Sociopolítica

Políticos y charlatanes

En ocasiones, remembranzas y vivencias infantiles me llevan a los años cincuenta del pasado siglo.

Foto: M0006922 The Charlatan Credit: Wellcome Library, London. Wellcome Images images@wellcome.ac.uk http://wellcomeimages.org The Charlatan By: A DelfosPublished:  -  Copyrighted work available under Creative Commons Attribution only licence CC BY 4.0 http://creativecommons.org/licenses/by/4.0/

Foto: Wellcome Library, London. Wellcome Images wellcomeimages.orgThe CharlatanBy: A DelfosPublished: – CC BY 4.0

Corría la época del obscurantismo más atroz que nos deparó la posguerra. A poco, las relaciones bilaterales con Estados Unidos tras el Pacto de Madrid (1953) y el llamado Contubernio de Múnich (1962), fueron suavizando la dictadura pese a generar, el último, medidas drásticas. Todavía veo la plaza de mi pueblo. Configuraba un espacio circular de suelo arcilloso. Polvoriento los días inclementes -ventosos- y embarrado cuando llovía o nevaba; una auténtica adobera. Al frente se alzaba el Ayuntamiento, un edificio con dos plantas. La superior albergaba los servicios municipales y la inferior dos escuelas sin váter abiertas a un zaguán. Eran clases segregadas. El edificio estaba franqueado por dos callejones simétricos que entrañaban sendas servidumbres a viviendas particulares. A la izquierda, en un centrado lateral, se izaba una pequeña construcción que guarecía la báscula municipal. Hoy solo queda un rehabilitado Ayuntamiento, que ocupa el edificio al completo, y una fuente en medio del espacio circular cubierto de azulejo.

Vienen a mi memoria reñidos partidos de pelota, al amparo del frontis corporativo roto por cicateros boquetes con pretensión de ventanales, junto a las tiradas de barrón. Destreza y esfuerzo se conjugaban, básicamente los festivos, para mitigar la miseria material (también moral) que reinaba por doquier. La plaza suponía solaz, entretenimiento y diversión casi todo el año para grandes e incluso chicos. Nosotros jugábamos al futbol en las eras. El balón habitual era una piedra envuelta con borra y trapos atados. Las pedreas entre bandas rivales conformaban la alternativa arriesgada. Cualquier joven lector pudiera plantearse que semejante relato se acomoda a una percepción exagerada. Sin embargo, quienes acumulamos algunos años sabemos que se trata de una realidad, aunque se juzgue difícil de asimilar.

Huérfanos de políticos, en sentido democrático del término, aparecían de vez en cuando unos personajes curiosos, variopintos, divertidos: los charlatanes. Procedentes del cercano levante u oriente, venían -cual Reyes Magos- con sus viejas camionetas cargadas de abalorios y mantas. Su llegada constituía una alegre novedad para todos. Unos se apresuraban para adquirir “gangas” y los menudos para extasiarnos ante el torrente palabrero y estafador. Irradiaban un extraño embeleso; tanto, que les resultaba factible vender, en un rizar el rizo, peines a los calvos. Con total seguridad, la escena debía estar sobrevolada por algún duendecillo travieso, jaranero, que ensamblara astucia e infantilismo.

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Foto: unecologistaenelbierzo.wordpress.com

Jamás, hasta ahora, he vuelto a ver tan sistemáticas y eficaces puerilidades. Tanta verborrea producía un efecto narcótico, sugerente, que incitaba incluso a los más remisos a solicitar, casi desquiciados, el surtido lote en pugna. Lote al que, por el mismo precio, todo buen charlatán no terminaba de añadir objetos de escaso valor y poca utilidad. Por unas pesetas, el timador timado cargaba como un burro diversos efectos bajo la envidia tonta de quien no disponía para aprovechar tal momio. Luego, vueltos a la calma, a la cordura, comprendían el engaño. Qué necios.

Hoy, el pueblo sigue amarrado a parecida miseria. Quizás bata récords en el aspecto moral porque lo agiganta su nivel cultural, soberbia y desenfreno.

La guerra, sus consecuencias, pesaban como una losa en el ánimo. Aquellas personas, llenas de remiendos por fuera, arrastraban un carácter humilde -a lo peor humillado- junto a una curiosidad anodina. Demasiadas presas idóneas para aventureros osados. ¡Cuánto arribista surgió a la sombra de un país en estado de shock! Tras los muertos quedó espacio y futuro solo para “vivos”. Quienes la memoria me impide ponerles cara, eran unos vivales. Aquellas gentes subsistían por algo de fe pero, sobre todo, por esperanza. La paz, aunque fuera tenebrosa, bien valía la pena gozarla. Enmudecer significaba pervivir tranquilo, sin demasiadas turbaciones.

Ahora no hay charlatanes procedentes del levante mediterráneo. Por doquier, abundan los políticos originarios del rincón más apartado.

Se les ve poco en directo. Vienen en coches de alta gama cada cuatro años. Se nutren de televisiones amigas para vender los mismos abalorios que sus predecesores de hace sesenta años.

Son los mismos perros con distintos collares. Se diferencian en que los de antes trabajaban sus trampas, eran buenos en su oficio; los mejores. Estos de ahora -ya digo, llamados políticos- reciben el producto del trabajo realizado por conmilitones y son ineptos; los peores.

La plaza pública, lugar de concentración, de asamblea, es sustituida por esta ventana viciosa, postiza, que aclaman millones de cerebros desnortados e indigentes. Son las ciencias que han adelantado una barbaridad.

Yo, al igual que antes, alucino. Los charlatanes, antaño, conformaban un espectáculo curioso, particular. Se mostraban cercanos, afines. A veces actuaban como auténticos amigos con personas concretas. Eran pueblo. Un poco su vanguardia. Estos de ahora ocupan tribunas y púlpitos audiovisuales marcando distancias. Subscriben créditos, asimismo currículos, de los que nadie sabe su procedencia. Muestran buenas dotes para sacar conejos de una chistera ajada, en ciertos casos, así como una ambición sin límites.

No quiero ni puedo hacer distingos. No ya por filias o fobias sino por imposibilidad metafísica. Ciertos árbitros de la ética, de los tribunales populares, de las sentencias rigurosas, mandan sus propias “puñetas”, su justicia ortodoxa, a hacer puñetas. Acomodan bajo su mano implacable el pelotón que ejecuta conceptos. Pretenden ahuyentar de sí mismos semejantes calificativos. Ya saben, le dijo la sartén al cazo…

Lo peor, lo preocupante, es el aplauso del circo.

Sí, España va mal. Sesenta años después, hemos trocado amables charlatanes por políticos onerosos, farsantes y ladrones.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.