Sociopolítica

Catalunya y el mito de España

Catalunya y el mito de España

Los nacionalistas españoles tienen por costumbre utilizar como argumento de autoridad histórica y política que Catalunya ha formado, desde sus orígenes, parte de España. Olvidan que ni el historicismo ni la teoría política de la parte dominante pueden ser  los fundamentos de una nación, por la sencilla razón de que la otra parte puede tener, con la misma lógica, su propia teoría política y fundamentos históricos. Sobre todo porque las naciones que no se fundamentan sobre ciudadanos libres están, siempre, al servicio de la lógica de la dominación. Y en Catalunya existe una comunidad política con voluntad de ser nación por dos razones, al menos: la primera porque la mayoría de las fuerzas políticas catalanas, que representan a sus ciudadanos, emana de la soberanía de los catalanes, mientras que el nacionalismo español, representado por el P.P., sólo representa a una décima parte de los catalanes; la segunda, que Catalunya, con la excepción de las dos Repúblicas españolas, nunca, desde la unión dinástica entre los monarcas de Castilla y Aragón, se ha gobernado a sí misma, sino que siempre ha sido gobernada por reyes extranjeros mediante virreyes o gobernadores militares. Es evidente que Catalunya existió, antes de esta unión dinástica, como Estado independiente. Como nación no podía haber existido la nación española porque el sentido nacional es muy posterior. De los tiempos de la Revolución francesa, el nacionalismo democrático, y de los tiempos prusianos y alemanes del siglo XIX en su versión totalitaria y hegeliana.

En un manifiesto de intelectuales del nacionalismo español, publicado en “El País”, 4-XI-12, se propone la creación de un Estado federal para frenar o contener la voluntad de ser nación de los ciudadanos catalanes dentro de la estructura del Estado español. No acaban de entender que la voluntad de emancipación catalana no se pude alcanzar dentro de la estructura del Estado español. Porque se seguiría estando dentro de la lógica de la dominación del nacionalismo español. La federación, sin embargo,  se crea antes de la nación o mejor, ésta debe ser una consecuencia de la previa federación de Estados para que no pueda establecerse ninguna posición de dominio de un Estado sobre los otros. Sería más fácil, si las fuerzas políticas españolas reconocieran que lo que llaman España es un Estado, como Catalunya, y sobre esa federación construir una nación. Una nueva nación.

Si nos fijamos en los Estados federales, especialmente en Estados Unidos, en Alemania o en lo que fue la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, un poco forzado en este caso pero la constitución soviética reconocía el derecho de secesión, podremos comprobar que la federación no se establece sobre la previa dominación de un Estado sobre los demás, sino sobre la alianza entre los Estados previamente existentes. Con la excepción de las dos Repúblicas, como he dicho, Catalunya siempre ha estado dominada por Castilla. No debería resultar extraño que la mayoría de sus ciudadanos quieran tomar su destino en sus propias manos. Y no sólo porque la constitución francesa de 1793 proclamaba el derecho que los pueblos tienen a  elegir su propio destino, sino porque las 13 colonias norteamericanas en las “Considerations on the Authority of Parliament” de James Wilson afirmaban que los poderes del parlamento se derivan enteramente de los de aquéllos a los que los representa y por consiguiente, según la frase de Jefferson, los americanos no podían reconocer lo que dictara el Parlamento de Londres por ser éste, para ellos, “una corporación de hombres ajenos a nuestras constituciones y no reconocidos por nuestras leyes”. A Catalunya le ha ocurrido exactamente lo mismo: que un parlamento dominado por el nacionalismo español ha impuesto a los ciudadanos catalanes su voluntad. Siempre.

Cita, como fundamento de legitimidad, la carta de los intelectuales nacionalistas españoles de “El País”, que la actual Constitución y sistema democrático son el resultado de la convergencia de los intereses de todos los ciudadanos que, privados de ciudadanía durante la Dictadura franquista, formaban parte integral del Estado franquista. Curiosamente el franquismo utilizaba la expresión Estado cuando se refería a España.

Es este razonamiento otra de las grandes mentiras con las que se ha pretendido presentar la Constitución y la transición por la derecha nacionalista española y por la izquierda nacionalista española, el PSOE y el PCE, porque tanto Carrillo como Felipe González se “limitaron” a aceptar una constitución que venía impuesta por los intereses estratégicos y económicos de Estados Unidos, del capitalismo y de Europa. Los españoles, como los catalanes, no tuvieron ninguna opción de manifestarse porque su voluntad fue raptada por la parafernalia de la izquierda. Basta, hoy, con reflexionar sobre el derecho de propiedad de los medios de producción recogido y protegido por la Constitución así como que no se ha llevado aún a cabo la ruptura del Estado y la Iglesia católica, para entender  que la transición garantizó que los mismos, renovados biológicamente, siguieran controlando el Poder. Simplemente con cambiar la carroza de caballos.

