Sociopolítica

Árboles caídos y terrible aniversario

Dignatarios poderosos, otrora corresponsables de la horrenda situación actual, hoy son árboles caídos:  indignos -aunque ricos- despojos sociales que pasean su ineptitud, probablemente su desenfreno, bajo el menosprecio unánime. No persigo hacer leña de semejantes individuos; va contra mis principios y filosofía de vida. Sin embargo, me cuesta soportar actitudes que suponen, en el fondo, grandes dosis de burla a la sociedad. Aventureros malignos, ladrones de guante blanco, estafadores insensibles, delincuentes en suma, vienen ahora (expulsados del Edén, exhibiendo su verdadero rostro) a mortificarnos con dichos y hechos insólitos, enojosos, amorales. Soportamos antaño su negra ejecutoria para ahora, libres de ellos, admitir las provocadoras declaraciones de tan nefastos rectores. Constituyen la prueba irrefutable de que bondad y maldad, según quién, cómo y cuándo, conforman un escenario duradero, sempiterno. Tal es la hacienda humana, por lo visto. ¡Qué penitencia!

Pese a panegiristas de turbio venero, de vagos apoyos argumentales, Rodríguez Zapatero pasará a la Historia, siendo caritativo en mi estimación, como un presidente ilusorio, catastrófico, penoso; el peor (se apunta con poquedad) de la Transición. Casi nadie niega ya que su gestión ha  deprimido a España para decenios. Voluntariamente abandono el regodeo de enmarcar al político -nunca a la persona- porque, con rectitud, debiera resaltar defectos cuya definición reprime expresar mi estilo. Merece un chorreo de epítetos sin que ninguno transgrediera su demérito. Sería la justa expiación por el inconmensurable daño promovido. El futuro irá poco a poco tasando los efectos de tanta necedad. Afirmo, asimismo, la corresponsabilidad de un pueblo iletrado y dogmático. No obstante, llevamos unos días en que de nuevo la quimera hace regates a un estadista de pacotilla. Vanidoso, se permite formular ahora consejos sobre política nacional e internacional. No es consciente de su ridícula insignificancia. Azar, ventura y ambición, mezclados con el atraso de un pueblo, no garantizan crédito ni excelencia. Comprobado: la ignorancia es muy atrevida.

Además de políticos escasos de juicio o mesiánicos, hubo -y aún queda- una caterva de indigentes morales cuyos currículos, carentes de sustancia, lucían el altivo cartel de ser amigos del poder. Se equipararon a los próceres en ineptitud, prepotencia y resultados. Así y todo, detentaron puestos directivos. Solos o acompañados de cómplices tan “ilustres” como ellos, participaron de manera vertebral en el desmoronamiento de este país; ideal para perpetrar sus fechorías. Prevalece una genuina bandada, banda, de pájaros (según el diccionario, persona astuta o de malas intenciones). Perdonen el juego de palabras, pero la riqueza del idioma español, tan perseguido a veces, me lo pone en bandeja. Blesa, Serra y otros centenares de “presuntos”, dejaron sin ahorros a miles de jubilados que confiaron en quienes no debieron hacerlo. Alguno, altanero, petulante, sin visos de pedir disculpas, se dejó decir con destemplanza que “los jubilados no eran ignorantes financieros”. Vergonzoso.

Nos acercamos al décimo aniversario del más infame y trágico acto terrorista ocurrido en Europa. Casi doscientos españoles, inocentes, murieron no se sabe a manos de quién ni para qué. Eso sí, cambió el gobierno y el rumbo de la Historia patria sin que ello implique taxativamente relación causa-efecto, pero…. Existe una sentencia, una verdad oficial que diverge de copiosos indicios y evidencias. La mayoría opinamos, no sin lógica, que se nos oculta algo grave, vital para mantener la paz interior y exterior. Extraña tanta inapetencia general por divulgar la verdad. Tesis sustanciales -adelantadas a su época, aparentemente absurdas- sufrieron el ingrato calificativo de delirantes cuando no persecución o la hoguera. Lo padecieron Galileo, Miguel Servet y nuestro contemporáneo Julio Verne.

Cada ciudadano (desde hace tiempo contribuyente) elaboró su propia hipótesis. El sentido común me lleva a afirmar que ninguna se aproxima a la versión judicial, tan ficticia como cualquier otra pese a los esfuerzos de políticos y comunicadores por asentar lo contrario. No voy a rememorar circunstancias y elementos de fricción -en parte reconocidos a posteriori por diversos protagonistas del proceso jurídico- que forman parte del recuerdo imborrable. También yo, invocando las “quimeras” de Julio Verne, forjé mi explicación angustiosa, terrorífica, comprometida, funesta. Renuncio a materializarla pero mediten estos interrogantes y otros que omito por prudencia. ¿Tuvo respuesta marroquí la acción de Perejil? ¿Levantaba sospechas en varios países y quebraba el statu quo de la UE la política anglo-americana de Aznar? ¿Tendrían los islamistas objetivos más definidos que España, incluyendo diversas naciones europeas, por la Guerra de Irak? ¿Cui prodest?

Políticos, sindicalistas, financieros y pueblo llano prorrateamos el ocaso nacional. La diferencia estriba en que nosotros somos mártires; sufragamos sus derroches, su trinque o ambas cosas. Algunos desaparecieron de la escena pero, insisto, mi propósito no es hacer leña ahora. Demandaría un imposible: que devuelvan lo sustraído. Entre tanto, a nadie interesa aclarar qué sucedió aquel once de marzo de dos mil cuatro. Quizás evitemos así padecer más vilipendio, indignidad y muerte. Somos cautivos del abandono, la falta de principios, el cisma. Predomina la ley de la selva.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.