Hoy, 28 de junio, se celebra el «Día del orgullo gay», más tarde ampliado o rebautizado como «Día del orgullo» a secas, o «Día del orgullo LGTB», porque no sólo desfilan, se manifiestan o hacen visibles homosexuales, sino como vengo a exponer en este artículo, y me afecta personalmente, también transexuales.
Muchas son las voces disonantes que se alzan en contra de un día como el de hoy argumentando lo innecesario de una cabalgata cuasi carnavalesca o circense, después de las conquistas civiles, legales y humanas adquiridas por parte de estos colectivos.
En esa eterna dicotomía de si es producente o inconveniente sigue inmersa la sociedad en plena efervescencia del evento.
LGTB: siglas que se acrecientan cada vez más, arañando colectivos para la «causa», hasta perder su esencia u originalidad.
Y en medio de este tótum revolútum, aparecemos, tímida, modesta y minoritariamente, más a modo de ornamento que de practicidad, las personas transexuales.
Somos las/os hermanas/os pobres y pequeños de un colectivo global que con demasiada frecuencia nos fagocita, nos reduce a la mínima expresión… u opinión.
Y nos afloran la rabia y la rebeldía en el mismo instante en que sentimos que han sido hurtados nuestros símbolos, o de alguna manera se pierde nuestra voz y razón en una algarabía multicolor y vocinglera tomando las calles de nuestras ciudades.
Lo que más encoleriza y asombra, como ha ocurrido en Londres, es que la organización de la parada festiva imponía a las mujeres transexuales desfilar con un atuendo elegido por este sanedrín de la estulticia, y las carrozas engalanadas bajos la criba y criterio de estos individuos.
Pero lo más llamativo y repulsivo es que obligaran a las mujeres transexuales a utilizar aseos para el llamado «tercer sexo», ése que algunos han venido a inventarse no sé con qué extraño interés o extravagancia.
La intolerancia de los intolerados elevada a su máxima expresión y esperpento.
Afortunadamente las compañeras británicas se han armado de razonamientos y redaños para acabar con esta indisimulada transfobia en el seno del «macrocolectivo de infintas siglas» y finalmente asistirán al desfile, al cual se negaban a acudir en un principio.
Hoy, como toca lucir chapa y discurso progresista y transigente, muchos ayuntamientos izarán la bandera arco iris y a otro tanto de políticos les rebosará la boca con los logros conseguidos y la benevolencia de unas leyes dadoras de libertad, igualdad y dignidad.
Y no les falta razón, ya que España encabeza en estos momentos las leyes LGTB más avanzadas y completas del mundo, pero tras de la razón está la realidad: y la realidad, en las entrañas del colectivo transexual, sigue siendo igual de dramática, contundente e inconcebible, como antes de tan celebradas y necesarias normas.
El paro, hoy azote de unos, de otros… de todos, en nuestro caso ha sido y sigue siendo brutal; una lacra, una losa.
Y los estamentos públicos ciegos, sordos, mudos, inertes, como si la responsabilidad de esta sinrazón no les incumbiera y no se perpetrara desde la comodidad y vistosidad de sus despachos.
Aun en este tiempo de vacas más que flacas, enjutas y exangÁ¼es, es de justicia y de rigor pedir, reclamar en un día como hoy, ayudas urgentes y eficientes encaminadas a nuestra inserción laboral, y que los protocolos médico-quirúrgicos existentes sigan creciendo y consolidándose.
Y hoy, con renovado y reiterado denuedo, exhortamos a la OMS a que de una vez por todas deje de considerar la transexualidad como una enfermedad mental.
Hoy muchos celebran bulliciosos y jubilosos un día de autoafirmación acicalados de plumas, plataformas, lentejuelas, tatuajes, brillantinas… En sonoro y contagioso ritmo.
Pero detrás de ese telón tornasolado se esconden muchos oprobios e injusticias indolentes a tambores y trompetas.