Sociopolítica

Reflexiones sobre la actual crisis

Tenemos que trabajar por la paz, especialmente cuando  nuestra sociedad se encuentra en una gran crisis de humanidad, donde unos pocos pretenden el monopolio de la riqueza, y una mayoría comienza a sufrir una merma de su bienestar social, viendo cercenados sus derechos. Exponemos seguidamente una serie  de hechos que reflejan esta crisis de valores, para luego intentar efectuar un breve bosquejo de posibles soluciones.

Voluntariado. Manos. ColaborarLa  crisis económica actual, es una crisis humanística de valores, donde la ambición desmedida de unos pocos genera grandes desigualdades sociales. Para todos tiene que haber una tierra fértil que de abundante fruto, y se destierre la miseria que desespera al ser humano. El bienestar del hombre no es solo material sino también es plenitud psíquica, siendo entonces cuando primordialmente y en uso de su libertad,  puede buscarse una  respuesta seria a sus  interrogantes existenciales, siendo las religiones las que intentan ofrecer a este respecto una oferta  trascendente. Pero si las religiones  se ofrecen únicamente como una compensación subsidiaria a situaciones de infelicidad, el individuo carece de libertad para aceptarlas aunque se las impongan, y pueden convertirse entonces en “opio para el pueblo” o en falsas alternativas que en determinadas culturas lleven incluso al terrorismo.

Me he preguntado muchas veces: ¿Por qué el ser humano intenta justificar las muertes, máxime en guerras o en nacionalismos,  pretendiendo que el fin justifique los medios? Nadie pude matar a un ser humano por ideales. Solo desde el amor se puede ser libre y renunciar a la violencia. Si se engendra odio, entonces no nos encontramos tampoco ante el verdadero Dios, sino ante un engendro producido por la perversión del hombre, aunque se revista de etiquetas que pretendan ser sublimes. A esta crisis humanista no escapa ningún país o nación. Se ha llegado a un relativismo moral escandaloso.

Se asiste a una crisis de valores, a un vaciamiento de las conciencias solidarias, a un implante puro y duro de la cultura de la muerte, donde los valores fundamentales de la persona, entre ellos la vida humana queda reducido a moneda de compra-venta. Bajo postulados de progresismo, se justifica hasta la muerte de  inocentes como son los seres no nacidos, queriéndose imponer a toda costa también la aplicación de leyes eutanásicas. Toda la vida humana ya sea desde sus comienzos hasta su final es relativizada. El Estado disfrazado de “garante” de derecho de la persona se erige como un nuevo Dios que puede autorizar quien debe de nacer y quien y cuando debe de morir. Todo ello ha creado un caldo de cultivo propicio a esta crisis.

Hoy día con más de cinco millones de parados en nuestro país por esta crisis globalizada, donde son especialmente los jóvenes y los emigrantes las víctimas especiales, resultan estos hechos un flagrante escándalo social. La economía ha olvidado su función de servicio a las personas, cooperando a crear una nueva esfera social injusta donde se somete la política a la dictadura de los mercados, propiciando medidas que no favorecen a los más necesitados sino a los que más tienen. Un predominio neoliberal extremo está logrando imponer su cultura, su moral y su fe, dando lugar a una civilización del capital y la riqueza, donde se postula que la felicidad consiste en la acumulación privada de la mayor riqueza material  como base de una seguridad individual y de un consumismo creciente. Las multinacionales organizan campañas internacionales de sensibilización de la opinión pública para tratar de que adquiramos medios de consumo sin valorar adecuadamente si éstos van a ofrecernos una auténtica calidad de vida. De esta forma nos vamos abotargando, insensibilizando, donde no existe ya una moral objetiva sino funcional.  Todo vale y queda reducido a materia de consumo, incluso lo sagrado, dentro de este relativismo imperante. ¡Todo el mundo tiene su precio! en esta moral. Pasamos de lo fundamental a lo accesorio, a una moral funcional de conveniencia. Los  trabajadores son reducidos a pura “mercancía”, hecho que constituye un ataque a la dignidad de las personas. Ahí se encuentran las raíces del drama social, del paro que estamos padeciendo; agravados además estos hechos por políticas que no consideran a los ciudadanos más que como objeto de recaudación de impuestos, laminando los servicios esenciales y los sistemas de protección social. Estas desigualdades sociales que se están haciendo más evidentes tras la crisis expresan sin duda el abuso de los mercados, de un capitalismo salvaje que se ha independizado de su servicio a la comunidad. Se ha hecho insolidario y ha olvidado que el capital tiene una finalidad social. Es el desplome de un modelo de cooperación social entre el capital y la sociedad. En España esta crisis ha adquirido tintes dramáticos, el desempleo supera el 23%  y el paro juvenil el 50%. El estallido de la burbuja inmobiliaria, consecuencia de un urbanismo excesivo junto con una insuficiente planificación y falta de control de la especulación del suelo han sido algunas de sus causas, junto con la descapitalización de los bancos. Recursos que tenían que haber ido a potenciar pequeñas y medianas empresas fueron desviados a la construcción. Todo ello agravó  la crisis financiera general. La cultura del enriquecimiento fácil y rápido  ha sido expresión del desorden moral existente, que ha permitido elevadas comisiones de intermediación en las operaciones económicas. Así mismo estos lobbies han contado con la complicidad de la clase política. Se ha sumado también a ello, el fraude fiscal y el endeudamiento acelerado de una sociedad, que ha vivido por encima de sus posibilidades. Es totalmente inmoral pedir sacrificios a los ciudadanos, que repercuten siempre en las capas más débiles sociales, y en áreas además intocables como son las de la Sanidad y Educación, mientras que los políticos no actúen sobre la maquinaria burocrática estatal y de las autonomías que está aplastando nuestra economía.

