Sociopolítica

Dos temas: Maestros y El Consejo para la ‘transición nacional catalana’

Un dicho popular aclara que los males nunca vienen solos. En esta ocasión, debiéramos cambiar el contenido para ajustarlo a la realidad y sugerir que las noticias cómicas, bufas, suelen llegar como las damas al baño: de dos en dos. Días atrás, se revelaron con muy mala leche (perdón, sin apreciar su inclemencia) detalles concluyentes de las Oposiciones para maestros celebradas en Madrid hace dos años. Un examen asequible, simple, generó excesivo porcentaje de suspensos; estampa repetida, pasmosa e insólita. Algunas respuestas, si bien anecdóticas, debieran avergonzar no a los protagonistas -que también- sino al Ministerio responsable del desbarajuste. Sin embargo, acostumbrados a la mediocridad que inunda el entorno, admitimos con gracia el incidente, quizás síntoma monstruoso.

examen

Para darse cabezazos contra la pared. Foto: sergis blog

Un sufrido opositor, en crónica que publicó cierto diario escrito, calificaba la prueba de “encerrona” porque ellos, añadía, se habían preparado para algo “normal”; calificativo, cuanto menos beligerante, acogido por compañeros cuyas opiniones, expuestas en forma de sondeo, complementaron el reportaje. A mí, particularmente, me inquietó el vocablo “normal” asignado a la naturaleza de su preparación opositora. Recorrí, hace ya demasiado tiempo, el mismo camino y nunca se me ocurrió pensar que un tribunal (hermético pero no marrullero, creo) sometiera a mis condiscípulos opositores -y a mí mismo, claro- a un concurso “anormal”, con esa carga tácita cercana a los horrores que pudiera propiciar cualquier medieval potro de los tormentos.

Nadie osaría, aun subordinado a talante subjetivo e irascible, clasificar la prueba de enrevesada o tramposa. Antes bien, podría considerarse -dado el nivel de conocimientos necesario para dar adecuada respuesta- la incuestionable constatación de por qué estamos donde estamos, según los diferentes informes PISA y la ausencia de universidades españolas en esa relación que conforman las doscientas mejores del mundo. Corriendo un tupido e indulgente velo sobre tan increíbles y chuscas respuestas de que la gallina es un mamífero o de que el Duero pasa por Madrid, disculpo con sonrojo a los examinandos ajeno a sentimientos de compasiva afabilidad o cautivado por una disparatada apología corporativista. La LOGSE y las competencias autonómicas que contribuyeron a la incuria cultural y a la disgregación tribal del conocimiento humanístico, respectivamente, comparten el triste estigma de generar tan invocada dualidad causa-efecto.

Por azar, la pasada semana llegó a mi alcance otra noticia chocante. Opuesta a la anterior, esta integraba una carga (cuanto menos dramática) que pudiera transformarse a la postre en trágica. Mas, don Arturo, presentaba al catalanismo -vestía de largo- el Consejo para la Transición Nacional, compuesto por trece prebostes y “prebostas” (en particular y original contribución lingüística de la señora Aido) que regalan sus selectos servicios a tan eximia causa. Si el escenario pedagógico da pié al retortijón (dicho en tono jocoso), el marco soberanista ahuyenta la realidad, probablemente la cordura, para originar un venero de ensueños caóticos; tal vez una explosión de quimera, de arcadia utópica; a lo sumo, o no tanto, una neurosis colectiva pergeñada en treinta años de competencia educativa. Al final, ambas novedades conllevan el mismo punto de partida.

Releyendo aportaciones y currículos, observo que la lista prima (por el número de integrantes) está copada por letrados y economistas que dan cabida a empresarios, filólogos y algún experto en ética y liderazgo, términos hoy gaseosos. Leo con extrañeza que a uno de ellos le gusta la fiesta nacional. Es el verso suelto o la rúbrica oscilante -quién sabe- de tolerancia a toro pasado, nunca mejor dicho. Resulta, además, un asidero por si necesitaran legitimar cualquier opción. Exhiben todos un rasgo común, armónico con el perfil deseado: son independentistas. Atesoran, no obstante, otros atributos menos atractivos, en principio, aunque rocen la excelencia intelectiva y profesional. Alguno, al parecer, vislumbra una indeterminada amenaza en el ejército. Hace bien, pues la respuesta del general Batet en mil novecientos treinta y cuatro, adiestra al gato escaldado a huir del agua fría.

Prejuzgo que ninguno de los trece suspendería la tan traída y llevada prueba de la Oposición madrileña por dos razones. Primera, porque ninguno bebió el potingue de la escuela comprensiva y segunda porque el compendio cultural carece de enjundia para vencer a tan ilustres mentores, miembros de ese consejo parejo al de ancianos indio. Asimismo, no me cabe duda que su trabajo, las conclusiones que se plasmen en el documento-proyecto, merecerán (ante ese tribunal constituido por muchos catalanes y el resto de españoles) no sólo un suspenso sin paliativos, sino una repulsa total cuando no un desafecto definitivo proveniente del hartazgo pecuniario.

España, a lo que se ve, lamenta el bajo nivel cultural de quienes pretenden impartir enseñanza, por tanto el de toda la colectividad. Le produce, al compás, cierto regocijo porque no hay peor censor que el necio. A la vera, le preocupa y enerva la deriva soberanista de Cataluña, vestigio efectivo de la ceguera histórica de nuestros gobernantes, execrable si se atrincheran en cicaterías tribales. España, en esta ocasión, pierde la sonrisa pero aprieta la cartera con la mano, por si acaso.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.