Sociopolítica

El Capitalismo ya no tiene enemigos

El Capitalismo ya no tiene fantasma que le asuste. No tiene negación. O mejor, ha devorado a sus enemigos integrándolos en su modelo de explotación o en sus aparatos del Estado. Tanto a la izquierda como a la derecha. El proceso dialéctico hegeliano, paradójicamente, se ha invertido. La antítesis, como negación del Capitalismo, se ha transformado en síntesis: el triunfo total del Capitalismo. La Historia debería, según Marx, haber progresado en sentido contrario a este triunfo. Sin embargo la dialéctica parece haber llegado al fin de la Historia. Ya todos vivimos bajo el reinado absoluto del Capitalismo. ¿Durante cuantos milenios? En milenios calculó Hitler la poderosa sombra que emanaría de su Poder.

Dueño el Capital de todos los gobiernos, ya ni si quiera representa los intereses de clase de las clases que votan a los partidos políticos. Sometidas las clases a una ilusión de coexistencia pacífica democrática con sus contrarios, enemigos antagónicos, según la dialéctica, los partidos que las representan se han identificado con la oligarquía financiera. Que es la que gobierna.

Gobierna bajo la amenaza de evadir sus capitales a otros países; de no invertir; de deslocalizar las industrias que controla; de desertizar los Estados con bienestar social hasta igualarlos con los que ya son, inviertan o no, un desierto. Desiertos humanos, allí donde éstos han sido reducidos a la condición de zombis.

Sin enemigos, el capitalismo retoma su identidad original: el liberalismo económico o darwinismo social. De vuelta a las cavernas. A aquellos tiempos en los que los niños con cinco años trabajaban entre las máquinas de la industria textil o bajaban a las minas cubiertos de harapos. Aún no existían ni el anarquismo ni el marxismo. Por eso vivían en la miseria, sólo consolados o por el opio o por la religión. La religión aún sale más barata que el opio pero tiene el mismo efecto. Nos priva de conciencia y nos convierte en súbditos obedientes del Poder.

El nazismo y los fascismos, cuando fracasó la religión como opio, fueron los instrumentos utilizados para derrotar a los niños de cinco años que habían tomado conciencia de su situación, ya mayores, y pretendieron destruir el capitalismo. Pero fracasaron ante el empuje de otros capitalistas amenazados y del proletariado.

El Estado de bienestar, impuesto por la amenaza revolucionaria al finalizar la Segunda Guerra mundial, debería cumplir la misma función: contener la revolución en un sistema de coexistencia de clases, la democracia; pero tuvo como consecuencia que el Capital tuvo que reducir su codicia. Y tuvo que sentar en sus parlamentos, en sus empresas y en sus gobiernos a representantes del proletariado y de todas las clases sociales. Y tuvo que hacer concesiones económicas, políticas y morales que amenazaban su propia existencia, de seguir desarrollándose. El Capital y su conciencia, la Iglesia, una vez más, se sentía desbordados por el empuje del progreso y las libertades. Pero no podían hacer nada, porque, entonces, la revolución no era un fantasma, era una posibilidad real en cada huelga, en cada movilización de masas, en cada editorial de un periódico de izquierdas.

La Guerra Fría garantizó el escenario necesario para que el Capital estuviera a la defensiva, simulando, a veces, su compromiso con los derechos individuales y con el bienestar social. Pero este necesario escenario para impulsar la revolución ha desaparecido. El derrumbe del muro de Berlín es como si hubiera sido la puerta de salida por la que el Capitalismo volvería a ser triunfante. Ya no existen ni la URSS ni China. Han sido transformadas en paraísos del capital.

Desde ese momento, el Estado de bienestar era incompatible con la codicia del capital y con el dominio moral de su conciencia, la religión. Por eso, ahora, están dedicados, arrogantes, prepotentes, indiferentes a la situación de los ciudadanos y de los pueblos, a desmantelar todas las conquistas del bienestar. Esto no es una broma. La enseñanza, la sanidad, las pensiones, las condiciones de trabajo, los derechos individuales…todo está siendo privatizado. Para beneficio del Capital. No existe otra finalidad que la de apoderarse de todo. Llegará el momento en el que la riqueza estará tan concentrada que la miseria será un estado general. En el que ya no existirán derechos individuales. Porque, de nuevo, el Capital y Dios, aliados siempre, impondrán sus condiciones. ¿Hasta cuándo?

Y sin embargo, estamos ante una gran paradoja, porque el Capitalismo es tan frágil como una copa de vino. Sería suficiente que una parte numerosa de los países europeos acordaran, simultáneamente, quebrar para que se desplomara. Sólo depende de la voluntad de los gobiernos. Tan sencillo como eso.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.