Sociopolítica

Una campaña de andar por casa

Ignoro si ustedes tienen el mismo concepto, pero la expresión “de andar por casa” significa apatía, desaseo (personal y moral), propio de personas indolentes, ineptas y torpes. Quizás ladinos zascandiles enemigos de la estética, incluso de la ética. Deben conocer a fondo la materia prima que trabajan. Tras casi cuarenta años, han forjado una sociedad a su imagen y semejanza. El individuo, mantenía Rousseau, es bueno por naturaleza. Los políticos se computan, sin duda, por vías incompatibles con lo humano. Comúnmente se dice que cada pueblo tiene los gobernantes merecidos. No obstante, vislumbro que una comunidad exhibe los atributos que aquellos quieran configurarle; siempre doblegados a su voraz ambición. Es víctima incauta de un miserable estilo. Así han conseguido esta sociedad nuestra que se mueve a la contra, emponzoñada de rencor.

Foto: Daquella manera

La campaña electoral, por suerte en sus postreros coletazos, evidencia un ínfimo nivel. PP y PSOE han debido convenir el acuerdo tácito de insultar cada día al auditorio mediático. Quienes acuden a los mítines aguardan -sin duda- triviales argumentos, aun sospechando que pervertirán su mente. Asimismo, cualquier interviniente sabe qué mensaje quiere escuchar la muchedumbre sometida al dogma. Se inspira el delirio mediante una transacción recíproca, palpándose cierto efectismo histriónico. Aquellos que sufrimos extracto de telediario o sugerencia de tertulia a corazón abierto, somos sacrificados en el ara para enjugar tanta necedad. Asemeja un virus maldito e inevitable.

El carácter ecléctico me impide asistir a mítines. Además, mi inveterado escepticismo y la experiencia acumulada estos años me fuerzan a desestimar todo programa electoral. Tramoyas e incumplimientos bastan para fortalecer el camino elegido. Alguien, seguramente interesado, tachará tal percepción de iconoclasta y excesiva. ¿Acaso el ciudadano (ahora contribuyente) ha de comulgar siempre con ruedas de molino? ¿Desde cuándo las etiquetas reemplazan -o lo intentan- al individuo? ¿Qué sucede con prebostes que distribuyen soflamas mientras arrasan los caudales públicos en nombre del bien general? Un silencio cómplice, si no una aquiescencia inmoral, se adueña de la casta. Entre tanto, esta sociedad inmadura, infecta, dormita –seguramente vela- al cobijo calamitoso de su idiocia.

Cualquier campaña electoral, y espero que coincidan conmigo, muestra la misma obcecación. Unos y otros se resisten a conferirle un mínimo de cordura. Deberían darle un matiz preciso, concreto, según se trate del Parlamento nacional, autonómico o europeo. Pero no; ellos únicamente especulan con el lastre dogmático del elector. Olvidan, a propósito, la minoría censora, informada, que tasan exigua. Esta “inteligencia” (dicho sin encomio) esquiva todo debate político para entonar con el resto. A la sombra de esa inmensidad anodina levanta el político su fortuna ruin, pero escarnece gravemente el sistema.

PP, PSOE e IU, sobre todo, pelean por atribuir etiquetas desmedidas, falsas, al rival de turno. Convierten la campaña en una competición de excesos. Apetecen acicalar sus vitrinas con el trofeo otorgado a la frase inaudita, ocurrente, eficaz, aunque esté huérfana de crédito y oportunidad. Observamos cómo quien más, quien menos, persigue sumergirse en el absurdo si ello le va a propiciar réditos electorales. Sacrifican lógica y estilo para conseguir un escaño. Nada importa el invocado bien común, pues se considera delirio exclusivo de idealistas irredentos.

Estos cavernarios políticos nuestros se afanan por usura personal, amén de cultivar el nepotismo con notoria indecencia. Incluyendo la precampaña, ha faltado escuchar -en las siglas mayoritarias, al menos- una sola propuesta referida a Europa. Machismo contra logros económicos fueron los ingredientes utilizados para acompasar superchería e inconsciencia. Rebasan el ultraje. Proceden como si fuéramos imbéciles y, a lo peor, les sobran motivaciones. A pesar de hallarnos ante un mal general, estoy convencido de que España es diferente; nos llevamos la palma. Los países de nuestro entorno objetarían tanta desfachatez. Autobús y bocadillo conllevan el desprecio a la agudeza. Consiguen una congregación lanar predispuesta a dejarse seducir por hábiles cantamañanas. Cada vez que observo el corte televisivo evoco un teatro de títeres con plena coincidencia entre estos y la platea.

Al ocaso de esta indignidad denominada campaña electoral, espero que el domingo las urnas tengan una cantidad de papeletas proporcional a los méritos desplegados. No ya cual castigo por tan graves culpas, sino convencidos de que sólo así lograremos demoler tan oneroso escenario. Precisamos demostrar que la política debe excluir a aventureros, estafadores e inútiles. Menos puede considerarse un medio de vida para desaprensivos y arribistas. Exijámosles, en esencia, que sirvan únicamente al pueblo soberano. Buena forma de empezar sería realizando una campaña rigurosa, seria, exacta, los próximos comicios autonómicos y municipales. A que no.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.