La profunda inmoralidad de votar a «los menos malos» el 26-J
Esta España nuestra, encanallada, votará posiblemente este domingo, 26-J, a los menos malos.
¿Estamos obligados a votar al PP sin tener remordimientos a pesar de estar siendo cómplices de sus traiciones e incumplimientos? ¿Se puede votar a Vox sin remordimientos pese a que, al entender de algunos, se está facilitando indirectamente la llegada de Pablo Iglesias al Gobierno de España?
¿PP, Ciudadanos, PSOE, Unidos Podemos, VOX…? ¿Por quiénes optar, a quiénes debemos «votar en conciencia»? Además de un dilema político también estamos ante un dilema de orden moral. Y, especialmente algunos católicos se plantean cómo votar sin traicionar a lo que ellos consideran irrenunciable y no tener remordimientos, mala conciencia.
Y más en una situación tan aparentemente complicada como la de este domingo, si tenemos en cuenta que ningún partido político, excepto VOX, opta abiertamente y sin tapujos por la defensa de valores innegociables como la familia o la vida, y que, según algunas encuestas, está dentro de lo posible que acabe alcanzando el poder y gobernando un Frente Popular antiliberal y anticristiano.
Al ser preguntado en fechas recientes el obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, acerca de este asunto durante su programa ‘Sexto Continente’ en Radio María, su respuesta no pudo ser más rotunda, clara, precisa y concisa: «Si se recurre al mal menor ha de ser algo ‘excepcional’. No puede ser la fórmula habitual de presencia en la vida pública de un católico«…»el voto en conciencia tiene que estar por encima del voto útil y que el recurso al mal menor tiene que ser solamente excepcional.»
La pregunta obligada en vísperas de las Elecciones Generales del 26-J es ¿Estamos en estos momentos realmente en un caso de especial excepcionalidad?
Por otro lado, los Obispos de la Archidiócesis de Valencia han afirmado, también sin circunloquios, que el cristiano en estos momentos está obligado a optar por el «bien mayor» por complicada y difícil que pueda parecernos la actual situación en la que vivimos los españoles.
Por poner solamente algunos ejemplos: ¿Son irrenunciables, innegociables valores tales como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos, la promoción del bien común en todas sus formas, el mantenimiento de la paz social, y la defensa de la unidad nacional?
Diversos estudios relativamente recientes llegan a la conclusión, desalentadora sin duda, de que alrededor del 40% de los jóvenes españoles (la generación de jóvenes españoles «mejor preparados» al decir de muchos) considera que mentir, hacer trampas, en definitiva no ser honrado, es correcto y además necesario para tener éxito en la vida.
Por increíble que parezca, según esos mismos estudios, ocho de cada diez adolescentes encuestados consideran que están recibiendo una formación en valores éticos adecuada para su futura incorporación al mercado profesional e integración social. Y el 54% de los adolescentes consultados cita a sus padres como los principales modelos a seguir, mientras que el resto de encuestados cita a amigos e incluso afirman no tener ningún modelo de referencia.
Desde pequeños, los adultos nos enseñan que lo correcto, lo moralmente aceptable, es ser bueno, no mentir, no hacer trampas, no hacerle daño al vecino, y nos enseñan que para conseguir lo mejor para uno mismo no es necesario molestar a otros, incordiarlos, o causarles algún mal.
Y, al mismo tiempo, también, nos enseñan que ser bueno, justo, honrado es cosa de tontos, y que quien se comporta de forma honrada suele pasarlo mal, y acaba trayéndole malas consecuencias, etc.
Enseguida los niños empiezan a darse cuenta que en el mundo real los que triunfan no son, desgraciadamente, los buenos, muy al contrario. Y además, también se dan cuenta de que las personas que no tienen un buen comportamiento, acaban saliendo airosos y no reciben ningún castigo.
«Sé listo y hazte el torpe», decía mi abuelo materno…
Estamos hablando de una «moral de obligación y sanción», basada entre muchas cosas en el miedo, la desconfianza del prójimo («personas próximas» en sentido etimológico) la falsedad, la simulación… Y fundamentalmente en una actitud casi permanente de servidumbre, más o menos voluntaria, sacrificando la libertad con el objetivo de conseguir una cierta «seguridad», sea material, sea psíquica, o ambas.
