cuenta que entidades bancarias bajo el control del Estado no sólo no comienzan a funcionar de manera adecuada, sino que tras recibir ayudas públicas, comienzan a incentivar el despido, es decir, realizan despidos incentivados, teniendo en cuenta el porcentaje de paro que existe, es una atrocidad que existan bajas incentivadas, más cuando estas indemnizaciones van a provocar de nuevo la necesidad de financiación pública hacia esa entidad. Hoy por hoy esto no ha ocurrido, veremos mañana, o al otro.

Es así como un joven de la periferia percibe el panorama y entre otras cosas reniega la opción de buscar trabajo, por miedo a verse un día como un mero engranaje de todo un sistema viciado, pues humildemente creo que todo ser humano tiene el mismo valor económico, y que las diferencias esenciales entre ellos, las verdaderamente importantes, no son más que causa de la situación que les ha tocado vivir, sin que tengan ellos culpa ninguna de su papel, no obstante la culpa, por omisión,  la tienen los que ignoran su papel y un sentimiento visceral se lo recuerda constantemente.

Porque qué derecho tengo yo a gozar de un aire acondicionado, o un viejo ventilador, que por otra parte airea sin resecar la garganta, dicho quede, que lo viejo también tiene su encanto, mientras hay gente muriéndose, no ya de hambre, sino de sed, que es lo más esencial, lo más básico para sobrevivir. La respuesta está clara, pero es más cómodo no verla, de forma que al ignorarla uno mismo se llegue a persuadir de que no tiene ni la más remota responsabilidad por el pobre argumento de estar lejos el problema. Por favor, que el problema esté lejos no implica que la solución también, únicamente será un impedimento más, un nuevo obstáculo a sortear. Como esa piedra en la senda del caminante, que puede elegir si sortearla por un lado, por arriba, por otro, o incluso destruirla a golpe de martillo o pico, pero ningún viajero que se precie optaría por darse la vuelta una vez ha visto la piedra. Claro está que muchos todavía no quieren ver la piedra, dicen que no hay ciego peor que el que no quiere ver, y aquí nadie quiere ver.

Pero como en la epidemia de ceguera del gran José Saramago siempre existe alguien que tiene la cura, aquí todavía estamos esperando que llegue. También dicen que el amor mueve el mundo, pero de los hombres pobres, que no pobres-hombres, parece que no se acuerda nadie. El error es pensar que es responsabilidad de una única persona, pues no es así, es responsabilidad hasta de los que no quieren ver.

Quisiera terminar con algo de optimismo, pero hoy creo que no me queda, veremos mañana, nunca se pierde la esperanza, pero hay que acompañarla de actos en momentos clave, para que no nos atormente el arrepentimiento, el maldito “y si…”, que por otro lado es absurdo, pues sabemos que ese momento no volverá, por ello estamos obligados a hacerlo mejor, a mejorar con el tiempo, como el buen vino. Dejando de hablar y actuando, pues al hacer algo no lo dices, ni lo gritas, muestras tu necesidad de hacerlo, movido por los motivos que sean, cada uno los suyos.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.