Conversar es un arte, en desuso, pero un arte al fin y al cabo. Ser capaz de dar una opinión, escuchar una réplica, argumentar un punto de vista, y aceptar otro diferente sin catalogarlo de erróneo desde un primer momento conforman el arte de la conversación.
Hoy en día ya no se conversa. La sociedad de consumo y la telebasura ha instaurado el grito y el inmovilismo como las nuevas formas de comunicación y se ha olvidado del intercambio de impresiones amable, educado y argumentado.
La gente ya no argumenta sus opiniones, éstas tienen que ser verdad por el mero hecho de ser sus opiniones, sin tan siquiera arguir una argumentación lógica que pueda llevar a la otra parte a comprender un punto de vista nuevo, ya no se quiere que la otra persona comprenda, sólo se quiere que acepte.
Toda conversación termina voz en grito, en parte por el defecto genético del pueblo español (cuyo umbral del sonido está muy por encima de la media mundial),y en parte por la falta de educación de los tertulianos televisivos, los cuáles, queramos o no, nos han educado en los últimos 20 años con sus gritos, sus insultos y sus groserias.
Para conversar es necesario escuchar, pero escuchar de verdad, no oír las palabras del otro mientras pensamos que decir a continuación, no, éso no es escuchar, escuchar es asimilar las palabras del otro, digerirlas y contraponerlas con nuestra propia opinión, dando como resultado una réplica o una aceptación de la opinión contraria.
La capacidad de conversar es una de las pocas cosas que nos alejan de los animales. Disfrutar de la libertad de poder conversar con el prójimo sobre cualquier tema, independientemente de la opinión de cada uno, ofreciendo argumentos propios, prestados, robados, y aceptando los argumentos contrarios, sin pensar que son conclusiones erróneas, sino fruto de caminos lógicos diferentes, aporta un grado de satisfacción personal e intelectual muy superior a cualquier otra recompensa material al uso.