Karma

Salir del agujero

Tener que salir del agujero. Abandonar la madriguera para de una vez por todas enfrentarse a este mundo. ¿Hostil? Creo que depende de cada uno de nosotros.

Partir hacia un mundo lejano, alejarse del hogar sin volver la vista atrás y ejercer ese derecho inherente al ser humano transformado en capacidad de decisión. La libertad. Libre. Caminar hacia lo desconocido. Y me pregunto, ¿acaso no es eso lo que ya hacemos desde que en el vientre de nuestra madre un espermatozoide, ciertamente el más veloz de todos, se une con un óvulo creando así algo inaudito, algo inexistente anteriormente?

Libertad.

Foto: eflon

Foto: eflon

¿Nacemos libres? Me hago la siguiente pregunta. Nací en el seno de una familia concreta, al igual que cada persona que conozco, y supongo que aquellas que desconozco ídem de lo mismo.

Como iba diciendo, mi familia era la que era. Sus disputas, sus afinidades, sus rincones ocultos que la mantenían separada todo el año, pero que en navidad se sumergían más en lo hondo para poner buena cara, regalar sonrisas falsas e hipócritas y así poder seguir con la tradición de juntarse con la esperanza de que la cena acabara pronto. En definitiva, con su historia familiar ya creada, ya existente. Y ahora vengo yo y voy a nacer ahí. Mis padres se quieren más o se quieren menos, mis tíos me abrazan, otros pasan de mí. Mis abuelos. Siempre los abuelos. ¿Qué decir de los abuelos? Pero no me voy por las ramas. Nazco, crezco y soy educado en función de cómo a ellos los han educado.

Poco a poco van transmitiéndome una serie de valores. Valores que por cierto yo tomo por ciertos, por únicos, para a medida que voy creciendo darme cuenta de que tan solo son unos valores más. Podría decirse que en la gran bolsa de la humanidad, unas acciones, unos valores, suben y bajan en función de la confianza. ¿Qué valores imperan hoy en día? Perfectamente podríamos echar un vistazo al mundo que nos rodea para ver las acciones que más se cotizan hoy.

Prosigo.

Nazco en mi entorno, voy adquiriendo unas obligaciones. Porque, todo hay que decirlo, desde bien pequeños ya se nos van imponiendo una serie de obligaciones que hemos de asumir. ¿Por qué? Porque sí. Pero no se te ocurra decirle a tus padres “no haberme tenido”, porque posiblemente te crucen la cara de un guantazo – he de decir que a mí mis padres nunca me pegaron -.

Esas obligaciones, que con nueve años son ayudar a tu padre en el bar, a lo largo de los años se van convirtiendo en otras, y cuando eres adolescente, si no estudias, ya tienes el deber de ir inmiscuyéndote con más fuerza en el negocio familiar. Quizás con 25 lo heredes, y con 30 por fin seas el administrador.

Perfectamente podría ser la vida de muchas personas que habiendo nacido en un seno familiar han heredado todo cuanto les han labrado antaño. Unos adquieren títulos nobiliarios, grandes fortunas, coronas incluso por correr por sus venas sangre azul, que no sé yo si  eso será del todo cierto, y otros la droguería de la esquina. Droguería que por cierto está cayendo, y a la siguiente generación quizás no pase.

Pero un buen día, como el de hoy, soleado, en el que los pájaros cantan y las nubes se levantan, resulta que ese chaval de diecisiete años se pregunta “¿dónde está esa libertad de la que tanto me han hablado?”. Llega a un punto en el cual decide que no tiene por qué ayudar en ese negocio, que quiere hacer otra cosa. Y entonces piensa, ¿realmente estoy obligado a hacer algo que libremente no haya decidido? Ser libre, ¿qué es? Entonces su periplo interno entra en catarsis, diría yo que lo que hasta ahora imperaba en su intelecto deja paso a nuevos horizontes y… ¡zas! El cambio se produce. Nada ya es cierto. Nada ya es absoluto. Sencillamente, ese cambio ha traído un horizonte más amplio. Un horizonte sin descubrir, y abierto a infinidad de formas de interpretar cuanto se encuentre.

Entonces se pregunta, entonces me pregunto, entonces te preguntas, entonces todos nos preguntamos… ¿por qué he de vivir sin preguntarme? ¿Por qué he de vivir de determinada manera? ¿Acaso el ser humano ha de conformarse con adentrarse en el estilo de vida que los que nacieron antes que él marcaron como el correcto? Entonces se deprime, todo le importa una mierda. Pero decide no mirarlo de esa manera, sino que por el contrario, piensa. Me enfrento a todo. Lucho. ¿Cómo es la lucha? Una lucha pacífica. Una lucha que más que batalla es aceptación. Aceptación de que las cosas nunca son de una determinada manera. Y de repente se da cuenta de que efectivamente es libre. ¿Por qué? Porque ha desatado los nudos que aprisionaban su conciencia.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.