La máxima de mi abuelo materno es un perfecto resumen de la situación de «meritocracia por lo bajo» que padece nuestro país (ese país que siempre llevó por nombre España, y del que casi nadie desea acordarse, y menos nombrar, no sea que se le ponga el sambenito de «facha», retrógrado, etc.)
Una nación, la española, gobernada por gente mediocre, saqueadores que no paran de aprobar leyes y más leyes, impuestos y más impuestos, dicen que por nuestro bien, para hacer más felices a los ciudadanos…
Continuemos con aquello de votar el 26-J a los menos malos, optar por el mal menor
No se olvide que siempre se recolecta lo que se siembra. En la actual España, la de la corrupción por doquier, hemos llegado a un grado tal de encanallamiento, de perversión, que son muchos (si no legión) quienes consideran que hay corrupciones malas, corrupciones regulares, y hasta corrupciones «buenas». Es realmente triste que haya personas que consideren que las prácticas corruptas son daños o males relativamente «soportables» y lleguen a disculpar las acciones de gente canalla, bandidos, delincuentes, fundamentalmente por estar esas formas de actuación más o menos extendidas, y ya el colmo de los colmos por ser practicadas por «gente de los nuestros».
Sí, hay gente que no es corrupta, o no lo es más aún, porque no se entrena lo suficiente, o no se siente capaz por cobardía, y no porque considere que es éticamente reprobable, detestable. Estoy hablando de quienes dicen cosas tales como: «bueno, bueno,… tú es que eres un exagerado, un extremista, un radical… no se puede ser tan rotundo». ¿No hay que ser «rotundo» al hablar de compromisos éticos, de comportamientos moralmente aceptables?
Habrá quienes digan que eso es casi imposible en la actual sociedad, e incompatible con la forma de vida contemporánea… Habrá quienes digan que vivir en sociedad implica ciertos compromisos y deberes que pocas personas pueden rehuir, y que todos estamos obligados a cumplir, y que, en ocasiones no queda otro remedio que recurrir a la mentira, al engaño, al fraude, al robo, a la malversación de fondos públicos o privados, a perjudicar al prójimo, a tomar decisiones injustas para salvar nuestro prestigio, o lograr salir con éxito de una situación crítica, desesperada.
Pues bien, en estos momentos en los que toca elegir, toca decidir, y hacerse responsable de los resultados de nuestros actos, pues en eso consiste «elegir en libertad», toca recordar que si una persona ha sido educada en «la virtud», en el pensamiento racional, el conocimiento de lo que es correcto, inevitablemente tiene que acabar actuando obligatoriamente bien, pues no le queda otra opción, pues si conoce qué es lo correcto no puede elegir lo incorrecto, dejándose llevar por el capricho y el deseo, o el miedo, u otros motivos semejantes.
Y, evidentemente, si uno actúa de forma justa, correcta, su actuación le tiene que llevar a sentirse feliz y a gusto consigo mismo, a disfrutar de la alegría de hacer lo correcto, a no tener mala conciencia (claro que me dirán que son muchos los psicópatas y sociópatas que por carecer de conciencia –y consciencia- también carecen de remordimientos, y duermen felicísimos y no hay nada que les quite el sueño)
Cuando un ser humano ha averiguado que una alternativa es buena y la otra, mala, ya no puede tener justificación alguna para elegir una mezcla.
Decía un tal Aristóteles hace alrededor de 2.500 años que no puede haber algo que sea y no sea a la vez, que sea una cosa y lo contrario; y aplicado esto a la moralidad que no puede haber acciones malas y buenas al mismo tiempo, y cuando uno se aleja de la bondad y coge el camino de la maldad, deja de hacer lo correcto, de hacer el bien.
Cuando una persona sabe que es lo correcto, lo moralmente admisible ya no puede poseer justificación para elegir alguna porción de aquello que sabe que es malo. En la moralidad, lo malo es, predominantemente, el resultado de pretender que uno mismo es meramente «gris», que uno no es ni blanco ni negro, «ni chicha ni limonada». El hecho de que diez (o diez millones) hayan realizado una elección equivocada no implica que también el decimoprimero deba inevitablemente errar; no implica nada, ni prueba nada, en relación con un individuo dado. El hecho de que la mayoría de la gente sea moralmente «gris» no invalida la necesidad de moral que tiene el ser humano ni la necesidad de «blancura» moral; por el contrario, hace esta necesidad más imperiosa.
