Sociopolítica

Ser diferentes

Nota número 1.

Cualquiera puede llevar a cabo la osada tarea de intentar desvincularse del resto. Pero, ¿a dónde nos conduce semejante hazaña?

¿Realmente es eso un objetivo a cumplir, un paradisíaco final para el glorioso camino que nos hemos marcado? ¿Realmente diferenciarse por diferenciarse? Esto me suena a cuento chino, a contra cultura barata. A ser diferente por el hecho de ser diferente, por intentar diferenciarme del resto, por no ser uno más de la masa, por salirme de los tópicos, de los clichés… ¿realmente conduce a algún sitio? Tan solo a la lucha constante con los convencionalismos, a la intranquilidad, a querer ser otro, a buscar ser lo que no somos, o mejor dicho, a intentar ser lo que nadie sea.

Bueno, bien visto, seguro que tendremos nuestros propios ídolos, pero obviamente, no serán los ídolos de la masa. Las quinceañeras se identifican con David Bisbal. Si quiero ser único, diferente, cool, debo ser fan incondicional de Bob Dylan. Debo seguir a alguno de esos artistas a los que no sigue casi nadie. He de hacer ese esfuerzo, quizás más allá de si realmente me gusta o no me gusta.

Pasamos la vida intentando diferenciarnos del resto, gastando infinidad de tiempo, recursos, dinero, tranquilidad, en vestirnos de cierta manera, en acogernos a determinadas formas de pensar, a comer en determinados lugares, a beber buenos vinos al menos una vez a la semana, a ir a sitios alternativos a los que no va la mayoría… ¿realmente vamos hacia algún lugar yendo hacia donde vamos? Tan solo hacia lo mismo. Más y más distinción, más y más lucha, cada vez más despiadada, por intentar no ser catalogados dentro de un grupo.

La movida madrileña tuvo mucho de esto. Entonces era relativamente sencillo marcar tendencias, porque el régimen en el que se había vivido anteriormente había sido bastante homogeneizador. Bastaba con pintarse el pelo de colores chillones, ponerse ropas rasgadas y ser mal hablado. Por ejemplo.

Hoy en día todo eso es más complicado. Nos vistamos como nos vistamos, ya no resulta extraño. Basta darse un paseo por el centro de una gran ciudad, como Barcelona o Madrid, por ejemplo, para darse cuenta de la heterogeneidad que puebla sus calles, sus tiendas, sus escaparates, sus bares, sus coches, sus locales, sus gentes. ¿Cómo conseguiremos ser diferentes hoy, ya que no es bastante que con una vida baste? Pues poniendo el listón más y más alto. Los hay que mueren por conseguir la inmortalidad. Los hay que viven como vagabundos auto atribuyéndose la etiqueta de revolucionarios antisistema, otros que se niegan a comer cualquier tipo de alimento procesado o que haya tenido mínimamente algún contacto con un animal, que se dicen viajeros del mundo, trotamundos, que van de allá para acá por el simple hecho de contarlo en una reunión de amigos. Todo por aparentar. Todo por vanidad.

El día en que el sello de distinción se convirtió en lo único importante, ese día comenzó la carrera. ¡Pero es tan lejano ese día! Desde el principio de los tiempos, desde que el hombre pudo, no sé cuándo, establecerse y volcarse en la ociosidad, desde el momento en que pudimos hacer otra cosa diferente a recolectar y cazar, en ese momento el hombre, de alguna manera, quiso diferenciarse del resto. Pero, ¿cuándo ocurrió esto.? No tengo ni la más remota idea, confieso mi incultura y que sin duda me falta mucho por aprender, pero eso es lo de menos.

¿Cuáles son los ideales de la sociedad actual? Pues básicamente los que han sido siempre. La supervivencia, y cuando tenemos asegurado el pan, el intentar llegar más alto.

Me hace mucha gracia la posición que toman algunos en cuanto a que creen en lo más hondo de su corazón que el ser humano es deliciosamente bueno por naturaleza.

