Sociopolítica

El problema del votante en democracia: La ilusión de irresponsabilidad

El diario inglés Telegraph lanza una provocativa lista sobre los países más liberales en ciertos temas tabúes como puede ser el uso de las drogas, la prostitución, la homosexualidad y en otras cuestiones más cotidianas como los impuestos o la corrupción política.

Atlas. Midtown Manhattan Foto: Esparta

Atlas. Midtown Manhattan Foto: Esparta

Resulta sorprendente cómo en Portugal la posesión de cualquier droga es legal para consumo propio o que en Alemania esté perfectamente regulada la prostitución, cotizando y pagando impuestos como cualquier otra profesión en sus respectivos establecimientos. Hablando de impuestos, tan bajos como en Andorra o Mónaco; o países tan libres de corrupción como Dinamarca o Nueva Zelanda.

¿Por qué no todos los demás?

El problema del votante en democracia, o el no votante, pongamos el opinólogo de bar, es la falsa ilusión de irresponsabilidad ajena. Pensamos intuitivamente que ciertas cosas han de prohibirse o controlarse mucho pensando que de no hacerse con contundencia, una vasta mayoría de personas se retiraría a una corta vida vicios e inmoralidades... Sin embargo, lo cierto es que esos servicios y productos ya se consumen, si no son legales, será por las mafias. El argumento disuasorio de estar prohibido no es muy sólido cuando todo buen psicólogo sabe que lo prohibido aumenta el deseo. También lo prohibido impide el aprendizaje social, evolutivo, de los individuos. Suele ser recurrente el típico “cuando la gente esté mejor educada entonces hagan lo que quieran”. Solo es una falacia más, simplona, porque no existe educación sin experiencia, propio o ajena, y menos sin responsabilidad sobre las consecuencias a título personal.

Recordemos además que algunas de estas cosas, como la homosexualidad, cosa superada en España, pero también la prostitución, no ejercen daños a terceros. Son voluntarios. Las drogas, efectivamente si pueden producir daños, sin embargo, si debidamente todo el que las use y los provoque sea penalizado con rigor como cualquier delincuente, atemperaría el peligro y ¡oye! ¿por qué he de sufragar sus gastos médicos cuando el daño se lo ha provocado él? Los dentistas no entran en la Seguridad Social; creo que deberían. Igualmente no creo que debieran cubrirse alegremente los daños autoinducidos. Eso si ya, no por su efectos espantapájaros, sino por simple cordura o justicia: ayudemos a quién se lo merece.

El lado de los impuestos o de la corrupción se siembra con el mismo fruto. Se cree que por impuestos más altos se podrán limar las imperfecciones del ser humano con la intervención del estado, siempre sin contar con que el estado está formado por humanos, y además, humanos con poder coercitivo, cosa que el resto no. Se piensa que la corrupción se solucionará por una milagrosa reforma o una renovación política de catarsis colectiva. No, la corrupción se solucionará cuando se rebaje el poder de los seres humanos que conforman el estado y el primer paso hacia ello debe venir de los ciudadanos hartos de sus injerencias en sus vidas, con los impuestos, o bien con las leyes innecesarias o abusos desvergonzados del enchufismo.

Cualquier lector informado advertirá que paso por alto el gigantesco nivel impositivo de Dinamarca (aunque casi igual que España) o que desdeño el daño de los paraísos fiscales. Tiene usted razón en parte, pero debería también informarse mucho más. En los países nórdicos sus economías son mucho más abiertas y controladas que las nuestras lo que reduce ese rancio corporativismo oligárquico de estos lares y sus controles constitucionales son menos laxos. Sobre el segundo de los puntos atrévase a afirmar que en tales países se vive peor o no son sostenibles. Es ahora, cuando soportamos los mayores impuestos de la historia de la humanidad (jamás el estado habría soñado extraer el 50% de las rentas de sus ciudadanos en la historia) cuando vituperamos a aquellos más amables con el bolsillo de sus ciudadanos.

En resumidas cuentas, no somos los seres más responsables del mundo, pero tampoco lo son a quienes encomendamos nuestro cuidado y bienestar -léase políticos-. Tampoco podemos probar nuestra cordura, coherencia, prudencia y depurar nuestra responsabilidad cuando se nos exime de la misma. Son pequeños pasos hacia una sociedad abierta, a la vez, más responsable por definición, que no teme el “a cada cual lo que le corresponde”, ni teme perder el paternalismo tan tierno como engendrador de individuos mimados en su pueril madurez.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.