Aceptar de forma resignada la idea de que «los humanos son incapaces de ser totalmente buenos o totalmente malos» es al fin y al cabo lo mismo que decir: «no estoy dispuesto a ser totalmente bueno y, por favor, no me considere totalmente malo». Esta forma de creencia es una negación de la moralidad, que busca no la «amoralidad» o ausencia de moral, de compromiso ético, sino algo más profundamente irracional: una moralidad no absoluta, fluida, elástica, «a mitad de camino» que preserve las «ventajas» que –según sus partidarios- les reporta hacer el bien y hacer el mal, según les convenga.
Evidentemente, esta forma de «moralidad» es resultado de la bancarrota, de la indigencia intelectual a la que nos ha conducido la mediocridad imperante, el irracionalismo, un vacío moral en la ética que inevitablemente acaba estando presente en la política, en la economía y, cómo no, repercutiendo en las relaciones interpersonales.
Todo ello es el lógico y perverso resultado de una guerra amoral de grupos de presión carentes de principios, de valores o de toda referencia o conexión con la justicia, una guerra cuya arma final es el poder de la fuerza bruta.
Los humanos somos capaces de pensar, de razonar, de ser «animales racionales» (lo cual no implica que todo acto, toda acción humana sea racional, por el simple hecho de provenir de un humano…) pero para actuar racionalmente debemos hacerlo optando por ello, moviendo nuestra voluntad. Cuando un ser humano mueve su raciocinio, pone en funcionamiento su capacidad de pensar, acaba llegando a la conclusión de que para sacar el máximo provecho a sus acciones (cosa legítima por supuesto) no hace falta hacerle daño a nadie, acaba llegando a la conclusión de que lo mejor es ser «buena persona», acaba concluyendo que lo más práctico es la bondad, no porque vayamos a ser recompensados en un futuro, en el más allá, o porque podamos ser castigados por un ser superior… No, sencillamente porque es lo mejor para uno mismo y para los demás, de los cuales, para bien y para mal estamos necesitados.
Justificar determinadas formas de corrupción, decir que existen «daños soportables» es entrar en el terreno del «todo vale», del «todas las opciones son igualmente respetables…», no hay «absolutos», ni cuestiones irrenunciables, ni verdades universales. Es una invitación a la inmoralidad y al caos.
Aunque la presión del entorno, de lo política y socialmente correcto, sea muy intensa, abrumadora, apabullante, si a las personas se las educa, se las forma desde muy temprana edad el hábito de no mentir, de no trampear, de no robar, de no hacerle la puñeta al prójimo, y lo han instalado en su esquema de pensamiento y acción como un valor moral sólido, y se ve reforzado y confirmado en la adolescencia, es bastante probable que perdure en la juventud y en la adultez.
Pero, entonces, ¿es inevitable dejarse arrastrar por el embuste, el engaño, la simulación, la hipocresía, el fraude y otras formas de inmoralidad y de corrupción, y acabar optando por «lo menos malo»?
Todavía somos muchos los que pensamos que no, que la corrupción no es algo imposible de evitar, para lo cual es imprescindible aprender a ser fuertes psicológica y materialmente, independientes y autosuficientes hasta donde sea posible. Para ello debemos optar por la sinceridad, ejercitarnos en ella, y aprender a decir, sin miedo, ¡Yo no estoy de acuerdo! y por supuesto tener la valentía de afrontar la realidad diaria con humildad, sin engaños de clase alguna.
Es posible que siempre siga habiendo hombres «grises» pero eso no implica que inevitablemente deba seguir habiendo principios morales «grises». La Moral (sí, con mayúsculas) debe ser un código de negro y blanco, elegir entre maldad y bondad. Si, y cuando alguien intenta tolerar o admitir una cosa que va contra los propios principios, a fin de lograr el tan manoseado y cacareado «consenso», es obvio cuál de las partes inevitablemente acabará perdiendo y cuál, también de forma inevitable, ganará.
¿Votar el 26-J a los menos malos?
Sin duda ¡NO, GRACIAS!