La constitución protege al Capital, no a los desahuciados. La constitución protege el desempleo no a los trabajadores. La constitución permite que los gobiernos paguen las deudas de los banqueros, del capital financiero y especulativo internacional, recurriendo a los impuestos y a la reducción del poder adquisitivo. ¿Al servicio de quién está esta constitución? ¿A cuento de qué idealizar una constitución que garantiza la destrucción de la Sociedad de bienestar, señores intelectuales? ¿Qué ofrece esta constitución a los ciudadanos españoles? ¿Qué le ofrece a los ciudadanos catalanes? Lo que les ofrece, la declaración de derechos, eso ya lo tenemos, pero sobre esa declaración no se puede legitimar la explotación al servicio de la propiedad y del capital. Los catalanes tienen, ahora, la oportunidad histórica de crear una nación sobre los fundamentos sólidos de los derechos individuales, la separación de poderes y el laicismo. Este es su reto y su ejemplo para los demás países europeos. O esto o nada.

A regañadientes y para cubrirse las espaldas, reconocen los intelectuales españoles de “El País”, no obstante, el derecho de los ciudadanos catalanes a optar por la independencia, faltaría más, y afirman que los ciudadanos españoles no son enemigos de los catalanes. Es de agradecer estas dos afirmaciones porque se puede esperar de ellas dos cosas favorables al proceso de emancipación: que los españoles no se opondrán a él y que los españoles lo comprenderán y, por lo tanto, mantendrán las buenas relaciones de vecindad. Como debe de ser. Y como, en cualquier caso, acabará siendo.

Volviendo  a los argumentos históricos, políticos y culturales, puede negarse la mayor: la existencia de España, poco menos, que desde el tiempo de los romanos. Porque España nunca ha existido políticamente como nación sino como concepto político, ideológico y religioso de las monarquías absolutas, que siempre han sido extranjeras, y  de la aristocracia laica,  clerical e imperialista castellana. En términos de la dialéctica hegeliana se puede explicar fácilmente lo que quiero decir, sin que yo pretenda con esto resucitar el idealismo hegeliano por la sencilla razón de que el proceso se explica desde la realidad política, social y geopolítica. Y desde este planteamiento materialista se puede explicar dialécticamente la idea. La idea de España es un concepto que no tiene vida en sí mismo sino en la voluntad de Poder de los monarcas absolutos y de sus asociados, la aristocracia terrateniente laica y clerical.

Esta idea han tratado de imponerla, desde los Austrias hasta hoy, esta derecha laica y clerical de origen castellano, a todos los habitantes de los reinos o Estados hispanos sin sentimiento de comunidad, ni estructura estatal en la que se integraran todos hasta los Borbones, que integraron por la fuerza los Estados preexistentes, como Catalunya. España no se puede crear porque su negación, Catalunya en este caso, se niega a integrarse o ser absorbida por esa idea, ajena a ella. Y si se integrara por la fuerza no se superaría la negación y por lo tanto se mantendría estancada en el tiempo histórico. Sólo podría llegar a ser nación cuando se construyera sobre la base de una comunidad de ciudadanos libres que se identifican con la idea. Cualquier nación que no se construya sobre esta base será resultado de la dominación nunca del consenso por identificación con la idea de España.

En mi opinión, España como nación de una comunidad de ciudadanos libres, aún no ha sido creada. Ni política, ni cultural, ni administrativamente. Porque el espacio al que se aplica el concepto España está integrado por comunidades políticas que no tienen voluntad de pertenecer a él. De manera que por mucho que se empeñen en calificar de españoles a quienes no lo son no dejarán de tener voluntad de tener su propia nación. Ocurre como con el bautismo que por mucho que se lo impongan a los recién nacidos éstos llegará un momento que desearán emanciparse de la tutela totalitaria del clero y ser libres. La batalla, contra todas las adversidades y a pesar y sobre todas las adversidades, está ganada para Catalunya y perdida para quienes quieren, con todo tipo de argumentos de parte y de amenazas, seguir sometiendo la voluntad catalana a la castellana.

Los argumentos para crear una nación y el fundamento de legitimidad de la misma no hay que buscarlos ni en la historia, que la hacen y escriben otros, ni en las leyes y constituciones, que las hacen los otros en su beneficio. El argumento para construir una nación sólo depende de la voluntad de serlo de aquella comunidad política de ciudadanos libres que quieran serlo. Esta voluntad es el único fundamento de legitimidad. Y si los catalanes, en su mayoría, manifiestan la voluntad de ser independientes, es que lo serán. A pesar de las dificultades, que las habrá.

