Si hablo de deflación me acusan de pesimista, si hablo de inflación estoy faltando a la verdad, y si hablo de desinflación estoy entrando en un juego peligroso, en el juego de relativizar la realidad para no asustar a nadie y mantener la paz social.
Los datos del IPC que hemos conocido hoy hablan de inflación negativa, sí yo creo que ese puede ser el concepto correcto, aunque también se puede hablar de deflación ligera. El problema radica en que al hablar de deflación el subconsciente de los consumidores piensa en postponer las compras, con el subsiguiente círculo vicioso que se genera. Por ello, nadie quiere hablar de deflación.
Pues bien, hablaré de desinflación, pues. La idea que subyace a la desinflación es que este proceso de inflación negativa que estamos viviendo no es, en realidad, una deflación en toda regla, sino un recuperarse de la inflación que ya vivimos, para regresar al equilibrio, más o menos perfecto, de una inflación estable y entorno al 2%.
Muchos analistas piensan, entonces, que una vez que se llegue al equilibrio, que nos recuperemos del exceso de inflación que vivimos a mediados del año 2008 (concretamente en mayo de ese año nos situamos en el 4.7% de inflación) la situación se normalizará y volveremos a cifras positivas de incremento porcentual del IPC, lo cuál será bienvenido.
Sin embargo, ninguna cifra, por muchos brotes verdes que nos llevemos al análisis, ya sean de alucinógenos o no, apoya la tesis de que eso suceda antes de final de año, por lo que nos tendremos que acostumbrar a datos negativos de inflación.
La buena noticia, que también las hay, es que los indicadores económicos comienzan a recuperarse, de manera paulatina y afectando antes a la macroeconomía que a la microeconomía (la de las familias), pero comienza a verse a luz al final del túnel.
No obstante esa luz está lejos, y nos costará llegar hasta ella, así que habrá que seguir apostando por la austeridad familiar y el gasto público de las Administraciones para mantener la velocidad de crucero hacia la luz.