En el mundo de la sanidad, es innegable que si las familias dejaran de atender a sus enfermos, y dejaran esta labor a la acción social de los gobiernos, la tarea sería inasumible y desbordaría la capacidad de los Estados para esta labor. Y ello hablando de la enfermedad, pero esta afirmación, puede ser también trasladada a la propia vida diaria. ¿Qué ocurriría si muchos  padres no siguieran ayudando ahora a sus hijos en paro, a sus nietos, y no solo de forma material sino emocional?  El colchón que supone estas ayudas, no podría ser asumido por la sociedad y se originaría un clima de alarma social muy peligroso.

Las soluciones no son fáciles y competen a los responsables de la vida pública y a los expertos, pero sin soslayar los principios éticos que deben orientar tanto las decisiones y programas como la conducta de los sectores sociales.

Cualesquiera que sean las medidas, la solución pasa por un cambio en la mentalidad que haga de la dignidad de la persona humana criterio de la ordenación del trabajo. Para ello es preciso no silenciar la afirmación de Dios como fundamento del orden moral. Todos han de hacer lo posible para que las consecuencias más graves de la crisis no caigan sobre los que menos recursos tienen. Sigue siendo válida la afirmación que apuntábamos antes del “colchón”  contra la exclusión y la marginación, que suponen las familias en nuestra sociedad, referente ahora a la acción social que ejerce en nuestro país la Iglesia Católica con los más desfavorecidos, así como la propia labor que ejerce Cáritas.

El propio Papa Emérito Benedicto XVI, a estos respectos, ha llegado a decir: “La falta de trabajo y la precariedad del mismo atentan contra la dignidad del hombre, creando no solo situaciones de injusticia y de pobreza, que frecuentemente degeneran en desesperación, criminalidad y violencia, sino también en crisis de identidad en las personas”.

Como reacción a esta economía insolidaria que ataca a nuestro país y al de otros, ha surgido con fuerza en el corazón de la vieja Europa un nuevo modelo económico llamado: “La Economía del Bien Común”. Para muchos este modelo enterrará en pocos años a este capitalismo depredador del planeta y de la dignidad humana. Esta nueva economía  nace como respuesta a la actual crisis y se practica ya por más de quinientas cooperativas y empresas de trece países, especialmente de Alemania y Austria. La Economía del Bien Común es una hermosa luz al final de un negro túnel. Los profesionales  requieren no solo el salario económico sino el emocional, el ver que son bien tratados por la sociedad, y el experimentar que son verdaderamente útiles a ésta.

Como dice el nuevo Papa Francisco, “cuando la sonrisa mana detrás de las lágrimas el Cielo se abre”, por ello hay que abrirse al optimismo en ésta y otras muchas cosas pendientes de abordar con seriedad y al mismo tiempo  con comprensión, solidaridad y ternura.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.