Quería referirme, ahora, a dos argumentos utilizados contra el derecho a la independencia de Catalunya. Se trata de los amigos y enemigos exteriores e interiores de la independencia. De las dificultades con las que deberán enfrentarse los catalanes para construir una nación. Nunca tantas ni tan graves como fue, hace muy pocos años, con los países del Este de Europa, emancipados de la tutela soviética: Polonia, Rumania, Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Ucrania, Bielorrusia, emancipados de la tutela yugoslava como Eslovenia, Croacia, Bosnia, o la fragmentada Checoslovaquia en checos y eslovacos. Estos países existen, ahora, como naciones independientes y forman parte de la Unión Europea.

Catalunya sin embargo se encuentra en una posición incomparablemente superior a la que se encontraban estos países, arruinados por la explotación soviética y por las guerras. Catalunya está en otra posición geoestratégica y geopolítica incomparable con la de aquellos. Es rica. Tiene las infraestructuras de los países más desarrollados del mundo y de Europa y una cultura envidiablemente progresista. Este es su mejor caudal porque aunque sólo fuera por esta riqueza cultural y potencia progresista debería ser independiente. Sería un ejemplo y tendría entre los países europeos Holanda, Dinamarca, Suecia, Noruega a sus mejores aliados.

Se dice que quedaría aislada de la Unión Europea. Es verdad que durante un período de tiempo no podrá ser miembro de la misma, pero seguirá manteniendo sus vínculos estratégicos, sus comunicaciones inevitables integradas dentro del sistema estratégico europeo, más allá de las divisiones políticas, necesarias para todas las partes. De todas las dificultades que tienen que superar los ciudadanos catalanes en el proceso de construcción de su nación, la mayor sería que los gobiernos españoles, en legítima defensa de sus propios intereses, si hablamos de intereses nacionales y no de solidaridad internacional, construyeran un sistema de comunicaciones entre España y Europa a través del Pirineo central o aragonés. Esto significaría un duro golpe para Catalunya, aún mayor para Euskadi, porque quedarían en la periferia del sistema de comunicaciones y eso les perjudicaría, en términos económicos, bastante.

No hay que ocultar que la independencia no es el paraíso. La independencia es la puerta que abre el camino para construir una nación. Al final del proceso ya veremos hasta donde es capaz de llegar la voluntad progresista de un pueblo, de los ciudadanos de ese pueblo. Los gobernantes y la prensa nacionalista deben cuidar, ya, las relaciones con los ciudadanos europeos y con los españoles. Hay que trabajar diplomáticamente para derribar barreras, para evitar enfrentamientos.

Es cierto que a Italia, España y Francia, no tanto a los alemanes que tienen verdadero culto al Estado alemán, la independencia de Catalunya les asusta porque temen por la propia integridad territorial de sus naciones. Pero Francia no debería temer el ejemplo catalán porque ella es una nación desde 1789. Italia tampoco debería temer la emancipación de sus repúblicas del Norte porque va contra la voluntad de la mayoría de los ciudadanos del Norte. El resto de los países no pondrán ninguna objeción porque a ellos se unirá otro país, pequeño frente a los grandes, pero que hará más grandes a los pequeños. Y esto debe ser tenido en cuenta.

La Unión Europea nunca reconocerá la independencia de Cataluña mientras esta independencia sea un hecho confirmado, porque ningún país europeo reconocerá la secesión que pueda producirse en un país miembro. En última instancia, no es la Unión Europea la que debe reconocer la independencia de Catalunya sino las Naciones Unidas. Es en la ONU donde sería admitida la independencia de Catalunya sólo si ésta se proclama previamente y es reconocida por muchos países que no sean, precisamente miembros de la Unión europea, como Rusia y China, por ejemplo. Sólo cuando sea proclamada la independencia se pondrá a la comunidad internacional ante un hecho irrefutable sobre el que deberá pronunciarse. La realidad internacional es muy compleja y puede jugar, si se sabe jugar, en beneficio de la independencia. Y la ONU acabaría acogiendo en su seno a Catalunya. Dado este paso la Unión Europea no podrá ignorar la realidad política de la nación catalana como no olvidó la de los países del Este de Europa ya citados.

El potencial económico catalán es inmenso, si se sabe presentar su atractivo a los países y sobre todo a los ciudadanos europeos. No es una tontería pensar que uno de los motores del crecimiento catalán puede ser, deber ser, inmediatamente, la oferta de Catalunya como un país atractivo para vivir en él como segunda vivienda para cualquier ciudadano europeo desde los Urales al Atlántico y desde el Atlántico  al Mediterráneo. Este potencial está por explotar, a pesar de la importancia que hoy tiene. Sólo se necesita una política que planifique, evitando la especulación y manteniendo precios públicos  de bajo costo, y deje a otros participar en esa planificación de la creación de la segunda vivienda de los europeos en Catalunya.

