Karma

La consecuencia. El instinto

Paseando, durante la noche, por el bulevar de la naturaleza, donde mostramos nuestros básicos instintos sin ningún reparo; Me encuentro con la necesidad, para algunos seres humanos, de vivir su propia vida sin preocuparse demasiado por las consecuencias que sus acciones puedan tener sobre otros.

Desde que se alcanzó un nivel de vida aceptable y los padres quisieron dar a sus hijos todo lo que ellos no habían tenido, desde que quisieron liberarles de la represión que habían sufrido; Los jóvenes conocieron el placer de la no responsabilidad, de hacer en cada momento lo que te dé la gana sin preocuparse por nada más.

Reconozcamos que se vive muy a gusto sin pensar demasiado, sin esa carga moral que supone el preocuparse por el bienestar de los demás. Al reflexionar sobre ello, me doy cuenta de que la gran mayoría de esas personas no han aprendido a ponerse en el lugar del que recibe esa acción. No han sido educados como anteriormente se hacía, para un bienestar colectivo; Sino para un bienestar individual en el que los demás no importan demasiado si la consecuencia es beneficiosa para uno mismo.

Como he comentado en otras ocasiones, el cerebro es una máquina biológica que viene “de serie” con unos parámetros necesarios para nuestra supervivencia. Lo que me resulta más curioso es que, entre esos parámetros, no existen los necesarios para proporcionar una respuesta empática ante determinadas acciones dañinas para con otros individuos. Por el contrario, sí que existe la respuesta automática ante ese tipo de acción dañina hacia el propio individuo.

Si analizamos otras especies animales, observaremos que la carencia de esa respuesta empática es completamente necesaria para el apareamiento, produciendo que los individuos más fuertes se reten entre sí y ahuyenten a los más débiles.

¿No vemos una similitud con nuestra especie?

Podemos observar en cualquier reunión de personas cómo competimos entre nosotros para demostrar quién es el mejor en cualquier materia. Tanto los hombres como las mujeres empleamos una gran parte de nuestro tiempo en esa competencia, incluso otros factores de nuestra vida como la apariencia o la personalidad están basados en esa competencia, en demostrar quién es el individuo mejor dotado genéticamente, tanto física como intelectualmente. Es parte de nuestro instinto animal, el cual, prácticamente, nadie se para a analizar, ya que es completamente necesario para la continuidad de nuestra especie.

Podemos observar que desde que se iniciara la ruptura con todos los tabús impuestos anteriormente, ese instinto animal se ha ido manifestando cada vez más. De hecho, ese proceso de liberación, ha consistido en aceptar esos instintos animales que todos tenemos.

Al darme cuenta de esto, decidí estudiar la respuesta de las personas ante la definición de libertad, encontrándome con una mayoritaria: “Hacer lo que me dé la gana”. Cuando les pregunto qué significa eso de “hacer lo que te dé la gana”, me responden que quieren hacer lo que sientan, que no quieren pensar demasiado.

Tengo que admitir que, en determinadas ocasiones, pensar demasiado es perjudicial, que nos podemos sentir confusos y desorientados; Y veo ahí la causa de querer liberarse de esa confusión. Pero debemos darnos cuenta de que esa capacidad también es intrínseca a nuestra naturaleza, que no nos podemos deshacer de ella así como así, y si actuamos sin pensar en las consecuencias a nuestro posibles actos, el desenlace nos proporcionará la misma confusión. Por lo tanto, estamos predestinados a esa confusión, a debatirnos entre nuestros instintos y la respuesta racional de nuestro cerebro.

La pregunta que me hago es por qué la evolución humana ha llegado a este punto. Obviamente es una consecuencia lógica al periodo de represión antes vivido en el que se ocultaba que, inevitablemente, tenemos esos instintos. Pero ¿Cuál es el siguiente paso?

Tendremos que elegir. Si decidimos obviar nuestra capacidad de razonar, incurriremos en el mismo error que se dio en el pasado al obviar nuestra parte animal y olvidaremos todos los progresos que se hicieron para una convivencia más armoniosa entre nosotros. ¿Es eso lo que de verdad queremos? Porque si no educamos a nuestros hijos de una manera adecuada eso, precisamente,  es lo que vamos a conseguir.

Hoy en día, los jóvenes poseen una enorme información sobre todos los hechos históricos del pasado, sobre todos los errores; Teniendo en cuenta toda esa información, ahora, se manifiestan por los derechos comunes que corren el peligro de desaparecer; Pero no se dan cuenta de lo que sucede en su propio entorno.

Desde hace varios años, vengo observando cómo se desenvuelven las personas en sus respectivos trabajos y en su vida personal. Cómo se pisan los unos a los otros para conseguir una ligera mejora en su calidad de vida, cómo se va perdiendo el respeto en las relaciones personales. Muchas de esas personas, que no han sido enseñados a respetar, son los que exigen respeto por parte del poder ejecutivo.

Nos hemos acostumbrado a echar la culpa de todos los problemas que vivimos al estado, el cual, obviamente, tiene su culpa; Pero la base principal de ese problema es la propia sociedad, la cual se ha olvidado de educar a sus hijos para un beneficio colectivo.

Mientras sigamos preocupándonos por nosotros mismos, sin tener en cuenta las consecuencias que nuestras acciones generan sobre los demás, la sociedad se irá deshaciendo más como una colectividad, y resultará más difícil conseguir unos intereses comunes.

Para finalizar este artículo me gustaría invitar a un ejercicio de empatía. Intentemos, por un día, ponernos en el lugar de la otra persona a la que dirigimos una acción dañina, quizá nos demos cuenta de que, al fin y al cabo, no solo somos animales.

PAZ

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.