Sociopolítica

Cosecharás lo que siembres, dijo el Maestro.

A partir  de los dos últimos siglos, y de un modo progresivo, estamos  sufriendo un enorme  grado de deterioro del Planeta y de todos sus ecosistemas especialmente por la influencia negativa de un modelo de desarrollo económico destructivo con el medio ambiente y productor de desigualdades sociales. Junto a las respuestas de la madre Tierra  indicando su reacción defensiva ante tantos venenos vertidos sobre ella, se han  producido guerras, hambrunas, conflictos sociales, migraciones y otras calamidades, hasta el punto   que bien puede afirmarse que nos hallamos en el principio del fin de una era, subidos a un tobogán que se desliza cada vez más vertiginosamente, en medio de un enorme caos colectivo de mil rostros, hacia un nuevo mundo que será  necesariamente muy diferente del actual. En él  ya no podrá tener cabida el modo de pensar, sentir y actuar  de las generaciones humanas precedentes, causantes- por el atraso de su evolución, que lo ha sostenido-  de este enorme desastre a gran escala, que conduce al  fin de  esta civilización. De esta civilización, no de la Tierra, como algunos pretenden. Al fin de esta civilización materialista que resultó contraria a los principios que pudieran definirnos como “humanidad evolucionada” pacífica, culta, sana y justa que no puede ser más que la anunciada por Cristo para Su Reino de Paz.

¿Cómo puede explicarse la escalada de perversiones que nos ha llevado hasta un presente como el que nos toca vivir?

Los modelos de pensamiento que han prevalecido desde el principio de la historia conocida giraron en torno a las leyes del ego inferior: mío, mí, para mí. Tales leyes se oponen a las leyes divinas, que defienden el derecho a la individualidad, pero sin individualismo, a la libertad pero sin arrebatarla a otro; a la igualdad sin uniformidad, a la fraternidad como hermanos iguales e hijos del mismo Padre. Todas estas actitudes proceden del  verdadero amor, que se diferencia del amor egoísta en que es desinteresado, en que da sin esperar recibir. Esta es la clase de amor que se da a los hijos cuando se les ama por lo que son: como hijos de Dios y almas hermanas  temporalmente al cargo de sus padres, y la clase de amor que se da entre personas evolucionadas que son las que no viven creyendo que su ombligo es el centro del universo. Sin embargo, la envidia, los celos, la codicia y el orgullo -argumentos del  ególatra en oposición al  Creador, tan contrarios al amor, -son eternas fuentes de conflicto entre nosotros, y contrarios a todos esos valores positivos enunciados.

Los más destacados ególatras con poder en todas sus versiones,-envidiosos, codiciosos, orgullosos, celosos  y violentos- han resultado ser a lo largo del tiempo quienes han ido conduciendo a mayorías al abismo en el que ellos mismos caen antes o después por la enunciada Ley de siembra y cosecha. Al contrario de la afirmación de Nietzsche, estos individuos no son los fuertes, sino que es precisamente su debilidad moral y falta de carácter espiritual lo que intentan compensar con sus actitudes violentas y su modo de pensar y sentir primitivo, por más disfrazado de buenas maneras que a veces- y siempre que les interese- manifiesten.

El lobo se viste con piel de cordero para comerse al rebaño. El lobo puede vestir de uniforme, de sotana o de príncipe, puede ser alguien que te diga palabras dulces mientras aguarda el momento de clavarte el puñal que tiene preparado, pero eso es lo único que posee: la fachada con la que intentan esconder la pobreza de su alma, como enseña Cristo. Son los sepulcros blanqueados de toda la vida, los enemigos de la evolución. Y hay que aprender a verles, a desenmascararles, y sobre todo a no querer ser como ellos.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.