Se dice que las relaciones comerciales y financieras con España se verían perjudicadas. ¿Por qué? Acaso esas relaciones son unilaterales. Acaso no tienen los ciudadanos españoles relaciones comerciales con Catalunya. ¿Van a renunciar a seguir manteniéndolas? Evidentemente ante la realidad de que existe una unidad de mercado que ha integrado parte de sus economías e infraestructuras, nada se podrá hacer contra esa realidad porque funciona y funciona porque interesa a ambas partes, en las dos direcciones. Por lo tanto ese nunca será un problema. Y si en alguna pequeña medida lo fuera, no sería peor que la situación económica creada hoy por la incompetencia de los gobiernos españoles que son incapaces de salir de la crisis porque aún no han ni tan si quiera pensado en cual será el motor del crecimiento económico.

Y mientras los gobiernos españoles no encuentren ese motor, y Rajoy sólo está ocupado en pagar las deudas y en salvar del naufragio al capital financiero y especulativo, España no saldrá de la situación en la que se encuentra. Arrastrando a todos los ciudadanos y comunidades al precipicio del que Rajoy cree que se saldrá dejando que la iniciativa privada, el liberalismo económico absoluto, contrate trabajadores. De las crisis sólo se ha podido salir con gobiernos que han tenido que intervenir y planificar la economía poniendo en marcha un motor de crecimiento que ni el P.P. ni el PSOE saben, aún, dónde encontrarlo. Hasta los gobiernos norteamericanos y británicos, tan rigurosamente liberales ellos, tuvieron que recurrir a la intervención en 1929 y después de la Segunda Guerra mundial para salir de la la ruina. Y no sólo se salió sino que se construyó el Estado o Sociedad de bienestar. Pero Rajoy no quiere ni hablar de intervención, planificación o motor de la economía. ¿Entonces a qué espera? Tal vez un milagro. Del PSOE como ni sabe ni contesta nada puede esperarse.

Decía que Catalunya tiene un potencial de crecimiento inmenso basado en sus propios recursos y en su posición geoestratégica y sobre todo en sus valores culturales y progresistas. Este valor tiene que ser explotado como el más atractivo de todos para todos los ciudadanos europeos. Dejar que los otros se aburran puritanamente en sus corrales. La liberad catalana, las libertades individuales pueden ser uno de los fundamentos de su prosperidad. Y esto me lleva a los enemigos internos de Catalunya.

Debe preocuparnos porque es preocupante que los fundamentalismos religiosos de oriente y occidente trabajen incansablemente, sin desaliento, generación tras generación, desde dentro de las libertades para acabar con las libertades. Esta amenaza tiene varias soluciones, una es la integración económica y la dispersión territorial, otra es la formación en los valores de la libertad y la protección de esos valores por parte de los ciudadanos, los políticos y las leyes democráticas. Y la educación en valores y derechos individuales tiene que empezar en la educación, en todos sus ciclos.  Va siendo hora de que para ser ciudadano en cualquier país europeo, y por tanto empezando por Catalunya, la condición de ciudadano, y por lo tanto la adquisición de la ciudadanía, se vincule inalienable, imprescriptible e individualmente con el aprendizaje y jura de los derechos individuales y de la Constitución que tendrá su fundamento de legitimidad en la proclamación y ejerció de esos derechos. Sólo así se podrá ser ciudadano. Como en Estados Unidos donde las libertades individuales están por encima de las creencias, al menos en teoría y en parte, en las leyes. Ciudadano no es quien vive en un país libre, si él no es libre. Debe ser libre pero no sólo por su propio bien sino para proteger la libertad de los que ya son y no renunciarán, nunca, a ser libres. Sobre estas bases se pueden construir los fundamentos de una nación, si quieren los catalanes. Sería un ejemplo muy atractivo para todos los europeos y más allá de Europa. Y un modelo de fortalecimiento de las libertades individuales ejemplar para las demás naciones.

La independencia de Catalunya no puede dejarse en manos de la derecha catalana nacionalista y clerical porque entonces tratarán de hacer como en los Balcanes, crear un Estado para proteger sus intereses y establecer una sociedad de privilegiados. Para llegar a esto no es necesario luchar por la independencia. Sería un paso atrás. Un desencanto.

La independencia es posible porque sólo depende de que los catalanes tengan una clara conciencia de lo que desean y confianza en conseguirlo;  su mayor obstáculo no está fuera sino en ellos mismos, en que aún no tengan ni conciencia subjetiva de la necesidad de la independencia, ni confianza en lograrla. Asistir al nacimiento de una nación es, tiene que ser fantástico.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.