Nuestra relación con el petróleo se parece a la de una persona alcohólica con la botella de ron. Nos destruye, se encarece, nos arruina, nos hace vivir en un estado de ansiedad y de resaca constantes, pero creemos que no lo podemos dejar.
El desarrollo de las tecnologías basadas en los combustibles fósiles desembocó en una revolución industrial sin precedentes que contribuyó al aumento de nuestras expectativas y nuestra calidad de vida.
En Economía para un planeta abarrotado, Jeffrey Sachs detalla las secuencias de esa revolución. Como punto de partida, la máquina de vapor permitió transportar en grandes cantidades el carbón, base de la industria textil, de la producción de acero y la industria pesada, las carreteras y los transportes oceánicos.
“Podía transportarse alimento a distancias larguísimas, podían dedicarse a la producción de carne y grano zonas del interior como la pampa argentina, podían refrigerarse productos perecederos, se podía bombear agua a gran escala y a larga distancia… Y con la invención del motor de combustión interna, otro combustible fósil, el petróleo, pudo proporcionar la fuerza motriz decisiva del siglo XX”, subraya Sachs.
Hoy suena a ‘chino’ afirmar que los combustibles fósiles han ayudado a la especie humana en su lucha contra el hambre. La especulación global con este tipo de combustibles ha hiper-inflado los precios de alimentos básicos y dificulta a los mil millones de personas que viven en pobreza extrema salir de esa trampa. Sin embargo, el proceso químico ‘Haber-Bosch’ que desarrollaron hace un siglo un grupo de científicos a partir del gas natural sentó las bases para que la población mundial se multiplicara por cuatro en los últimos cien años y se alimentara mejor.
Este proceso aprovechaba la energía del gas natural para convertir el nitrógeno de la atmósfera en compuestos de nitrógeno que pudieran ser aprovechados por las plantas. Se calcula que este descubrimiento responde al 80 por ciento del incremento de la producción de cereales en el siglo XX.
Ante semejante crecimiento y bienestar, la Humanidad se relajó y tomó como premisa principal que el camino a seguir era el mismo que impulsó el despegue. Sin embargo, la explosión demográfica apoyada en el dominio de la ciencia y de la técnica ha transformado el planeta a tal grado que Haber y Bosch no reconocerían el paisaje físico y humano si resucitaran hoy: 6.400 millones de seres humanos en lugar de 1.200 millones, casi el doble de CO2 en la atmósfera, ríos y mares contaminados, bosques reducidos a la mitad para alimentar a la creciente población y con menos capacidad para absorber los gases que provocan el aumento de las temperaturas y del nivel del mar, las extinciones de cientos de miles de especies, guerras motivadas por el control de los combustibles fósiles…
Si el mundo ha cambiado tanto en un siglo, las fórmulas y los desafíos también lo han hecho. Si sabemos que el actual ritmo demográfico pone en peligro el futuro del planeta y de la Humanidad, los modelos sociales tendrán que cambiar para adaptarse a la realidad de hoy y para educar para la responsabilidad. De persistir en la contumacia de venerar los hidrocarburos, nuestros nietos podrán encontrarse con un mundo en el que habrá guerras no sólo por controlar las reservas del opio negro, sino también las reservas de agua y de alimentos con los que ya se especula hoy.
Junto con el cataclismo medioambiental, la enajenación por el petróleo sustenta dictaduras, violaciones de derechos humanos y unas relaciones internacionales subordinadas a la posesión de la materia prima en lugar de hacerlo a la cooperación y a unos valores comunes necesarios para hacer frente a los desafíos actuales.
La Humanidad cuenta ya con el proceso llamado “licuefacción Fischer-Tropsh”, que convierte el carbón en hidrocarburos líquidos. Las reservas de carbón podrían abastecer a la economía mundial durante todo el siglo XXI, incluso si la demanda global de energía aumenta de manera drástica, según una estimación que cita Sachs. Un alivio por esta noticia significaría que nada hemos aprendido y que vamos de camino a la extinción junto con tantas otras especies que agonizan por nuestra ceguera.
Carlos A. Miguélez Monroy
Periodista