La veterana Europa, consumida en guerras interminables durante siglos o monstruosas en el siglo pasado, imperialista y colonizadora, es también el lugar donde en los siglos XII y XIII se establecieron las primeras libertades individuales: el habeas corpus, que permitía que cualquier preso pudiera reclamar ser llevado ente un tribunal; también creó el primer Parlamento que limitaba el poder del rey.
Europa es el lugar donde se acabó con el absolutismo y proclamó la Declaración de Derechos del Hombre, antecedente de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Es el territorio donde se forjó el gran pacto social tras la segunda guerra mundial, el que generó el llamado estado del bienestar. Y es lugar donde no existe la pena de muerte desde tiempo y ha sido tierra de asilo y refugio durante décadas.
Pero esa Europa parece querer dejar de ser ella misma. Una Europa incapaz de firmar un acuerdo decente con África, por predadora, y perjudicial con América Latina por sus subvenciones agrícolas y trampas de comercio, es ahora tierra donde la semana laboral se podrá alargar hasta 60 horas semanales (incluso 78) y se podrá encerrar a los inmigrantes sin papeles durante 18 meses antes de expulsarlos. Es el lugar en el que la policía puede, en algunas zonas, detener sin cargos a cualquier ciudadano durante 42 días. El territorio donde los innombrables servicios secretos husmean en los correos electrónicos de los ciudadanos sin mandato judicial.
El lugar en el que la Comisión Europea dice sin que le tiemble un párpado que “no hay indicios de que las ordenanzas ni directrices [del Gobierno de Berlusconi] autoricen la recogida de datos relativos al origen étnico o religión de las personas censadas”. Sin embargo, esas normas (ahora maquilladas) para fichar a los 150.000 gitanos de Italia provocaron la censura explícita del Parlamento Europeo y las documentadas protestas de asociaciones de inmigrantes, católicas, laicas, judías y gitanas contra la toma indiscriminada de huellas a adultos y menores, y la recogida de datos personales (como etnia y religión), presentes en las papeletas de las primeras fichas en Nápoles.
En esa Europa donde las libertades ciudadanas se han visto desequilibradas por la “guerra contra el terrorismo”, también han retrocedido los derechos sociales por los intereses económicos de unos pocos. Un neoliberalismo de gran pureza. Ahora, una legión de expertos clama que ‘el modelo social de Europa no está en peligro’. Aunque otros, como Bjarte Vandvik, secretario general del Consejo Europeo para los Refugiados, considera que “la visión que tiene hoy Europa” (la del recorte de algunas libertades y el retroceso social no reconocidos) es “inhumana e injustificada”. Algún político profesional, presunto experto, ha dicho que “no se acaba con ningún modelo social, pero se deben romper tabúes si queremos ser competitivos”. ¡Acabáramos! Se trata de dinero, de beneficios, y el famoso mito de la ‘competitividad’ viene de perlas.
Hace unos años, desde sectores europeístas críticos se alertaba para no construir una ‘Europa de los mercaderes’. Tal vez esa Europa hubiera sido más digerible que la de los grandes bancos, poderosos grupos financieros y voraces empresas transnacionales que envían al garete el sueño europeo por amor a sus cuentas de resultados.
Muchos analistas están de acuerdo en que Europa ha girado hacia un contundente conservadurismo y generado un retroceso social y político. Se apunta a que la ampliación hacia el este desde 2004 ha ayudado a esa derechización. Quizás porque el antiguo bloque del Este abrazó con fervor de converso el capitalismo neoliberal. O tal vez no.
El caso es que, tras hermosas palabras de autocomplacencia y amplias sonrisas de europolíticos profesionales, caminamos hacia lo que el profesor Juan Torres denomina jibarización de la democracia. Desde el poder político europeo se reduce de hecho la democracia, como los jíbaros reducían cabezas. ¿Cómo entender, por ejemplo, que no se haya siquiera reflexionado sobre el voto de franceses, holandeses e irlandeses que no aprobaron la Constitución ni el Tratado Constitucional siguiente, y lleven meses actuando como si ese voto de rechazo a ‘su’ Europa no hubiera existido?
Á‰sta no es la Europa que queremos, porque esa Europa es cada vez menos Europa.
Xavier Caño Tamayo
Periodista y escritor