Desde que estudiaba en la escuela primaria Don Bosco, mi libro de lo que se llamaba allá en Panamá, Estudios Sociales, colocaba siempre a Haità como uno de los últimos paÃses del mundo. Un paÃs pobre, crecà escuchando de HaitÃ, y de vez en cuando, como si se tratase de un sueño remoto, escuchaba el apellido Duvalier, padre e hijo y yo pensaba que eran una familia feliz en un paÃs de pobres.
Ya pasó más de un año desde que Haità se convulsionó desde las entrañas de su suelo escupiendo sin duda toda la rabia contenida de años de pobreza impuesta e impunidad gubernamental. Por esas fechas el mundo se volcó en solidaridad con el paÃs pobre y devastado. Todo recogieron dinero, todos llamaron a la cooperación y la gente, mala por naturaleza, tuvo su brillo de bondad ante una catástrofe de magnitudes dramáticas.
Hoy los haitianos se quejan de los cacos azules, de que la ayuda recogida por medio mundo les llega cuentagotas. Pero tranquilos, Haità lleva destruida años, desde que tengo uso de razón, están acostumbrados a la pobreza, a la indiferencia y al olvido. Un terremoto que no cesa, que sigue devastando por dentro el ánimo de los haitianos que deambulan por las calles destruidas durante el dÃa y que hoy mismo, un año después, duermen en tiendas de campaña por la noche y se exponen al cólera.
La comunidad internacional, pasados los temblores, se ha centrado en otras cosa, en su crisis provocada por los de arriba, en sus guerras de siempre, en el paro que no para, en su persecución del futuro. HaitÃ, que siempre ha estado en crisis espera, otra vez que aquellos que vieron su sangre entre las entrañas de la tierra no vuela a perderles de vista.
Para que las cosas tiemblen más unas elecciones sospechosas y la llegada al paÃs del dictador Duvalier que supe después en mi juventud que no eran una familia feliz, ni pobre, que eran los portadores de la muerte y el expolio y que se fueron a ParÃs con las aletas llenas a disfrutar del botÃn durante estos últimos veinticinco años. Pero ahora vuelve la sombra del pasado y nadie sabe que va a pasar de verdad con este siniestro personaje.
Haità tiembla y por lo menos se escuchan voces que dicen que le van a procesar, que le van a hacer pagar de una manera u otra por lo que hizo. Un buena noticia por lo menos.
Mientras, en las calles de Puerto PrÃncipe, los haitianos caminan sus traumas, lloran sus muertos y pasean sus esperanzas. En medio del terremoto que no cesa los niños juegan y lucen en sus caras lindas sonrisas blancas que alumbran su negritud de esperanza. En Puerto PrÃncipe también se juega, en medio de escombros y ruinas, pero se juega a que mañana será mejor.