Karma

Delirios

¿Está todo escrito? ¿Es darle vueltas a lo mismo una y otra vez, o tan solo mis palabras son el resultado y la consecuencia de una mente mediocre que en algún momento de su crecimiento se quedó estancada?

¿Se me escapa algo en mi día a día? ¿Caen las hojas en Otoño, planean mecidas por la suave nana del susurro del viento sin un rumbo fijo y sin ningún firme terreno que ponga fin a su vuelo? No lo sé, nadie lo sabe.

El blues sale, brota, mis venas se abren y aquello que soy, aquello que huelo, aquello que me empapa por dentro se derrama por las baldosas, se filtra hasta el corazón de la Tierra, venciendo el férreo asfalto y convirtiéndome en nada.

La más profunda locura me invade y soy consciente de mi neurosis, pero no hago nada por remediarlo.

Cuando hago lo que hago buscando conseguir algún fin, jamás llego a donde pretendo. Solo hallo en mi camino cruces, pérdida, rocas.

La vida pasa rápido ante mí y parece que no tengo ningún control del tiempo ni de ella misma. Los días se repiten y ajeno a ellos divago por los rincones de mi mente, dejo que me domime siendo consciente de que me llevará hasta terrenos de dolor. Pero no me importa. Cuando no hago nada aparte de caminar por el mundo sin otro propósito que dar el siguiente paso es cuando verdaderamente el reloj se detiene, las horas se hacen eternas y las ciudades pequeñas, las calles se agrandan y cada uno de los soportales esconde una vida, un universo en pequeño. Y no es precísamente cuando estoy en este estado que pienso, sino que por el contrario me dedico a contemplar, a observar los matices que componen todo cuanto me rodea, a sentir aquello que esos matices me hacen vivir. Y las palabras dejan de tener sentido, y aquello que pienso carece de importancia, pues un gran universo se presenta ante mí, en un árbol, en una calle, en una sonrisa, en una mirada, en un café, en una mañana, en una paloma, en un aroma, en un pitido de un coche al que otro se le ha cruzado. Y entonces no pienso, ¿está todo escrito? Porque quizás no haya nada que escribir. Pero ese momento pasa, y mi mente vuelve todavía más ávida de conocimiento, de buscar una explicación para todo, algo que la tranquilice, que la saque de ese absoluto miedo en que vive, que de un poco de tranquilidad, de sosiego, a su permanente caminar hacia ningún sitio.

La temida Muerte

Foto: vitelone

La idea de la muerte ronda cada día mi cabeza, la muerte que sin duda un día llegará, y que condiciona mi vida, pero, ¿condiciona mi vida mi propia vida? Todo terminará algún día, más tarde o más pronto es lo de menos, tan solo acumularemos unas pocas más de experiencias. El mundo seguirá igual, nosotros seguiremos igual, todo seguirá igual. ¿No son nuestros aires de grandeza los que nos conducen hacia el sentimiento de querer buscar un sentido a nuestra vida, hacia la idea de querer dejar huella en esta tierra, de querer ser algo, de ansiar ser alguien, de labrarnos un destino, de mejorar? ¿Para qué? La muerte está ahí, presente, en cada esquina vela por nuestra seguridad para asegurarse ser ella y no otra quien marque nuestro final. ¿Y si la muerte es sencíllamente el final? ¿Y si no hay nada tras ese momento? ¿Acaso importa? ¿Por qué tanta preocupación, por qué basarlo todo en un ínfimo instante, en un momento que pasará y que tras el cual, de momento, no sabemos que haya nada? ¿Por qué? ¿Por qué? Todo en la vida son preguntas, cuyas respuestas no son en el fondo otra cosa que preguntas nuevas. ¿Acaso es el precio de nuestra libertad el querer irremediablemente encontrar un sentido a nuestras vidas, dibujar nuestro propio camino basándonos en aquello que sencillamente nos haga sentir bien? No busquemos ningún sentido, ningún tipo de trascendencia, no busquemos ser buenos, ni malos, ni correctos ni incorrectos. ¿Por qué? ¿Para qué? La muerte, el condenado miedo a no tener la certeza de qué pasará, la condenada preocupación que provoca el no saber nada, absolútamente nada.

