Sociopolítica

Del dicho y del hecho

Los poderes públicos, incluso con testimonios favorables al caso, se ocupan poco de revitalizar nuestro idioma en España.

Ese organismo purificador -llamado a bombo y platillo Instituto Cervantes- parece ocuparse más de nuestro idioma allende la península que en su interior. Las autonomías no solo han puesto de rodillas la economía sino el español. Es curioso, además de paradójico, que los países iberoamericanos sientan un cuidado y aprecio por la lengua que no se advierte entre nosotros. Cada cual es libre de abandonar elementos esenciales de su constitución, pero debe asumir las aciagas consecuencias. Algunos políticos actúan inconscientemente, como si todo valiera, como si el plato de lentejas comportara un peaje mínimo comparado con los réditos que pueden obtenerse por su mediación.

Constato, a través de diferentes reseñas, que en educación -por decisión política o por un falso ingrediente de pragmatismo moderno- se introduce el inglés sin prisas pero sin pausas. Mientras, se acortan los espacios para el propio idioma.

Asimismo, las comunidades bilingües priorizan sus respectivas lenguas locales en detrimento de la nacional.

Recelo de las tesis que sostienen la bondad epistemológica basada en el conocimiento de dos o más idiomas. Saber idiomas facilita la relación humana y amplía probabilidades de lectura, pero no necesariamente es un venero estricto de cultura.

La enseñanza suele computar demasiados “pedagogos” pero pocos maestros.

Aquellos diseñan teorías de laboratorio que suelen fusionar al contacto con la realidad. Estos ensayan cada día recursos y metodología adquiridos de forma empírica.

Sea como fuere, nuestro rico idioma cada vez es más desconocido si no odiado. Semejante coyuntura es aprovechada por prebostes de todo signo para hechizar con palabras esperadas, pero que resultan hueras, al personal.

El verbo decir tiene al menos, seis acepciones afines, paralelas. Una de ellas descubre que dicho significa ocurrencia chistosa y oportuna. Seguramente puede aplicarse con rigor a palabra de político en lugar de voz que enfatiza una sentencia. Al mandatario le complace dejarse oír lo que el auditorio quiere escuchar. Por este motivo luego hay una divergencia notable entre lo prometido y lo que el ciudadano encuentra de resultas. A su manera, el verbo hacer sigue en similitud la variedad semántica de aquel que completa el epígrafe. Producir, causar, componer, ejecutar, hasta suponer, son algunas de las veintiséis acepciones que se enumeran. Juzgara imposible hallar tanta disposición a abrir un debate interminable en el que la exuberancia lingüística quiebre la posibilidad de entendimiento.

El marco descrito permite, en primer lugar, una dialéctica viciada y evasiva, un uso fraudulento del mensaje. Como dice un refrán popular: “A mucho viento poca vela”. Capta a la perfección lo expresado en el segundo párrafo.

Tenemos un idioma rico, casi en exceso, pero no lo conocemos. Ignoramos su uso y nos cuesta interpretarlo fielmente. Me temo que alguien mece la cuna con fines fáciles de deducir. La orfandad racionalista conduce al dogmatismo y este a la desidia por falta de adiestramiento crítico.

Cuando el individuo huye del examen sereno, cuando rechaza discriminar entre palabra y obra, regala su alma al diablo, encarnado de político. Deja de ser Fausto para convertirse en morralla ciudadana.

Aparte ambivalencias, lecturas e interpretaciones, encarnadura común y recurrente de la farsa, los políticos incumplen con vileza sus promesas y programas. Nuestros gobernantes, en acto o en potencia, son verdaderos expertos a la hora del cambiazo. El español olvida que “contra los hechos no caben argumentos”. Sin embargo, muerde una vez y otra las excusas que encubren la traición. Desconozco si la culpa proviene del burdo molde o de un buenismo trasnochado, iluso y contraproducente. Políticos que ocupan y ocuparon el poder merecen el repudio definitivo. Quienes vienen anunciando (subidos a la grupa del señuelo quimérico, irreal) una democracia -en la que no creen- y la exuberancia económica sin lógica ni base firme, debieran ser arrojados al abismo del descrédito, apartados de la consideración social Basta de mercachifles prepotentes, casta casposa que persigue resurgir de pretéritas cenizas liberticidas.

PP Y PSOE -muy a su pesar, también a los esfuerzos por enmascararlos- completan un abultado índice de incumplimientos. Aquel, no ha realizado ninguna promesa electoral aunque Rajoy, junto a fieles e infieles, se desgañite afirmando lo contrario. El PSOE, adscrito al bandazo permanente, utiliza la frondosidad enunciativa del verbo imputar para darse una vuelta por los Cerros de Úbeda en los casos Chaves y Griñán. Iglesias, don Pablo, una vez que ha exonerado a su amigo -presunto financiador intermediario de Podemos– descubre Finlandia como modelo a imitar. No obstante, bebe los vientos por Venezuela y su sistema bolivariano (a lo peor, los bebía). Deben ser regüeldos mentales debidos a la crisis petrolera. Todos estos, y algunos innominados, tienen la fea costumbre de mandar al cadalso a los mensajeros que no sirven a ningún señor.

Sí, el ciudadano español ahora mismo tiene por delante una gran exigencia. Las próximas jornadas electorales marcarán un punto de inflexión en el futuro del país. Es la hora de castigar a quienes durante casi cuarenta años trocaron sueños e ilusiones por miseria y angustia. Pero lo que es necesario y urgente no debe abrigar la tentación de caer en opciones que seducen con cánticos de sirena. Para llegar a buen puerto, cerremos los oídos igual que Ulises. Además de PP, PSOE y Podemos hay otras siglas dignas de análisis y aprecio. A la postre queda, y es mi favorita, la abstención. Como proclama una sentencia: “Sobran las palabras cuando se necesitan hechos”.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.