Sociopolítica

¿Quién me echa un cable?

Cuentan que hubo un tiempo en el que el trabajo constituía tanto una forma de ganarse la vida, como de lograr una estabilidad personal, profesional y económica. Dicen, también, que en ese otro tiempo la calidad o cantidad de la labor que uno desarrollaba en su empresa, era tenida muy en cuenta por los de arriba y servía como mecanismo de ascenso profesional y económico. Nadie te miraba mal por hacer bien y rápido tu cometido. Se establecía entonces una especie simbiosis patrón-asalariado en la cual todo el mundo tenía claro su cometido y existían verdaderos oficiales que conocían a fondo los detalles de su profesión y la ejecutaban con agrado. El resultado favorable del proceso y la satisfacción del cliente eran la razón de su oficio, por lo que muchos de ellos –los más avezados– decidieron entonces emprender mejorando día a día el tejido profesional de nuestro territorio.

Hoy todo esto suena a quimera. Ya no se demandan profesionales ni expertos, sino pocos años y docilidad extrema. Las empresas se han convertido en máquinas de lavar ilusiones mediante una realidad aplastante que es ese mercado laboral de muy difícil acceso tanto para quienes poseen juventud y formación como para aquellos que acumulan experiencia y edad. Las empresas se han transformado en entes difusos y aplastantes en donde sus trabajadores tragan ya lo que les echen si les da por contemplar la fría alternativa y cuyas escasas vías de entrada se hallan al alcance ya de muy pocos.

A no ser, claro, que contemos con alguien muy cercano (aunque muchos se empeñen en negarlo) que nos eche un fino cable desde dentro sin que por ello llegue a caer en el intento.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.