Ciencia

Las dietas no funcionan

Llevamos décadas empleando fórmulas infructuosas para bajar de peso: las dietas.

Para que una forma de alimentación encaminada a la pérdida de peso, funcione, se tienen que dar estas circunstancias: que sea saludable para el usuario, que se produzca una pérdida de peso paulatina y que se mantenga el peso saludable en el tiempo.

Las comidas principales de la dieta mediterránea no pueden prescindir de tres elementos: cereales, verduras y frutas y productos lácteos. Imagen: SINC.

Las comidas principales de la dieta mediterránea no pueden prescindir de tres elementos: cereales, verduras y frutas y productos lácteos. Imagen: SINC.

El problema si hay pérdida de peso, es que se vuelve a recuperar con el tiempo, incluso un buen porcentaje de más (efecto rebote). Otro problema es que muchos dietistas indican pautas insalubres, como suprimir un grupo entero de alimentos (por ejemplo, los cereales), cuando cualquier profesional serio sabe perfectamente que una alimentación saludable debe incluir todos y cada uno de los grupos (hortalizas, frutas, cereales y legumbres, carnes, aves, huevos, pescados y productos del mar, leche y lácteos, grasas y aceites). Además, entre unos especialistas y otros hay una disparidad de criterios irreconciliable, lo que puede ser indicativo de dos cuestiones: primero, ¿andamos en pañales en el campo de la nutrición y la dietética?; segundo, si son ciencias suficientemente desarrolladas, ¿somos incapaces de dar con fórmulas efectivas que ayuden a que las personas estén más sanas cuando de alimentación se trata?

Los datos no mienten, ya que en más del 90% de los casos de prescripciones dietéticas para perder peso, sean de la índole que sean, no se obtienen los resultados deseados o estos son contrarios a lo que se pretendía. Los que consiguen adelgazar y mantenerse con el tiempo, son excepciones que confirman la regla. Y eso quitando a las personas que padecen trastornos alimentarios por dar una imagen que creen necesaria debido a exigencias del entorno y que, con tal de adelgazar o no engordar, llegan al extremo de prácticas delirantes, como lo sería el caso de las modelos que ingieren pañuelos de papel para no sentir hambre y no verse empujadas a comer, según las afirmaciones de Kirstie Clements (ex directora de Vogue Australia) en su nueva obra a la que ha denominado “El factor Vogue”. Estos métodos para perder y/o mantener el peso no entran dentro de lo que se considera “técnicas saludables”, obviamente. De hecho, es preferible tener sobrepeso y llevar una vida normalmente activa, practicando alguna actividad física regular y comer de manera equilibrada, que llegar a esos extremos por una mera cuestión de imagen (imagen distorsionada, dicho sea de paso).

En una persona sana, las dietas no sirven por diferentes motivos. En primer lugar, tenemos las tan extendidas prohibiciones, que son contraproducentes, ya que nadie en su sano juicio puede someterse durante mucho tiempo a una dictadura alimentaria (prohibido chocolate, prohibido pan, prohibido pasta, etcétera). Por otro lado, se exigen cambios de hábitos radicales, no sólo en la alimentación, sino en la forma de vida (actividad física intensa repentina, sin seguir una progresión razonable adaptada al individuo). También se produce la reclusión del usuario a esa especie de “limbo alimentario” de las dietas, donde se le margina socialmente, ya que durante mucho tiempo, sean meses o años, no podrá acudir a comidas sociales ni ingerir lo mismo que las personas con las que convive. Suele ocurrir que la persona que practica una dieta es sometida, por los factores anteriores y muchos otros, a un estrés innecesario y antinatural. Otra indicación que no alcanzo a comprender es que no se permita comer según el apetito del momento, es decir, si la persona no tiene hambre, deberá comer obligatoriamente lo que se le impone, pero si no se siente saciada con la restricción de la ingesta, no puede comer de más bajo ningún concepto, ya que violar las normas dietéticas implica romper con el tratamiento y fracasar inmediatamente. Añadimos la circunstancia del cambio en la forma de alimentarse, que implica mayor desembolso económico del habitual (aunque muchos digan que no), porque los cambios en la cesta de la compra se notan en el bolsillo. Además, la riqueza gastronómica brilla por su ausencia cuando nos dicen que comamos “al vapor” o “a la plancha” con salsas “pobres en grasas”. Por último, hay un factor muy temido que ocurre con las dietas hipocalóricas, y es que el peso queda estancado cuando se lleva practicando un tiempo, porque el organismo se ha habituado a la restricción calórica y al suministro regular de nutrientes y energía, ya que la dieta y los horarios no varían y la exactitud circadiana está servida en bandeja para un organismo adaptativo como es el nuestro.

Soy de esas personas que albergan la esperanza de que por fin nos despojemos de todas esas creencias erróneas que tenemos los especialistas. Creo que es hora de empezar a diseñar herramientas inteligentes para que el individuo pueda aplicarlas a su dieta habitual y costumbres cotidianas, sin imposiciones, sin estrés, sin prohibiciones, adaptadas a sus circunstancias personales y gustos y sin que se sienta socialmente marginado ni perpetuamente castigado y recluido en el limbo de los gorditos.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.