Somos libres, pero, ¿cómo ejercemos esa libertad? Y, ¿somos libres para qué? Ahí está. ¿Somos libres para qué? Libre albedrío, parece que nos aporta más quebraderos de cabeza que otra cosa, pero al tiempo, cuando tomamos una decisión, sentimos algo que otros seres, no racionales y que no eligen, no sienten, o al menos eso creemos.

Pero, vayamos más lejos, vayamos hacia lugares en los que nadie haya estado todavía, lugares en los que tan solo nosotros podamos vivir. El tiempo, a medida que vamos creciendo, va tomando un significado diferente. Cuando somos niños no vivimos igual que cuando las obligaciones de adultos nos atenazan, nos subyugan y obligan a pasar por el aro la mayoría de las veces si queremos llegar a fin de mes, pagar la hipoteca, y en definitiva, poder permitirnos el tipo de vida que se supone hemos de llevar. A la mierda con todo eso. Estamos tan desvalidos, somos tan pobrecitos, que si no tenemos a alguien que guíe nuestras vidas no somos capaces de vivier con sentido. Pero, ¿es ésto cierto en el mundo actual, en la sociedad en la que vivimos, acaso no impera hoy una falta terrible de valores y de guías, llamémosla como queramos? Por supuesto que no, hoy en día adoramos a miles de deidades, pero condensadas todas en una. En el dinero. Adoramos al Dios Dinero, y es él quien rige nuestras vidas. Bien, dejémoslo claro, deliremos sin es preciso, pues tan solo en el delirio se encuentra la respuesta en numerosas ocasiones.

Dejemos a un lado convencionalismos, dejemos de razonar tal cual nos enseñaron, dejemos de repetir una y otra vez el mensaje que nos transmitieron unos pocos en su día. Pero, ¿no nos damos cuenta de que estamos dando vueltas sobre el tocadiscos cual vinilo que se repite? ¿En qué hemos cambiado? ¿Vivimos hoy con menos preocupaciones que ayer? ¿Han sido respondidas las preguntas? ¿Hemos hallado respuestas? De acuerdo, conocemos un poquito mejor el mundo de ahí fuera, y la ciencia está desentrañando los misterios químicos de piel hacia dentro, pero, aparte de eso, ¿qué? La muerte nos acecha, tras cada esquina se esconde y vela porque lleguemos a su encuentro sanos y salvos, ella y tan solo ella quiere tener el privilegio de llevarnos hacia el lugar que tan solo ella conoce. Unos dicen que el paraíso, otros que la reencarnación, ¿qué más da?

Es tal, como digo, nuestro desamparo, que andamos como niños pequeños intentando encontrar unos brazos que nos sostengan. Eso nos da tranquilidad. Como barcos sin rumbo navegamos por el mar de la humanidad, y en cada puerto atracamos a ver si lo que nos venden nos convence. A veces encontramos algo que nos satisface durante un tiempo, otras veces no encontramos nada y elevamos de nuevo el ancla, pero, ¿y si no encuentras en ningún puerto nada que haga merecer la pena el no seguir navegando? Y, ¿por qué ha de ser ésto así? ¿Por qué cojones hemos de aceptar cuanto nos dicen o nos han dicho? Aquello que mama de otra cosa, tiene siempre una misma base. ¿Por qué no elevar el ancla sin miedo a no parar más que cuando sea extríctamente necesario, cuando las provisiones se agoten? Quizás la única respuesta pueda venir de dentro.

caminando en el crespúsculoEn un mundo en el que tenemos cuanto necesitamos, y mucho más, en un mundo que nos vende constantes entretenimientos con los que poder ocupar nuestro tiempo, parece que no hay nada más. Parece que somos dependientes de todo, y parece que es la muerte la que guía a aquellos desalmados que caminan sin rumbo por el mundo, pero, ¿qué sabrán los que se adhieren? No me sigas, que no te seguiré. Ve por tu camino que yo iré por el mío. Te saludaré si me cruzo contigo, y si puedo te ayudaré, porque me sale de los cojones, y no por el imperativo categórico de una deidad, o de quien intente razonármelo. Soy agradable contigo porque quiero serlo, porque quizás hasta me beneficie serlo. Pero como digo, camina por tu sitio si eres capaz.

Ahora lo veo. Valiente es aquel que eleva el ancla sin miedo a no encontrar un puerto en el que descansar.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.