Parece ser que la vida normal, la de todo mortal, no nos gusta. Parece ser que queremos ser protagonistas de un best-seller, de una novela policíaca, de una gran película holivudiense. Pero, ¿acaso es eso la realidad? Ahí viene el problema, que nos dan gato por liebre y nosotros picamos el anzuelo. Que la vida nos es de color de rosa como intentan hacernos creer en esos bodrios con final feliz, que la vida es nacimiento, enfermedad, muerte. Por supuesto amor, cosas bellas, alegrías, pero que no es oro todo lo que reluce. Que nos vamos a enfrentar a malos momentos, y que quizás de alguno de ellos no salgamos vivos. ¿Por qué negarlo?

Confieso que a día de hoy mi visión del mundo no está demasiado formada.

Nací y desde siempre he tenido cuanto he querido. Incluso teniendo más de lo que he pedido no he estado nunca satisfecho. ¿Qué cojones espero?

Vivo mejor que quiero. Mi día a día transcurre prácticamente sin ningún esfuerzo, mi trabajo es algo llevadero, en el fondo parece como una película que va transcurriendo de la que soy protagonista, pero siendo el único actor consciente de su papel. Parece como si los demás realmente creyesen que son el personaje que están interpretando. Y no hay nada menos real que eso, que creerse el papel que hacemos, que pensar en lo eternos que somos. Todo un cuento. Todo mentira.

No tengo derecho alguno a quejarme, a deprimirme.

Recuerdo mi primera experiencia con la Cruz Roja la semana pasada. He de confesar que lo que encontré por la calle no me sorprendió demasiado, pues sabía a lo que iba. Tan solo un caso me llamó terriblemente la atención.

Un hombre vivía en una chabola rodeado de perros, y en la chabola aledaña vivía la que me dijeron era su mujer. Pero vaya espectáculo esperpéntico. Una mujer incapaz de articular palabra, con una mirada penetrante que se te clavaba en el corazón y con la fuerza del silencio parecía estar pidiéndote ayuda.

Me dijeron que el marido la prostituía. Ese delgaducho hijo de la gran puta cobraba a algún cabrón sin escrúpulos porque se follara a esa mujer defenestrada, demacrada.

Cuando nos fuimos de allí, tan solo había dicho que quería galletas.

Pensamos que quería hablarnos, porque permanecía quieta, pero nos dimos cuenta de que se estaba orinando encima.

Se me olvidaba un detalle. La puerta de la verja que rodeada su chabola estaba cerrada con una cadena y un candado. ¿Voluntario o impuesto?

Hijo de puta.

Y la policía no hace nada. Y los servicios sociales no hacen nada. Se pasan la bola de unos a otros, se pasan el muerto, lo saben. Pero lo toleran.

¿Cómo conseguir erradicar la marginalidad, cómo conseguir ayudar a semejante cantidad de gente?

Parece como si se escondiesen y por cada uno que consigue salir del círculo dos más entran en él.

Tiemblo al pensar cómo estará la situación en otros países menos favorecidos que España.

Pero la experiencia me sirvió de mucho. O al menos eso creí, o eso quise creer, porque al cabo de unos días de nuevo volvía a sentirme desgraciado sin saber por qué, inquieto, sin saber lo que quería hacer con mi vida. ¡Qué injusticia! Unos con tanto, sin valorarlo, y otros con tan poco, intentando valorar cualquier cosa. Aunque quizás tampoco en su día valorasen lo que tuvieron, quién sabe. Pero el caso no es ese. Lo importante es que, sin duda, nos quejamos de vicio en la mayoría de las ocasiones. Y luchamos vertiginosamente por llegar a ser algo que no sabemos lo que es, por el mero hecho de que nos repugna ser como el resto.

Hoy en la comida me comentaban que Sara Carbonero había colgado una foto en su blog haciendo ganchillo en un bar mientras tomaba un café. Me decían que es una moda que ya lleva tiempo siguiéndose en USA, unos seis o siete años. Queridos españoles, prepárense para ver en los bares, no dentro de mucho tiempo, a mujeres y hombres haciendo ganchillo. Y es que somos así. Queremos ir a la moda. Queremos diferenciarnos del resto. Y ahora es el ganchillo, pero dentro de un tiempo, será otra cosa.

Hay modas para rato.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.